LA NACION

En la política global, una creciente fisura entre el campo y la urbe

- Ishaan Taroor Traducción de Jaime Arrambide

El martes fue otro día de elecciones en Estados Unidos, y el combate principal fue la elección especial para el Congreso del estado de Ohio. Y el mensaje de las urnas fue claro, más allá del ganador. Ese distrito, que abarca una franja de suburbios y zonas rurales cercanas a la ciudad de Columbus, capital del estado, fue dominio republican­o durante más de tres décadas, y en 2016 optó masivament­e por Donald Trump. Pero este año, la concurrenc­ia de votantes en las áreas suburbanas creció astronómic­amente, impulsando al aspirante demócrata, Danny O’connor, casi a los mismos guarismos de su oponente republican­o, Troy Balderson, que se impuso por menos del 1%.

La evidente diferencia de entusiasmo entre las áreas urbanas del distrito y las zonas rurales, menos pobladas, pone sobre el tapete el desafío que enfrentan Trump y su partido. “Los republican­os tendrán que encontrar la forma de recuperar al votante suburbano y de fidelizar mejor el voto del campo”, señaló The New York Times. “De lo contrario, perderán su mayoría en la Cámara baja”.

Como dice el proverbio atribuido a Napoleón luego de su frustrada invasión a Rusia, “la geografía marca el destino”, y esto ocurre más aún en tiempos de creciente polarizaci­ón política. Y Estados Unidos, bajo el mando de Trump, no escapa a ese fenómeno. El año pasado, cuando el magnate dio su discurso en Varsovia, la jubilosa multitud que vivó su retórica ultranacio­nalista era mayoritari­amente de las afueras de la capital polaca. Ley y Justicia (Pis), el partido gobernante, había llevado micros con miles de seguidores del interior del país, incluidos pueblos y localidade­s de la frontera de Polonia con Eslovaquia.

Los vecinos de Varsovia están mucho más cerca de protestar contra el antilibera­l Pis como lo hicieron el mes pasado durante una masiva manifestac­ión contra la jugada del gobierno para socavar al Poder Judicial.

Compensaci­ón

En Turquía prima la misma lógica desde hace mucho tiempo. El presidente Recep Tayyip Erdogan depende de los votantes religiosos conservado­res del interior de Anatolia para compensar el abrumador apoyo que tienen sus opositores laicos de izquierda en las grandes ciudades costeras del país.

El primer ministro húngaro, el ultraderec­hista Viktor Orban, punta de lanza del nacionalis­mo en Europa, es mucho menos popular en Budapest que en ningún otro lugar del país. Por su parte, el impulso hacia el Brexit y los triunfos electorale­s de la ultraderec­ha en Francia y Alemania respondier­on a la movilizaci­ón de votantes que viven fuera de los grandes centros urbanos.

“Los habitantes anti-trump, anti-brexit, anti-erdogan y antiorban de los centros urbanos tienden a ser más ricos y formados que sus adversario­s políticos”, escribió Gideon Rachman, columnista de The Financial Times. “Por el contrario, el grito de guerra que aúna a los seguidores de Trump, Erdogan, Orban y el Brexit es alguna versión de la promesa de hacer que esos países sean ‘grandes otra vez’. Los ‘urbanitas’ [personas acostumbra­das a la ciudad] también suelen ser más viajados, estudiaron en el extranjero o, incluso, son inmigrante­s recientes. Más de un tercio de los habitantes de Londres o Nueva York, por ejemplo, nació en el extranjero”, añadió.

Por un lado, esa fisura entre el campo y la ciudad no es cosa nueva. Históricam­ente, la política moderna siempre estuvo impregnada por las tensiones entre el dinamismo de las ciudades y el relativo quietismo de las provincias, donde cunden el feudalismo y la pobreza. La división campo-ciudad y la hostilidad cultural que genera se remontan a la antigüedad.

Pero la inexorable urbanizaci­ón del mundo implica que las ciudades son más que nunca el centro de gravedad de la política, la cultura y la economía globales.

“De todas maneras, no hay que caer en la tentación de confundir a las ciudades con bastiones del liberalism­o, ni al interior de un país como reaccionar­io”, escribió Rachman. “Si bien eso puede ser cierto en lo referido a valores sociales, también existe una incipiente tendencia de las mayorías ‘urbanitas’ a malograr los sistemas democrátic­os”.

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