LA NACION

Valoro lo que tengo porque no nací con plata

- Texto Juan Patricio Balbi Vignolo | Foto Mauro Alfieri

Se va el mediodía y aparece la tarde. Un colectivo pasa repleto y frena lejos de la parada, obligando a la marea a desplazars­e. Un niño de 10 años, tras su jornada escolar, empieza a correr entre la gente. Hasta que nota que su mamá ya no está. Se frena. Mira a todos lados. La busca mientras el chofer empieza a perder la paciencia. La encuentra: rezagada, corre como puede. Sin desesperar­se, el pequeño impide con una mano que la puerta se cierre, para no perder el viaje. Suben. Comienza el recorrido hacia un sueño lejano. Sueño que hoy es realidad.

Desde chico, Gonzalo Montiel optó por afrontar con templanza las situacione­s difíciles de su vida, tomando decisiones como adulto. “Viajaba todos los días desde Virrey del Pino, en González Catán, hasta Villa Martelli, donde se entrenaban las inferiores de River. Al principio me acompañó mi vieja, pero como trabajaba y debía pedir horas, me las arreglé para venir solo”, dice el defensor de 21 años, en una charla para la nacion. –¿Qué edad tenías?

–Diez años. Iba al colegio, después a entrenarme y llegaba de noche a casa... Todos los días. –¿Solo? ¿Cómo era el viaje?

–Sí, solito. Me tomaba el 620, una traffic hasta Liniers y de ahí el 28. Dos horas y media de ida y lo mismo de vuelta. Lo hice casi dos años, hasta que me cansé. Les dije a mis familiares que no aguantaba más y pedí vivir en la pensión de River. Extrañaba y los necesitaba, por más que me hacía el duro. Pero también valoraba y sabía que ahí había más que lo que tenía en casa.

Mientras habla, guarda las manos en los bolsillos de su jean y cada tanto se inclina hacia adelante. Su timidez se contrapone con su actitud: capitán en las inferiores del club, en las que lo apodaron “Cachete”, hoy disfruta tras firmar la extensión de su contrato hasta junio de 2021, con una mejora económica y una cláusula de rescisión de 20 millones de euros netos.

Afianzado en el lateral derecho desde el semestre pasado tras la lesión de Jorge Moreira, lleva 37 partidos en la primera y es el “bombero” de Marcelo Gallardo, tal como lo definió el DT: juega donde le pidan y se entrena en soledad por la tarde. Y además, sueña con la Copa Libertador­es. –¿Cómo vivís tu presente?

–Era lo que quería, afianzarme acá. Uno trabaja día por día para ser titular y aprovechar sus partidos. En River, si toca jugar, hay que rendir. Es un club muy grande y exige eso. –En 2016, en tu tercer partido en la primera, te echaron frente a Arsenal. ¿Sentiste que se te había escapado tu chance? –Sí. Jugué de seis y me tocó la expulsión, que para mí no era, pero bueno... era chico y eso me jugó en contra. Uno aprende. No aproveché esa chance y pasó un tiempo largo sin que jugara. Ahora, gracias a Dios, juego, y quiero aprovechar­lo para crecer. –¿Por qué Gallardo te definió como su “bombero”?

–En inferiores jugué en todos los puestos de la defensa, de cinco y de ocho. Si me necesita en esos lugares, puedo cumplir. Y que Marcelo diga eso, por cómo es él, me puso muy contento. Él nos hace sentirnos muy cómodos y nos da a los jóvenes la oportunida­d de crecer y mejorar, algo que en otro club quizás no existe. –Desde el 8-0 a Wilsterman­n, Gallardo te consolidó: semifinal de Libertador­es contra Lanús, final de Copa Argentina, Supercopa ante Boca... y ahora, otro desafío copero, frente a Racing. –Es una nueva oportunida­d. Va a ser un lindo partido. Sabemos cómo juegan ellos y ellos saben cómo jugamos. Eso implica que va a definirse en los detalles. –En la eliminació­n a manos de Lanús marcaste tu único gol oficial, pero provocaste el penal del 4-2. ¿Viene una revancha para vos? –No. Revancha no tuve porque quedamos afuera. Es otra chance. Hay que estar preparados y atentos: Racing tiene jugadores peligrosos, de jerarquía. –¿Cómo ves al equipo?

–Estamos muy bien. Más allá de no tener nuevos jugadores, en el último tiempo mantuvimos una idea de juego y ahora queremos seguir en esa línea. –¿Cómo es la relación entre los jóvenes y los experiment­ados?

–Los más grandes apoyan y los más chicos escuchan. Eso hace que el grupo esté muy bien. Los jóvenes tratamos de mejorar viendo a ellos. La jerarquía futbolísti­ca se ve en la cancha, pero lo que pasa en el vestuario hace crecer como persona. Son nuestros referentes: se entrenan como si tuvieran nuestra edad. –Los que te conocen de inferiores destacan tu voz de mando. ¿Cómo cómo sos fuera de la cancha?

–Siempre fui de hablar y ayudar a mis compañeros en la cancha, porque si me ayudan soy de escuchar. Pero afuera soy una persona tranquila, me despejo con mi familia, casi ni hablo de fútbol. Prefiero aislarme en casa. Tengo sobrinos, amo pasar el día con ellos para distraerme. Cuando llego acá, a Ezeiza, trato de meterme de lleno para mejorar como jugador y como persona. –¿Es difícil no marearse con los flashes?

–Yo trato de distraerme, de no mirar nada. No consumo televisión. Me gusta estar con mi familia, entrenarme a la tarde, juntarme con amigos, jugar a la Play. Y no declaro mucho porque no me gusta. –¿Te entrenás solo?

–Sí, algunas tardes voy a un gimnasio con Diego Mirabella [preparador físico].

–¿Ese poder de decisión fue lo que te llevó a querer mudarte de chico a la pensión?

–Era mi oportunida­d. Quería eso. Me acoplé con el tiempo. En la pensión hay todo, uno no puede quejarse. Tito [Roberto Gil] y [Oscar] Morales, los encargados, me ayudaron a crecer, me enseñaron a hacerme solo, a formarme como persona. Porque ahí uno está solo. Hay compañeros, pero a la noche uno extraña; por más que se haga el duro, necesita a la familia. El sábado jugábamos y me iba a casa, pero el lunes volvía. –¿Sufriste?

–Valoraba estar en la pensión. Ahí había más que lo que tenía de chico. Por ejemplo, no viajé más. Y las comidas: me alimentaba sano y mejor. Hasta la cama valoraba. Yo no nací con plata ni futbolista, por eso valoro todo. Uno ve lo que no tenía y eso lo hace aprender. –Tuviste una prueba en Boca y tu destino pudo ser otro...

–Sí. Antes estuve en Huracán, y en Boca habré estado medio año a prueba. Armaban dos equipos, no estaba en ninguno y me mandaban aparte, a jugar solo. Hacía la entrada en calor y nunca me ponían. Decidimos volver al baby fútbol del club El Tala, de Virrey del Pino. –Hasta que apareció River…

–Sí, pasó un tiempo y tuve una prueba. Estuve 10 días y justo mi categoría viajaba a Sunchales por un torneo. Citaron a los que no jugaban en AFA, pero yo no estaba. Hasta que Luis Pereyra dijo “incluí a Montiel”. Él me había visto jugar y viajé. No jugué mucho, pero fue un sueño, aunque todos fueron con su familia y la mía no fue porque no había plata. –¿Tenés algún referente?

–Mi papá, Juan. Estoy muy orgulloso de lo que hace por mi familia. Todos trabajamos. Él es albañil, mi vieja (Marisa) lo ayuda y mi hermana Jacqueline es policía. Y mi viejo nunca vino acá, como algunos padres, a gritarle al técnico. Siempre estuvo conmigo. Es tranquilo, cerrado como yo. –¿Y del fútbol?

–Ariel Ortega. Me llamo “Gonzalo Ariel” por él, pero mi abuelo Jerónimo (lo perdió a los 7 años) quería ponerme “Gonzalo Ariel Ortega” (se ríe)... Estaba loco. Todos somos de River y al Burrito lo admiro. Lo respeto tanto que nunca le dije esto. Lo saludo, pero no se lo conté. –Conociste a Ortega y jugás en River. ¿Qué sueño tenés por delante?

–Ganar la Libertador­es.

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