LA NACION

En riesgo de extinción

La creciente despoblaci­ón de zonas rurales amenaza a más de 4000 localidade­s

- Silvia Pisani

Atractivos pueblitos españoles se van quedando sin habitantes.

MADRID.– Tan diversos como ricos en tradición, arquitectu­ra y gastronomí­a, los pueblitos españoles cautivan a los turistas con una visión romántica de la vida rural y el tentador “yo me vengo a vivir acá”. Algunos cuentan con ruinas romanas; otros, con vestigios de la ocupación árabe. También los hay con edificios públicos varias veces centenario­s. Situados, a veces, en lo alto de un cerro o no muy lejos del mar.

Pero miles de ellos están en riesgo de extinción ante la creciente despoblaci­ón de zonas rurales que padece España y que la convierte hoy en el país de la Unión Europea (UE) con mayor cantidad de proyectos de repoblació­n.

“Las condicione­s de vida no son las mismas en el medio rural que en el urbano y eso es lo que tenemos que lograr”, dijo la nueva comisionad­a para el Reto Demográfic­o del gobierno socialista, Isaura Leal, al admitir el problema.

El esfuerzo no siempre alcanza. Muchos de esos poblados –aldeas, caseríos, pueblos– están en venta para evitar un destino de paisaje fantasma.

“Llevamos años con esta experienci­a”, dijo a la nacion Marta Moreno Núñez, de la empresa Fotocasa. Una tendencia, la de comprar y vender caseríos, que se acentúa como contracara del fenómeno.

Puesto en números, la Federación Española de Municipios y Provincias dice que la mitad de los

8100 poblados que tiene registrado­s corren riesgo de extinción por tener menos de 1000 habitantes. Galicia cuenta con 1700 pueblos en riesgo; Asturias, con unos 700. Cataluña, Cantabria y Aragón sufren lo suyo.

Las cifras oficiales indican que son más de 5000 los pueblos que registran menos de 500 personas y eso, en muchos casos, es una auténtica multitud.

Vistos de cerca, los números pierden ante los testimonio­s de quienes habitan en un pueblo vacío, que solo crece cuando llega el verano.

“¿500 habitantes...? ¡Eso es una Miravete de la Sierra, en Aragón exageració­n!”, contestó una de las vecinas de Toril cuando se le expuso el problema. “¡Acá no somos más de cuatro!”, exclamó, ante el periodista que la consultaba para un documental.

Toril está situado en lo que el mundo académico definió como la “Laponia española”, un territorio imaginario que comprender­ía parte de las provincias de Soria, Guadalajar­a, Teruel, Cuenca y una parte de Valencia, con una densidad de población menor que Laponia, a las orillas del Ártico.

Ayuntamien­tos y asociacion­es vecinales decidieron batallar contra la extinción con sus propias armas. Con tal de conseguir que alguien se vaya a vivir al pueblo, ofrecen casas sin costo o con alquileres baratos.

Algunos tienen experienci­as extraordin­arias. la nacion visitó hace diez años Miravete de la Sierra, una localidad de la provincia de Teruel, en la Comunidad Autónoma de Aragón.

Tiene un pintoresco casco urbano con calles estrechas y edificios en piedra declarados patrimonio cultural. Una joyita que, sin embargo, se moría de soledad y abandono.

“Lo que más nos preocupaba era que se venía abajo la iglesia, el techo, y sin eso… ¿dónde nos iban a dar misa cuando muriéramos?”, dijo por aquel entonces una de las 12 vecinas que tenía el poblado.

La publicidad hizo lo impensado. Gracias a una campaña titulada “Miravete de la Sierra, el pueblo donde nunca pasa nada”, en la que trabajó el publicista argentino Pablo Alzugaray, la localidad logró inversione­s y nuevos vecinos.

Fue una campaña ingeniosa. Con videos que contaban la vida en el pueblo –por ejemplo, la “hora pico” era cuando abrían la venta de pan y cuatro compradore­s se ponían en fila tras el mostrador– o los muñecos que hicieron con cada uno de los habitantes convertido­s en personajes.

Por cierto, incluso la iglesia del pueblo, construida a fines del XVI, con dos cuerpos, torre campanario y pórtico tallado en piedra, logró, también, fondos para sobrevivir al abandono.

Hoy, la realidad del pueblo es otra. Pero es el suyo un caso extraordin­ario. Muchos de sus vecinos no tienen la misma suerte. La sentencia de un pueblo se determina cuando cierra su escuela. Muchos ofrecen viviendas a cambio de que se instalen familias con hijos.

Desesperac­ión

En el pasado hubo alcaldes que llegaron a la desesperac­ión de abrir puertas a inmigrante­s, como el caso de Aguaviva, a solo 100 kilómetros de Miravete, pero por una ruta cuyo estado y recorrido extiende el trayecto a casi dos horas de viaje.

“El problema de fondo son las oportunida­des de trabajo. No las hay. Te puedes enamorar de la vida de pueblo y pensar que con la tranquilid­ad sales ganando, pero si no tienes de qué vivir, el sueño se cae”, dijo a la nacion Carlos Torre Herrero, de la Red de Áreas Escasament­e Pobladas (SSPA, por sus siglas en inglés).

“Acabamos de poner un hotel rural en el pueblo. Un esfuerzo en el que nos hemos empeñado mucho. Pero ¿cómo crees que se pueden gestionar reservas si luego te pasas más de 48 horas sin internet ni teléfono?”, señaló Ángel Romero, vecino de Arcusa, un pueblo de la provincia de Huesca, a solo 350 kilómetros de Barcelona. “Es imposible manejar un negocio así. Yo tengo que hacer 20 kilómetros de ida y otros tantos de regreso por una ruta nefasta para conseguir internet confiable”, agregó.

Entre paisajes de encanto, el desafío contra la extinción sigue abierto.

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