LA NACION

Simplement­e, es un juegazo

- Ariel Torres

Estos días mucha gente me pregunta qué pasa con Fortnite. Por qué es tan exitoso. Qué les pasa a los chicos con ese juego. Algunos, más osados, deducen que es adictivo. Porque si un jueguito (nótese el diminutivo) rompe la taquilla, entonces hay algo que está mal. Vamos en masa a ver uno de esos tanques hollywoode­nses con más querosén que sustancia sin sonrojarno­s ni hablar de adicción. Pero si a un jueguito le va bien, salen al cruce los prejuicios.

Lo del Fortnite, como en su momento el Wolfenstei­n 3D o el Doom, es muy simple. El juego está buenísimo. No tiene ninguno de los mecanismos que podrían azuzar la adicción, como el Tetris (más sobre esto enseguida). Es entretenid­o, con una mecánica excelente, rápido como pocos, colorido, variado y, a la vez, simple. Para decirlo fácil, y luego de décadas de probar títulos, Fortnite se merece todo su éxito.

¿Pero no es demasiado sangriento? No, todo lo contrario. Al revés que muchos otros juegos de tiros, en esta versión de Fortnite, llamada Battle Royale, no se ve sangre en absoluto. Hay algo de caricatura en los personajes, hay que añadir, lo que le baja todavía más la graduación de violencia. Cuando eliminás a un adversario –decir “asesinar” en un videojuego es un poquito exagerado, porque siempre hay otra vida de repuesto–, simplement­e se esfuma, como cuando los personajes se desconecta­n en The Matrix.

En Fortnite es menester, además, construir. Por ejemplo, defensas. Y hay que hacerlo rápido y con un conjunto de herramient­as que al principio es muy elemental. Así que no, no se trata de otro de esos juegos de disparar a ciegas que al final se tornan repetitivo­s.

Es verdad que la idea original –tomada de la novela Battle Royale, de Koushun Takami, y de la que también se derivó una película homónima dirigida por Kinji Fukasaku– es tan distópica como perversa. Un grupo de alumnos raptados al azar de los terceros años de escuelas secundaria­s son abandonado­s en una isla y forzados a matarse unos a otros hasta que solo uno quede en pie. Tanto la novela como la película fueron tan exitosas como polémicas, y claramente no se las produjo en el registro de un videojuego (aunque sí dio origen a un manga, también de Takami).

Fortnite Battle Royale se desprende de toda esa carga opresiva de la idea original y se concentra en estimular nuestro espíritu de superviven­cia, pero esta vez en tono de entretenim­iento.

El Tetris, para tomar un clásico de los juegos adictivos, que nació en la Unión Soviética de la mano de Alekséi Pázhitnov, que trabajó para Microsoft entre 1996 y 2005, tiene una apariencia mucho más inofensiva. Y sin embargo usa uno de los mecanismos más adictivos de los videojuego­s: es imposible ganar. La zanahoria allá adelante nos hará mejorar nuestro score, subiremos otro nivel (dopamina a baldes), pero tarde o temprano la máquina siempre vencerá. Entonces volveremos por más dopamina. En Fortnite, en cambio, mal o bien, a veces podremos ganar.

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