LA NACION

El país ante una oportunida­d histórica

¿Estamos ante el punto de apoyo capaz de dejar atrás la impunidad crónica?

- Enrique Valiente Noailles

Una investigac­ión periodísti­ca dio paso a la causa judicial más importante que el país haya tenido en materia de corrupción, con exfunciona­rios, empresario­s y hasta un exjuez implicados. Radiografí­a de un momento que abre la posibilida­d de que la Argentina vuelva al respeto por la ley

No parece haber mapas trazados para la zona en la que ha entrado la Argentina, tras la catarata de eventos que desataron los cuadernos de Centeno. Si basta una palanca para mover el mundo, la pregunta relevante es si estamos ante el punto de apoyo capaz de dejar atrás la impunidad crónica en nuestro país. Porque lo significat­ivo no radica en la sorpresa ante lo que esa meticulosa caligrafía revela. Nadie medianamen­te informado –y no obnubilado por la ideología– se sorprende al leer los datos que sugieren la ilimitada codicia del binomio corrupto que ocupó durante doce años la presidenci­a de la Nación. Binomio que, con sus secuaces, juntaba cientos de millones de dólares en efectivo y se abrazaba a las cajas fuertes mientras declamaba la defensa de los derechos humanos y la lucha contra la pobreza. Esta cínica agitación de banderas distraía a la población del verdadero objetivo: el robo a mansalva que se amasaba en la trastienda, en la que se usaban esas banderas como alfombra. De hecho, nunca sabremos con certeza lo que transportó cada uno de esos bolsos, en términos de costo humano e infraestru­ctural para nuestra sociedad.

No sorprende, a la vez, la contracara de la moneda: empresario­s sin escrúpulos, dispuestos a vender el alma a cualquier postor con tal de obtener un contrato con sobrepreci­os. Y simultánea­mente dispuestos a arrepentir­se, como conejos asustados, ante el menor atisbo de seriedad en la Justicia. Tampoco sorprende que haya jueces involucrad­os, como es el caso de Oyarbide, que ha minado, junto a tantos otros, las bases de la institució­n misma a la que pertenecía­n y cuyos fallos debieran revisarse frente a sus declaracio­nes. Nada de lo descripto es reciente: la Argentina ha sido –será bueno poder conjugarlo para siempre en pasado–, hasta no hace mucho, un proyecto de impunidad a largo plazo en el contexto de una destrucció­n masiva de su capital humano. Esta es la faceta más imperdonab­le, si cabe, de la corrupción.

Junto a ello, la Argentina ha sido también un curioso experiment­o colectivo de sobreadapt­ación a su trágico destino. El país lleva décadas rumiando la corrupción, llevándola de un estómago al otro, sin jamás expurgarla. Por eso, para una sociedad que se ha mostrado imposibili­tada para la catarsis, condenada a hundirse en su propio dióxido de carbono, esta reacción de la Justicia es una inmensa bocanada de oxígeno. Y allí radica lo significat­ivo de lo que ocurre: se ha tocado en la población una fibra remota, una esperanza largamente dormida, una sensación de oportunida­d histórica. Porque nuestra sociedad intuye que no podrá ponerse en marcha nunca si no resuelve su problema de administra­ción de justicia. La Argentina, aunque cambie de signo político, seguirá psicológic­amente detenida mientras no tenga la capacidad de regular y purgar sus propias conductas. La consecuenc­ia de vivir en esta atmósfera no es inocua: supone la pérdida de respeto de la comunidad por la ley y, a la larga, por sí misma. Esta pérdida de respeto por sí misma está avanzada y ha convertido a la Argentina en un sálvese quien pueda.

Ya es hora de que la Justicia sea implacable y de que caigan todos los que tengan que caer. Indispensa­ble es, además, que la expresiden­ta sea despojada de sus fueros por el Senado, para poder ser juzgada. Sin embargo, la función de la Justicia es más profunda que castigar a los que quiebran la ley. Supone una reparación y una restauraci­ón del lazo que nos une como sociedad, tiene una función simbólica purificado­ra que nada puede sustituir. Es la enseñanza de las tragedias antiguas: cuando el crimen no tiene expiación, la peste se intensific­a. La Argentina mantuvo hasta ahora esta peste en sus sótanos más allá de los cambios en el resto de su edificio.

Es evidente también que el combate a la corrupción en la Argentina no puede seguir avanzando a golpes de coraje y azar. La causa más importante que haya tenido la Argentina en la materia ha brotado de la nada, como una flor silvestre, mezcla de heroísmo personal de quien aportó las pruebas, el azar de ser su depositari­o y el profesiona­lismo periodísti­co de quien las recibió. Pero si cualquier detalle de estos hubiera fallado, seguiríamo­s en la misma penosa situación que antes. En materia de prevención, a su vez, es insólito que en plena era de la inteligenc­ia artificial no hayamos creado aún un sistema para todas las contrataci­ones públicas, blindado contra los embates de nuestra peculiar malicia público-privada.

Necesitamo­s también seguir avanzando, tal como se ha venido haciendo, en la reforma de la Justicia. Porque no es casualidad que en esta causa se estén dando mejores resultados. La Cámara de Apelacione­s de Comodoro Py, sospechada en otras épocas de vender sus fallos, cuenta con cinco renovacion­es entre sus seis integrante­s. Cosa que ya no garantiza impunidad, como ocurrió en el caso Skanska. Este dato crucial probableme­nte esté detrás del incentivo de los sospechado­s para confesar como arrepentid­os. Y las renovacion­es han ido más lejos: desde el inicio del gobierno de Cambiemos hasta fin de este año, se habrán renovado aproximada­mente 350 de los 960 jueces nacionales y federales.

Tal vez Centeno haya estado escribiend­o en su cuaderno escolar, sin saberlo, los primeros palotes de una nueva Argentina. En todo caso, el país se ha dado a sí mismo una oportunida­d extraordin­aria que debe ir a fondo y no quedar en fuegos artificial­es. Alguna vez recordamos la curiosa forma que adoptaba entre nosotros la teoría del caos: aquí no son las mariposas las que producen maremotos, sino los maremotos los que quedan reducidos a mariposas. Vivimos en un país en el que lo significat­ivo se convierte, con el paso del tiempo, en insignific­ante. A grandes causas, diminutos efectos. La ventana de esperanza abierta ahora supone revertir esta lógica de reducidore­s de cabeza de los hechos y restaurar definitiva­mente en la Argentina el nexo entre los actos y sus consecuenc­ias. Que no se frustre esta ilusión.

 ?? Fernando Massobrio ?? UN EXJUEZ QUE SABE DEMASIADO. El acoso periodísti­co al exjuez Oyarbide, que sobreseyó a los Kirchner por enriquecim­iento ilícito y aparece en los cuadernos de Centeno
Fernando Massobrio UN EXJUEZ QUE SABE DEMASIADO. El acoso periodísti­co al exjuez Oyarbide, que sobreseyó a los Kirchner por enriquecim­iento ilícito y aparece en los cuadernos de Centeno
 ??  ?? BINOMIO CODICIOSO. Los cuadernos que describen el trasiego de las coimas señalan que los bolsos tenían un solo destino, lo más alto del poder, representa­do por el matrimonio Kirchner
BINOMIO CODICIOSO. Los cuadernos que describen el trasiego de las coimas señalan que los bolsos tenían un solo destino, lo más alto del poder, representa­do por el matrimonio Kirchner
 ??  ?? Por Enrique Valiente Noailles
Por Enrique Valiente Noailles
 ??  ?? BUENOS TIEMPOS. El exministro de Planificac­ión Julio De Vido y Carlos Wagner, expresiden­te de la Cámara Argentina de la Construcci­ón, en 2008
BUENOS TIEMPOS. El exministro de Planificac­ión Julio De Vido y Carlos Wagner, expresiden­te de la Cámara Argentina de la Construcci­ón, en 2008

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina