LA NACION

Cuando hablar vale la libertad

- Diego Cabot

La libertad tiene precio en el caso de los cuadernos de la corrupción. Los que hablan y confiesan haber pagado coimas se van a su casa; los remisos quedan detenidos.

Así empezó una semana fulminante para la causa: en menos de 24 horas, se sumó el testimonio del arrepentid­o primo del Presidente y fue detenido un exejecutiv­o de Techint. Impensado hace apenas una semana.

Ángelo Calcaterra, exdueño de Iecsa, la empresa que le compró a Franco Macri y le vendió a Marcelo Mindlin, decodificó a la perfección la estrategia judicial. Entendió que el juez Claudio Bonadio no parece conformars­e con los número dos de una empresa detenidos.

Javier Sánchez Caballero, inmediatam­ente debajo de Calcaterra en aquella constructo­ra, no podía jamás bajar a un subsuelo, esperar el famoso remise de los millones y entregar un bolso lleno de dinero sin que el dueño se enterara de lo que sucedía unos metros debajo de su despacho en Puerto Madero.

Eran épocas de cepo cambiario y los dólares no salían jamás del banco sin autorizaci­ones de la AFIP, al mando de Ricardo Echegaray. Los ciudadanos compraban apenas un puñado de dólares mientras las empresas cargaban kilos de moneda para darles a Roberto Baratta y sus amigos. Aquella operatoria requería alguna sofisticac­ión, que tornaba aún más imposible la teoría del empleado díscolo que actuaba solo.

Lo que venía era el pedido de detención de Calcaterra. Y el hombre prefirió esa foto. La figura del arrepentid­o no funciona solo por estar incluida en una ley; necesita que quien está implicado en una causa se imagine qué le puede pasar si se mantiene en esa negativa. Nadie revela nada si no existe una amenaza de que el futuro será peor.

Jamás en la historia un empresados. rio acusado de ser corrupto se miró en el espejo que revela el mañana y vio una imagen peor que la actual. Eso fue lo que cambió estos días: lo que venía era peor.

La “doctrina Calcaterra” es un tremendo antecedent­e para los otros número dos de empresas que están detenidos. La pregunta más importante es qué hará Héctor Alberto Zavaleta, exdirectiv­o de Techint que también hizo el camino hasta la cochera para alegrar las finanzas kirchneris­tas. Hoy declara, y en su cabeza segurament­e esté la oferta que tiene en la góndola el fiscal Stornelli: confesar y volver a la libertad o negar todo y permanecer en las sombras.

Algo de eso le sucedió a Rodolfo Poblete, director de relaciones institucio­nales del Grupo Emepa, dueño de la hidrovía y de la concesión del ferrocarri­l Belgrano Norte. A diferencia de Calcaterra y su control de daños, Poblete, un empleado jerárquico, pero sin capacidad de decisión para resolver pagos de esos montos, fue con la estrategia equivocada. Negó todo y caminó derecho a la detención. Amaneció entonces la “doctrina Poblete”.

Los tres empresario­s que le siguieron, Raimundo Peduto, Alejandro Pedro Ivanissevi­ch y Manuel Santos Uribelarre­a, parecían un coro estable de una ópera.

Gerardo Ferreyra, uno de los socios de Electroing­eniería, se cansó de aclarar cada vez que se lo preguntaba­n que él era minoritari­o en la sociedad que tenía junto a Osvaldo Acosta, un santiagueñ­o de perfil mucho más bajo que el del empresario detenido.

Nadie cree que él hablará, por lo que segurament­e quedará detenido. Además, si se aplicara la “doctrina Calcaterra”, en pocos días podría tener la compañía de su socio en la empresa cordobesa.

En Mendoza están convulsion­a- El histórico número dos de la empresa, Luis Valenti, era el encarga, según los cuadernos, de pagar las coimas. Lo hacía en un hotel de Esmeralda casi Libertador, donde residía cuando estaba en Buenos Aires. Para Bonadio, según la “doctrina Calcaterra”, no hay un número dos pagador sin un número uno cómplice.

Enrique Pescarmona, uno de los mismísimos capitanes de la industria desde los 80, uno de los compañeros de ruta de Franco Macri, padre del Presidente, podría tener problemas para ir al free shop del aeropuerto cuando llegue de Malasia. O, en su caso, Valenti, quien ahora era el único director que la familia fundadora pudo poner en el directorio después de que la compañía quedó en manos de sus acreedores. Ir por la “doctrina Poblete”, negar la ocurrencia de los hechos y, casi con seguridad, mantenerse detenido.

Donde la cofradía no se ha roto es en el lado de la línea de exfunciona­rios que comandaban Baratta y, más arriba, Julio De Vido y Cristina Kirchner. Ahí la cerrazón es total. Varios de los detenidos, pese a una gran cantidad de pruebas, optaron por el silencio. Ahora será la Cámara la que decida si siguen detenidos o en libertad; Bonadio ya decidió que se queden donde están.

Se rompió la cofradía de silencio que operó durante años en torno a los contratist­as del Estado. Y ahora todos irán por salvarse solos.

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