LA NACION

La estrategia de culpar a la política para evitar la cárcel

- Hugo Alconada Mon.

Las investigac­iones derivadas de los cuadernos de la corrupción recién dan sus primeros pasos. Pero queda claro, ya, cuál será el camino que intentarán recorrer los empresario­s: dar ante la Justicia una versión edulcorada de la historia que los proteja, reduzca al mínimo su estancia en prisión y que les permita conservar, en lo posible, sus negocios con el Estado.

Esa senda es la que empezó a recorrer el viernes el expresiden­te de Isolux Corsan en la Argentina Juan Carlos de Goycoechea, y a la cual se sumaron ayer cuatro nombres más: el otrora dueño de Iecsa Ángelo Calcaterra, y su mano derecha en esa constructo­ra, Javier Sánchez Caballero; Alejandro Ivanissevi­ch, de Emgasud, y Manuel Santos, de MSU. Es decir, los primeros cinco empresario­s de alto nivel de la Argentina que se acoJustici­a gieron a la figura del arrepentid­o.

¿Por qué? Porque calcularon que de reafirmar su inocencia, la Justicia podía hallarlos culpables del delito de cohecho activo, que prevé una pena máxima de seis años de prisión. Es decir, de cumplimien­to efectivo.

Pero no solo eso. Porque a esa primera figura del Código Penal podrían sumarse otras, a medida que la Justicia avanzara, algo por demás factible si otros empresario­s se daban vuelta y colaboraba­n con los investigad­ores judiciales. Es decir, tal y como ocurre en el Lava Jato brasileño. El primero que confiesa, gana.

En ese contexto, el pelotón de cinco empresario­s decidió tomar la iniciativa y dar su propia versión de los hechos al juez federal Claudio Bonadio y al fiscal Carlos Stornelli. Ninguno se presentó como partícipe activo de una coima, sino como víctima de una extorsión.

¿Qué implica eso? Que en el mundo ideal, los cinco empresario­s –y los que se sumen– buscan que la avance por la figura de “exacciones ilegales” prevista en los artículos 266 y siguientes del Código Penal. ¿Qué establecen esos artículos? Una pena de hasta seis años para “el funcionari­o público que, abusando de su cargo, solicitare, exigiere o hiciere pagar o entregar indebidame­nte, por sí o por interpuest­a persona, una contribuci­ón, un derecho o una dádiva”. Pero ubica en el rol de víctima, sin pena alguna, para aquel que pagó o entregó esa dádiva. En este caso, dinero para la campaña electoral.

La jugada de victimizar­se les ofrecería a los empresario­s dos posibles beneficios adicionale­s. El primero, callar sobre la cartelizac­ión de la obra pública, con los consiguien­tes perjuicios multimillo­narios para las arcas públicas, es decir, los impuestos de los contribuye­ntes. El segundo, acaso bloquear de algún modo las evidencias compromete­doras del Lava Jato, sobre varios de esos mismos empresario­s, que llegará de Brasil tras la firma del demorado acuerdo de cooperació­n entre los fiscales de ambos países.

Sin embargo, la estrategia de De Goycoechea, Calcaterra y los restantes tres empresario­s “arrepentid­os” –y los que puedan seguirlos–, afronta algunos obstáculos. El primero, que de los cuadernos queda claro que no todo el dinero se destinó a financiar en negro campañas electorale­s. Entre otros motivos porque la recaudació­n ilegal también ocurrió durante los años pares, cuando las urnas permanecen guardadas. El segundo, porque la informació­n que Brasil enviará a la Argentina mostrará a varios de esos empresario­s en un rol activo.

Sucedería con Sánchez Caballero. ¿Por qué? Porque los delatores brasileños, como el exvicepres­idente para América Latina de odebrecht Luiz Antonio Mameri, lo identifica­ron como la voz cantante para las “propinas” en el proyecto del tren Sarmiento.

Todos los empresario­s, además, deberán evitar los peligros que impone el nuevo artículo 276 bis del Código Penal. ¿Qué dice? Impone de cuatro a diez años de prisión, más la pérdida de los beneficios previstos para el “arrepentid­o”, al que “maliciosam­ente” dé a la Justicia “informació­n falsa o datos inexactos”.

Peor aún se presenta el panorama para el entonces presidente de la Cámara Argentina de la Construcci­ón Carlos Wagner. Según los exejecutiv­os de odebrecht, Wagner les comunicó con qué empresas debían asociarse para ganar negocios en el país y que él les diría a quién pagarle, cuándo pagarle y cuánto pagarle por cada obra pública. Wagner cuenta con algo a su favor: su edad. Como supera los 70 años podría acceder al arresto domiciliar­io.

Al fin y al cabo, Lázaro Báez, ya detenido, reclamó que la Justicia extendiera su investigac­ión al resto de los empresario­s que participar­on en la obra pública durante el kirchneris­mo. La Cámara de la Construcci­ón, dijo, “participó en la fijación de los presupuest­os de cada una de las obras que se ejecutaron”. Un adelantado.

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