LA NACION

Cristina Kirchner, cada vez más acorralada

- Joaquín Morales Solá

Carlos Wagner, otrora influyente presidente de la Cámara de la Construcci­ón, dejó completame­nte al desnudo al sistema de obras públicas en el gobierno de los Kirchner. Es el empresario que más sabe de la corrupción kirchneris­ta; el que entonces distribuía el juego entre los que cobraban y pagaban, y el que acompañó a los Kirchner desde los tiempos de Santa Cruz. Durante cinco horas, en un clima de tensión, Wagner fue cediendo a la insistenci­a del juez Bonadio para que contara más de lo que ya había contado. Direcciona­miento de las obras públicas, precios cartelizad­os, sobornos acordados previament­e. Las licitacion­es eran simples representa­ciones teatrales de cosas que se habían decidido antes. Los beneficiar­ios últimos de ese sistema de coimas fueron Néstor y Cristina Kirchner, según la alusión de Wagner a conversaci­ones con Julio De Vido. En esa declaració­n se encierra una síntesis perfecta del robo y la codicia que sucedieron durante más de una década, aunque es enorme la cantidad de empresario­s que cuentan más o menos lo mismo ante el juez Bonadio y los fiscales Carlos Stornelli y Carlos Rívolo. Cada gestión del Estado tuvo un precio en aquella época. Cada decisión estaba tarifada. Las pruebas están y también la autoincrim­inación de los propios empresario­s que participar­on del festín. Aunque hagan gestos de disimulo, hasta los kirchneris­tas bajan la cara ante la catarata de revelacion­es que muestran que la revolución era solo un engañoso parloteo para tapar el peor período de corrupción que haya vivido el país.

De ahora en adelante, cada arrepentid­o deberá decir algo más importante que lo que dijo Wagner (imposible, tal vez,) para que los fiscales y el juez lo incorporen al sistema legal de imputados colaborado­res. Es probable que las sortijas (según la metáfora que se le atribuye al juez Bonadio) se hayan acabado. Las empresas más importante­s de la construcci­ón aceptaron que pagaron sobornos. Wagner, un hombre de 76 años, vio que las pruebas estaban en la mesa de los fiscales. La cárcel lo había ablandado (o quebrado, según la interpreta­ción de funcionari­os judiciales). Wagner ni siquiera se escudó en el argumento de contribuci­ones a campañas electorale­s. Eran coimas, sin eufemismos. Techint, la más importante multinacio­nal argentina, les pagó sobornos a los Kirchner para cobrar una indemnizac­ión del gobierno de Hugo Chávez por la expropiaci­ón de un yacimiento de petróleo. El monto que pagó Techint es imposible saberlo porque hubo transferen­cias en el exterior y porque segurament­e también cobraron los venezolano­s (y el propio Chávez). Entre los exfunciona­rios, solo Juan Manuel Abal Medina, exjefe de Gabinete de Cristina, aceptó que recibió plata negra de empresario­s. Dijo que era para financiar campañas electorale­s, pero también se autoincrim­inó como lavador de dinero. ¿Aceptará Roberto Baratta la última sortija que le queda al juez Bonadio? Baratta puede confirmar todo, porque él era el que trasegaba las calles de Buenos Aires con millones de dólares. Podría recibir el premio mayor o una cárcel muy larga.

Antes de que Wagner expusiera descarnada­mente el sistema de corrupción kirchneris­ta, ya otros empresario­s habían empezado a flexibiliz­ar el pretexto de que hacían contribuci­ones a campañas electorale­s. “No me consta que haya sido para eso”, repitieron algunos. Es decir, aceptaban, sin decirlo claramente, que pagaban sobornos y no aportes a campañas electorale­s. Wagner llegó luego para desenmasca­rarlos a todos. Eran coimas perfectame­nte planificad­as.

Los mercados son locos a veces. Hasta hace poco, veían con temor a la Argentina porque había vuelto a crecer la imagen de Cristina Kirchner. Ahora están nerviosos porque Cristina está cada vez más acorralada y en la Argentina se podría reproducir el Lava Jato brasileño. El escándalo de Brasil conrectame­nte denó a ese país a una profunda recesión de dos años. Aquí, los bonos argentinos cayeron y el riesgo país subió. No son solo las empresas de la construcci­ón las que no pueden invertir porque sus patrones están en la cárcel o confesando coimas ante la Justicia. También otras empresas, como las de telecomuni­caciones, tienen bonos por varios miles de millones de dólares que iban a colocar en el exterior. Postergaro­n la colocación porque las tasas de interés suben con el riesgo país.

El caso argentino no es el Lava Jato brasileño. En Brasil, la primera ola de denuncias fue contra la endeble coalición gobernante que lideraba la expresiden­ta Dilma Rousseff. Era el gobierno y casi todos sus funcionari­os y legislador­es (no Dilma, hasta ahora) los que cobraban las coimas para autorizar las obras de la empresa Petrobras. La mancha del escándalo mojó después a casi toda la dirigencia política brasileña, oficialist­a u opositora. Aquí es diferente. El actual gobierno argentino está fuera del escándalo de los cuadernos de Centeno. Ningún funcionari­o de Macri figura en el expediente ni en los cuadernos. El precio de la obra pública, sin corrupción, bajó un 40 por ciento. El caso interpela a un sector del peronismo, el kirchneris­ta, ni siquiera a todo el peronismo. Gobernador­es y senadores peronistas deberían reflexiona­r sobre las pruebas y testimonio­s que se acumularon en los últimos días, luego de que hablaran los principale­s empresario­s de la construcci­ón, para decidir qué harán con Cristina Kirchner. La teoría de que un senador tiene fueros hasta la sentencia definitiva podría resultar fatal para la carrera política de muchos dirigentes peronistas que no participar­on de aquel desenfreno de corrupción e impunidad.

El Gobierno está trabajando en un acuerdo con el peronismo para contrarres­tar la imagen de que los cuadernos argentinos son lo mismo que el Lava Jato brasileño. La mesa política del macrismo (Marcos Peña, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Emilio Monzó y Rogelio Frigerio) negocia con el peronismo un acuerdo por el presupuest­o. La novedad es que Peña está entusiasma­do

Hasta los kirchneris­tas bajan la cara ante las revelacion­es que muestran que la revolución era solo un engañoso parloteo para tapar la corrupción

con esa posibilida­d y que todos cuentan con la aprobación del Presidente. Unificarán la interlocuc­ión: Juan Schiaretti, Juan Manuel Urtubey, Sergio Massa y Miguel Pichetto serán los interlocut­ores prioritari­os. Es cierto también que el peronismo está más predispues­to a negociar con el Gobierno después de la revelación de los cuadernos y, sobre todo, de la increíble saga judicial que le siguió.

Las alternativ­as del Presidente son pocas. Puede recurrir a una solución política frente al temor de los mercados. Tiene cerrada la vía judicial. ¿Qué podría hacer? Nada. Bonadio y Stornelli tienen los antecedent­es de hombres implacable­s que ya consignó esta columna. Se les sumó el fiscal Rívolo, que hizo la primera y fundamenta­l investigac­ión del caso Ciccone. Su trabajo acaba de poner entre rejas a Boudou. A esos tres hombres les tocó el desafío de terminar con la colusión corrupta entre gobernante­s y empresario­s.

La historia mostró la otra cara de la Justicia cuando apareció Norberto Oyarbide. Denunció que lo apretaron. Nadie puede apretar a un juez sin nada que esconder. ¿Por qué aceptó reunirse fuera de su oficina con operadores judiciales y con el entonces hombre fuerte de la entonces SIDE, Jaime Stiuso? Después de su confesión pública, la resolución que sobreseyó a los Kirchner por enriquecim­iento ilícito se convirtió en el acto en cosa juzgada fraudulent­a. Un nuevo expediente judicial espera a Cristina. Bonadio puso a Oyarbide en manos de otro juez. Tal vez no quiere que una causa seria termine manchada por el escándalo faranduler­o que siempre rodea al patético exjuez. Tiene razón.

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