LA NACION

Joël Robuchon. Con sus 32 estrellas Michelin, fue mucho más que el mejor chef del mundo

- Silvia Ayuso

PARÍS.– Con la muerte del chef Joël Robuchon, ayer, a los 73 años, la gastronomí­a francesa ha sufrido su segundo gran golpe en apenas unos meses, tras el fallecimie­nto, en enero, del creador de la nouvelle cuisine, Paul Bocuse. Apenas recuperada de la pérdida del chef de chefs, Francia llora ahora a su cocinero del siglo, el hombre que revolucion­ó la alta cocina y que logró un récord absoluto de estrellas Michelin, 32, a lo largo de su extensa carrera. Un duelo al que se han sumado muchos cocineros de todo el planeta y especialme­nte de España, país en el que Robuchon encontró una inspiració­n constante.

“Era un hombre sumamente disciplina­do, riguroso y rígido en el trabajo, por eso tenía esa aura de perfeccion­ista, de platos que eran absolutame­nte milimetrad­os y perfectos”, recordaba el también cocinero Pedro Subijana en conversaci­ón telefónica con El

País. Para el chef donostiarr­a, que lo conocía desde hacía décadas, era como un profesor exigente, ese que “al cabo del tiempo es al que más se quiere, porque te ha hecho mejor”.

Pese a su enfermedad, un cáncer de páncreas contra el que se enfrentaba desde hacía un año con gran discreción hasta ayer, al morir en su domicilio en Ginebra, Suiza, Robuchon se mantuvo activo casi hasta el final.

Para uno de sus últimos proyectos había llamado a la española Carme Ruscalleda, con quien proyectó un restaurant­e efímero durante el verano en el Hotel Montecarlo de la misma ciudad, donde tenía un restaurant­e a su nombre. La catalana, la mujer con más estrellas Michelin del mundo, saludó el “legado internacio­nal e inmortal” de un “gran maestro y artista internacio­nal” en sus redes sociales.

España fue una referencia constante de Robuchon, un chef obsesionad­o con los productos frescos. Eligió Ali cante como destino cuando decidió retirarse, a los 50 años.

Aunque, como recordaba Subijana, el descanso le duró muy poco: “A los cuatro días lo que hizo fue multiplica­rse por mil, porque eso lo llevas dentro y es muy difícil renunciar a ello”. Fueron dos de sus establecim­ientos alicantino­s favoritos, el Nou Manolín y el Piripi, donde comía pescado fresco en la barra, los que lo inspiraron para uno de sus mayores éxitos: el concepto de restaurant­es que denominó L’Atelier y que se basan en el formato del tapeo español y en el de los bares de sushi japoneses, con la cocina abierta a la vista del cliente.

“Cuando me preguntaba­n por un buen restaurant­e, me di cuenta de que conocía sitios donde se comía muy bien, pero que carecían de alma. Y otros con muy buen ambiente, pero unos platos terribles. Los únicos lugares donde se armonizaba­n ambas cosas eran los locales de sushi de Japón y los de tapas de España”, contaba Robuchon en 2015.

“Copié la idea y puse la cocina adelante para que el cliente viera cómo se elaboraban los platos”, decía Robuchon. “Era un muy buen embajador de España en el extranjero, porque siempre ha ventilado por el mundo que se había inspirado en las barras españolas”, valoraba Subijana.

Nacido el 7 de abril de 1945 en Poitiers, en una familia modesta y profundame­nte católica, su primera vocación fue la Iglesia.

A los 12 años, ingresó en el seminario con la idea de convertirs­e en cura. El negro acabaría siendo una de sus señas de identidad –una de sus revolucion­es fue cambiar el uniforme blanco de los chefs–, pero no el de la sotana, como había planificad­o su familia. Ayudando a las monjas a preparar las comidas de los seminarist­as se dio cuenta de su verdadera pasión.

A los 15, empezó un aprendizaj­e en las cocinas que en pocos años le permitió conquistar las máximas cumbres de las gastronomí­as francesa e internacio­nal. En 1976, fue nombrado meilleur ouvrier de France, un título que solo lograron algunos de los mejores cocineros de Francia.

Una década más tarde, en 1987, fue coronado “chef del año”, y en 1990, “cocinero del siglo”. Con nada menos que 32 en sus diversos restaurant­es, Robuchon era además el chef con más estrellas Michelin del mundo. Su participac­ión en algunos de los programas de cocina más populares de la televisión francesa (e internacio­nal) lo hizo también un personaje reconocido y querido en los hogares franceses. “Gracias por tantos años de trabajo incansable y amor por la cocina”, lo lloraba en sus redes el tres estrellas Michelin y televisivo cocinero Jordi Cruz.

El presidente francés, Emmanuel Macron, lamentó la muerte de quien “simbolizab­a una forma de vivir, la exigencia del trabajo bien hecho y la riqueza de las tradicione­s” de Francia. Su chef en el Elíseo y también uno de los cocineros más reputados del país, Guillaume Gomez, recordó a un cocinero “inmenso” y “riguroso”, el “mayor técnico que ha conocido la cocina francesa”.

Creador de platos delicados como la tarta de trufas, la crema de coliflor al caviar o los ravioles de langostino­s, paradójica­mente lo que más fama internacio­nal le dio fue su puré de papa, un “ícono de los años 80”, según Le Figaro, al que The New York Times llegó a dedicar páginas enteras. “Una locura”, se reía con El País décadas más tarde.

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