Superliga, tan cerca de lo propio, tan lejos del Mundial
Retorna el fútbol al ámbito local después de un Mundial que dejó sabor a poco en lo general y a prácticamente nada en lo particular. Rusia 2018 no marcará ningún cambio de tendencia respecto al juego porque en el orden y la especulación no hay muchos parámetros de mejora más allá de la excelencia defensiva individual. Y resulta imposible extrapolar a otro equipo la calidad de Varane, Umtiti o Kanté. Si se mira lo que están haciendo los equipos con mayor poder adquisitivo en el mundo se aprecia que hace tiempo que el fútbol ha girado hacia otro lado: ninguno de ellos, ni siquiera en la propia Francia, juega como Francia. Ni lo hará.
Tampoco habrá en la Superliga huella de lo hecho por Argentina. La absoluta carencia de identidad de la selección y el caos que la rodeó contrasta con el camino que siguen en los últimos tiempos los entrenadores más exitosos de nuestro fútbol: Guillermo Barros Schelotto, Gallardo, Holan, Coudet, cada uno con sus matices…
Por otro lado, ninguno de ellos basa sus equipos en priorizar el orden defensivo y el contraataque. En verdad, ya son muy pocos los que lo hacen. La mirada de los técnicos se ha ido enriqueciendo para ver el juego como un todo. Se ha entendido que la audacia de competir de igual a igual aunque se tenga un presupuesto menor no va en detrimento del resultado. Casi nadie aspira ya a ganar con una jugadita aislada; casi nadie renuncia a jugar por más que su escudo no sea el de un grande.
Descartado el “factor contagio” derivado del Mundial son otros los aspectos que pueden influir en el desarrollo de la Superliga 18/19. Uno de ellos es la paulatina pérdida de paridad en la conformación de los planteles.
Durante bastante tiempo, la combinación de campeonatos cortos y la incidencia de ítems como la desorganización permanente, los jugadores que se van muy pronto o los que vienen y tardan en aclimatarse, la falta de tiempo para que los equipos se consoliden… alimentaron una incertidumbre que cada vez se achica más. River en enero, Boca y Racing ahora, han invertido en valor para armar equipos hipercompetitivos empujados por la obsesión de ganar la Copa Libertadores sin descuidar el torneo local. Independiente también viene creciendo, sobre todo en tranquilidad y autoestima. Los últimos mercados van ampliando la brecha.
Es cierto que una buena racha de resultados puede permitir entreverarse en la pelea a equipos como Talleres, Banfield, Godoy Cruz, Atlético Tucumán o Defensa y Justicia. Pero los planteles más acotados acaban por limitarlos. Entonces el factor que termina teniendo más peso es la distracción que la participación en las Copas continentales va provocando en unos y otros.
A priori, Boca parte con ventaja. Tiene un grandísimo recambio y mucho capital en el banco de suplentes, pero todavía no lo vi ensamblado como equipo ni futbolísticamente consolidado. River, que tiene una deuda más tangible en el ámbito local, también está en condiciones de presentar equipos potentes en los dos frentes. Como Racing, y en alguna medida Independiente. Entre los grandes, solo la austeridad de San Lorenzo desentona del resto. La tendencia es que sean ellos los que señalen el rumbo.
Fuera de esto cabe una mirada a lo que ocurre afuera de la cancha. Se nota en la Superliga una voluntad de cambio, que no es poco. La destrucción paulatina pero sistemática sufrida por el fútbol argentino en los últimos 30 años impide una recomposición rápida. Los verdaderos avances no son inmediatos. Por el momento, se van dando algunos pasos en lo tecnológico, que está muy bien, pero falta insistir en cuestiones de fondo.
Recuperar la pureza en todos los sentidos, desde el valor que se da al juego en sí mismo hasta el hecho de que el reglamento sea igual para grandes y chicos pasando por la extirpación definitiva de la violencia –en las tribunas pero también la mediática y verbal– o la unión de los dirigentes para ser coherentes y caminar todos en el mismo sentido, son tareas pendientes. No es utópico, ha pasado en otros lugares del mundo.
Es cierto que hay conductas generales que conspiran contra cualquier transformación. La histeria, la ansiedad, el apuro ya son parte de nuestra cultura, una manera de vivir incompatible con las ganas de crecer. Pero habrá que seguir intentándolo. Y mientras tanto, ilusionarse con disfrutar de esta nueva Superliga.