LA NACION

Succession, una sublime historia sobre las miserias de la familia de un magnate es el fenómeno de la temporada

Succession, de HBO, pasó inadvertid­a al principio, pero se transformó en el gran hallazgo de la temporada; la historia de un déspota rico y sus hijos es una obra de arte

- Álvaro P. Ruiz De Elvira

MADRID.– Suena a frase típica, pero es que es así: Succession es la serie que debería estar viendo e igual ni había oído hablar de ella. Durante diez semanas fue subiendo su popularida­d en HBO (ya completa en la plataforma), en especial con una segunda mitad para enmarcar, y ahora llegó el vacío que es demasiado grande. Sí, entrará seguro en la lista de lo mejor del año.

En realidad, HBO apostó esta temporada a la irregular Sharp Objects, pero el tesoro, sin duda, estaba en Succession. La serie comienza a funcionar cuando uno se da cuenta de que no está ante un drama complicado y espeso sobre un magnate de la comunicaci­ón de Manhattan déspota y antipático y sus avaricioso­s y lamentable­s hijos, sino ante una comedia negra escrita de forma excelente. Hay expresione­s y diálogos redondos, gracias, entre otros, a Jesse Armstrong, que ya mostró su pericia en la escritura en la serie británica The Thick of It. La banda sonora de Nicholas Britell (fue candidato al Oscar por Moonlight), con un tema principal excelso, apuntala a la perfección esa mezcla de drama y comedia ácida. Los títulos de crédito, con ese tema de fondo sonando, resumen a la perfección qué es Succession.

Aguanten lectores al principio, pasen del primer episodio, y descubrirá­n una sátira de la elite neoyorquin­a y de los grandes mogules de los medios de comunicaci­ón. Y principalm­ente, el retrato de una familia. Los mejores dramas están siempre en la familia. En este caso, en una compuesta por ratas asquerosam­ente ricas. Y la mejor comedia está en el drama, como descubrirá­n con el impecable capítulo final.

Es difícil situar en un género a esta serie. La relación entre ese padre cuyas frases acaban siempre con un “fuck off” y esos cuatro vástagos produce malestar a cualquiera. Son todos personajes antipático­s, imposible empatizar con ellos. Y ahí radica otra de las gracias de Succession. Si no nos importa lo que hagan los personajes y sus consecuenc­ias, más disfrutamo­s de los hachazos, de las traiciones, de los fracasos...

En Succession, que tiene algo de Shakespear­e, los Roy son los Lannister de Manhattan. El padre es un déspota, siempre pendiente de hacer negocio. El hijo mayor es un inepto que no se dedica a nada (tiene un podcast sobre la época napoleónic­a “hecho con muchos medios”), otro hijo es un torpe hombre de negocios que trata de arrebatarl­e a su padre el poder de la empresa, la única hija es una mujer ambiciosa que trata de hundir a su padre con la misma pasión con la que lo defiende y el benjamín es un caradura que en todo momento lucha por ser respetado. Entre todos se odian y aman en partes iguales. Apunten a esta nefasta lista un cuñado idiota (que puede resultar hasta entrañable), una madrastra oscura y un primo cuya ingenuidad es una bomba dentro de la familia y de la empresa.

Cuidado. Si se engancha con Succession, terminará siendo una obsesión. Y queda todavía demasiado para que llegue la segunda temporada.

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