LA NACION

En Moreno, los chicos tienen miedo y están devastados por la tragedia

Recién podrán volver a las aulas la semana próxima, pero no en el edificio donde se produjo la explosión fatal

- María José Lucesole CORRESPONS­AL EN LA PLATA

LA PLATA.– Devastados. Así se sienten los 450 chicos de la escuela primaria 49 Nicolás Avellaneda, de Moreno. La muerte de la vicedirect­ora y del portero, que volaron por el aire el jueves último a causa de un escape de gas, los dejó atónitos.

Los chicos perdieron su rutina diaria de ir a la escuela. No ven a su “señorita” ni a la vicedirect­ora. Y aunque solo está el comedor, muchos tienen el estómago cerrado de tanta angustia.

Los alumnos de esta escuela de Moreno tardarán más de una semana en volver a las aulas, se informó a la nacion. Y no regresarán al mismo edificio: en principio serán trasladado­s a otras tres escuelas de la zona.

Un equipo de siete psicólogos comenzó a trabajar ayer con docentes y autoridade­s de la institució­n para diseñar el regreso a la escolariza­ción de los menores de entre 6 y 12 años que se quedaron sin escuela, sin vicedirect­ora y sin portero.

Ahora en el edificio del barrio San Carlos donde solían estudiar hay solo escombros y vidrios rotos. Unos pocos carteles improvisad­os en las paredes piden justicia por Sandra Calamano, la vicedirect­ora, y por Rubén Rodríguez, el auxiliar docente, que murieron por una explosión que se desencaden­ó por una fuga de gas mientras intentaban poner la escuela en funcionami­ento para recibir a los alumnos.

“Están devastados, completame­nte ala deriva ”, gr aficóalana­cionG is el a Navarro, madre de tres alumnos de 6°,4° y 2° grados .“Estamos colapsados. Los chicos necesitan de a poco retomar una rutina. Pero no vino nadie el jueves, el viernes, el sábado ni el domingo. Recién hoy (por ayer) vinieron los psicólogos”,

relató Navarro, que se puso al frente de la comisión de padres para dar contención a los alumnos.

Lidia Ayala coincide con Gisela Navarro. “Fue muy fuerte para todos. Están todos muy mal. Los maestros, los chicos, los padres. Pensar que ellos estaban ocho horas allí en la escuela con los maestros. Ahora solo funciona el comedor en una iglesia prestada”, dijo Lidia, que ayer llevó a su hija Jazmín a ver allí a sus compañeros.

Jazmín y Agustín, el hijo de Vavarro, cursan 4° grado. Los vidrios de su aula volaron en esa fatal explosión. “Pensar que ellos pudieron estar ahí los pone muy mal. Por unos pocos minutos no volaron todos”, expresó Ayala, que al igual que Navarro se sienten abandonada­s por el Estado.

El director de Educación de la provincia de Buenos Aires, Sergio Siciliano, explicó que los chicos serán derivados a partir de la semana próxima a tres escuelas de la zona mientras se realizan las tareas de reparación del colegio. Y se trabaja sobre las consecuenc­ias psíquicas en los chicos y en los maestros.

Una delegación de siete psicólogos se reunió ayer con el equipo de 30 docentes de la escuela, en el Rotary Club, para trabajar sobre la salud mental de la comunidad afectada por la tragedia.

“Por ahora no se nos informó cómo seguir. Solo se habló de la salud mental de los docentes”, dijo Hernán, maestro de tercer grado. Los maestros solo tienen palabras para recordar a Rubén Rodríguez y a Sandra Calamano, que cada día abrían la escuela y organizaba­n la jornada para recibir a los alumnos desde las 8.30 hasta las 16.30 en uno de los pocos establecim­ientos del conurbano que, pese a ser público y gratuito, tiene escolarida­d extendida.

“Están todos destrozado­s”, amplió Ayala. “Los padres armamos una comisión para organizar el comedor porque los docentes están muy golpeados”, sumó Navarro. Y contó que “hay chicos que no comen, otros no duermen. Hay chicos con mucho dolor de panza y otros que no quieren volver porque tienen miedo. Están muy angustiado­s”.

El impacto emocional y psicológic­o en la comunidad es grande. Y no se circunscri­be a Moreno, donde 40 gasistas salieron a inspeccion­ar todos los edificios educativos. Muchas escuelas públicas de las zonas oeste y sur del conurbano, como Merlo, General Rodríguez, José C. Paz y hasta Avellaneda cerraron ayer sus puertas de manera espontánea por temor a que se repitan los accidentes mortales.

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