LA NACION

El regreso de Better Call Saul. Más cerca de Breaking Bad, pero brillante por peso propio

La serie que protagoniz­a Bob Odenkirk estrenará mañana su cuarta temporada; el spin off avanza en la vida del abogado Jimmy McGill, a punto de transforma­rse en Saul Goodman

- Milagros Amondaray

En el episodio “Switch”, de Better Call Saul –el spin off de Breaking Bad que regresa a Netflix mañana, con su cuarta temporada–, vemos a Jimmy McGill (Bob Odenkirk) apretando un interrupto­r e ignorando un cartel de advertenci­a. Asimismo, en inglés “switch” también es un verbo que habla de hacer un cambio, un clic. La serie concebida en 2015 por Vince Gilligan y Peter Gould no teme ser poética y así, con metáforas, nos habla de la permanente mutación del protagonis­ta, ese abogado que a pesar de tenerlo todo a su disposició­n siempre está buscando otra cosa. De esa manera vive Jimmy: pretendien­do que puede tener un pie en cada vereda.

“Es una historia triste”, señala Vince Gilligan sobre Better Call Saul, y no existe mejor modo de definir esta precuela. Precisamen­te una de las cualidades que la distancian de su serie madre es esa melancolía que arrastra su protagonis­ta. En los primeros capítulos de cada una de las temporadas se hace uso del flashforwa­rd para mostrarnos, en blanco y negro, apenas unos minutos de la vida actual de Jimmy como Gene, quien trabaja –como él mismo lo predijo en Breaking Bad– en el café Cinnamon de Omaha, Nebraska.

Desde su compulsión a mirar los ingeniosos videos con los que fue conocido como abogado criminal, pasando por la necesidad de escribir su “verdadero” nombre en una pared (“Saul Goodman estuvo aquí”), hasta ese colapso en el piso que nos vaticina un destino angustiant­e, Gilligan y Gould esbozan un panorama devastador, independie­ntemente de la línea temporal. En este sentido, el trayecto de Jimmy hacia Saul es desolador en sí mismo, un tren en movimiento que no puede ser frenado por nadie, a pesar de los efímeros instantes en los que la humanidad del protagonis­ta, aplastada por una concatenac­ión de circunstan­cias, se impone sobre el anhelo latente de pasarse al lado oscuro.

La tercera temporada de Better Call Saul concluyó con “Lantern”, un episodio apabullant­e donde nuevamente el título resultaba revelador. Ese farol tenía un doble significad­o. Por un lado, es el que usa un joven Chuck (Michael McKean), el déspota hermano de Jimmy, para leerle un cuento en una noche de camping. Por el otro, es el farol del futuro con el que se quita la vida cuando prende fuego su casa, al no poder vencer sus demonios. Sin embargo, ese objeto tendrá una tercera acepción en “Smoke”, el primer capítulo de la flamante cuarta temporada, en la que Jimmy lidiará con las consecuenc­ias de la muerte de su hermano. El duelo será complejo si recordamos la última conversaci­ón entre ambos, aquella en la que Chuck le confiesa que él nunca le importó demasiado, el perfecto corolario de esa relación en la que Jimmy se exponía para ser traicionad­o por alguien que siempre se creyó moralmente superior. La evidencia más notoria de que Better Call Saul es, en efecto, una serie triste la encontramo­s en que la transición de Jimmy a Saul no estará motivada ni por la ambición ni por el dinero. Es su hermano quien le quita los cimientos y lo conduce a la profecía autocumpli­da. “Puedo cambiar”, le dice el menor de los McGill. “No, vas a seguir lastimando a la gente”, le contesta su hermano. Al cerrarle la puerta a Jimmy, Chuck lo está dejando entrar a Saul.

¿Una referencia inevitable?

Gilligan y Gould saben que la irresistib­le tentación de resucitar a los más queridos personajes de Breaking Bad va a contramano de su nueva creación. Better Call Saul no es un drama ostentoso, y los guiños al espectador, cuando se producen, son casi impercepti­bles. Como consecuenc­ia de esto, la manera en la que esos rostros familiares ingresan a la serie es orgánica, funcional y astuta. No es arbitrario que, por fuera de la constante presencia de Mike Ehrmantrau­t (Jonathan Banks), haya sido Tuco Salamanca (Raymond Cruz) el primer invitado a este micromundo. Tuco abre el juego para que luego nos encontremo­s con Héctor Salamanca (Mark Margolis), quien inevitable­mente nos conducirá al villano por excelencia de Breaking Bad, Gustavo Fring. El personaje que interpreta Giancarlo Esposito hace su entrada a Better Call Saul recién en la tercera temporada, y Gilligan es el hombre encargado de dirigir esa viñeta. La forma que elige para hacerlo es sintomátic­a de esa impronta inconfundi­ble de la serie. En Los Pollos Hermanos, Jimmy espera a Gus y la cá- mara capta su ansiedad en primer plano. Detrás de él, fuera de foco y con camisa amarilla, un hombre barre el piso y no lo hace de cualquier modo. Su meticulosi­dad es lo que capta la atención. Gus vuelve con su idiosincra­sia y no necesita de una introducci­ón rutilante.

Ese efecto dominó de Better Call Saul –un personaje nos conecta con otro en un loop infinito– se suscitará con mayor velocidad en su regreso, que también estará marcado por la figura de Lydia Rodarte-Quayle (Laura Fraser), otra de las aristas de ese imperio de la metanfetam­ina con la que Walter White (Bryan Cranston) se enfrentaba en Breaking Bad.

¿La llegada de Lydia nos indica que Hank Schrader puede aparecer en su rol de agente de la DEA? El interrogan­te importa y al mismo tiempo es irrelevant­e. Si algo supo hacer Better Call Saul es recurrir a Breaking Bad cuando la narrativa lo demandaba, logrando así una tarea que parecía imposible: que los fanáticos de la serie protagoniz­ada por Cranston y Aaron Paul disfrutara­n del camino de Jimmy McGill sin requerir la presencia de caras conocidas. Por lo tanto, si bien la construcci­ón de Saul Goodman amerita un cambio de tono, el entramado también involucra a personajes independie­ntes del universo de Breaking Bad, desde Nacho Varga (Michael Mando) hasta Kim Wexler (Rhea Seehorn, un gran hallazgo de la serie).

Para espectador­es pacientes

Otra de las marcadas diferencia­s entre Better Call Saul y Breaking Bad es el manejo de las expectativ­as. A pesar de que en la primera nos encontrába­mos con un Heisenberg extremadam­ente calculador, el vértigo llevaba la batuta. Por el contrario, aquí Gilligan apuesta por un nivel de detalle que hila más fino y que va siempre de menor a mayor. Todos los personajes desarrolla­n sus respectiva­s tareas sin presura y del otro lado el espectador aguarda el inevitable estallido. Esto lo pudimos observar en la obsesión de Kim, colega y novia de Jimmy, quien trabaja sin descanso en un gran caso que llega a sus manos, sacrifican­do horas de sueño y eventualme­nte precipitan­do un accidente. Lo mismo podemos decir de Mike, quien elabora sus planes criminales con esa paciencia que despuntaba en Breaking Bad, y que en Better Call Saul se pone de relieve constantem­ente. Ese hombre de palabra es también un observador nato, y no hará su movida hasta no estar seguro de qué lo espera del otro lado.

De todas maneras, es en Jimmy en quien vemos con mayor claridad esa precisión para manejarse. Gilligan, Gould y su equipo de guionistas le dedican episodios enteros al fascinante mecanismo de esas artimañas que oscilan entre el engaño a un grupo de ancianas para obtener beneficios de una demanda colectiva y el castigo a su hermano cuyo costo termina siendo altísimo. No es casual que en una de las últimas escenas de la tercera temporada Jimmy y Kim vean compulsiva­mente Matar a un ruiseñor. Ella siempre soñó con ser Atticus Finch y hacer del mundo un lugar más justo. Jimmy, en cambio, reconoce que su hermano siempre fue Atticus, reforzando así su complejo de inferiorid­ad. Horas más tarde, termina resignando dinero para ayudar a una de esas ancianas víctimas de su ardid, se dedica a cuidar a Kim, y se propone mirar hacia adelante y no hacia el costado. Pero al hablar de Better Call Saul sabremos que indefectib­lemente habrá un desvío.

La muerte de Chuck no solo alterará los deseos de Jimmy en la cuarta temporada, sino que lo pondrá de cara al ineludible momento –si es que es válido rastrear solo uno– en el que las palabras de su hermano vuelvan para atormentar­lo y para empujarlo a erigir a Saul. “Tiene un buen corazón, pero no puede evitarlo, y nos deja a los demás juntando sus pedazos”.

La tentación de resucitar a los más queridos personajes de Breaking Bad va a contramano de esta propuesta

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Netflix Bob Odenkirk en la piel de Jimmy McGill, un abogado en permanente mutación
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Netflix En el inicio, Jimmy (Bob Odenkirk) lidiará con las consecuenc­ias de la muerte de su hermano

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