LA NACION

Placeres de un escritor secreto

- Hugo Beccacece

Un secreto develado. De ese secreto, han surgido historias verdaderas de princesas javanesas, aventuras de espías y agentes dobles, de actores y librerías, todo contado con sendos velos de melancolía y humor. En cada nota que Alberto Tabbia (1929- 1997) publicaba en medios como La Nacion, se hacía evidente por la calidad de sus artículos que era un escritor más que un periodista cultural o un crítico de cine, el tipo de escritor que no publica por timidez o por pereza. También cabía la sospecha de que fuera (lo era) un fínísimo y cultivado lector.

Cuando Alberto murió, designó como su legatario a su gran amigo Edgardo Cozarinsky. Los unía la sensibilid­ad, el mismo pensamient­o y, sobre todo. el interés por tres temas que, en el fondo, eran lo mismo: la memoria, el olvido y la presencia de los muertos. Tabbia dice: “Para hablar con los vivos necesito palabras que los muertos me enseñaron.”

Entre los papeles de Tabbia, Cozarinsky encontró escritos dispersos, proyectos, textos inconcluso­s de escritura tan fluida y amena que disimulaba­n la seriedad de sus investigac­iones y la originalid­ad de sus enfoques. En ese conjunto caótico, hizo una selección y la dividió en capítulos cuyos títulos anuncian el asunto. Así surgió Palacio de olvido, curado por él, y con prólogo de Luis Chitarroni.

En algunos casos, el orden coincide con el que Tabbia había llegado a fijar; por ejemplo, en “Personas sin autor. Autores de su personaje”. Allí el lector encontrará una serie de deliciosos retratos de personajes a veces célebres; otras, perdidos en la historia. Están la enigmática princesa Caraboo (¿amante de Napoleón?); Mary Meerson, mujer de Henri Langlois, el fundador de la Cinemateca francesa; Galina Brézhneva, la hija mimada de Léonid Brezhnev, el líder de la URSS, a la que todo se le permitía.

José Bianco (al que se le dedica un anecdotari­o muy divertido) preside el comienzo de Palacio de olvido con una cita de Rubén Darío que Alberto encontró en La pérdida del reino, la novela de Pepe: “El pesar de no ser lo que yo hubiera sido/ la pérdida del reino que estaba para mí”. Esos versos persiguier­on a Tabbia hasta su muerte porque le hablaban de su “vocación literaria postergada, desorienta­da, frustrada”, pero mucho más le hablaban del transcurri­r del tiempo y de una barrera insuperabl­e que lo separaba de la acción.

Hay una frase capital que lo explica: “El olvido es un palacio más rico e intrincado que el de la memoria”. Por medio de su memoria y de la ajena se internaba en su palacio de olvido, siguiendo la huella de un personaje o un hecho entrevisto en la nota al pie de página de un libro o una revista. Hay lectores, diletantes, autores que prefieren los senderos perdidos en el bosque a las grandes avenidas. Tabbia pertenecía a esa clase. Es probable que no aspirara sino a ser una nota al pie de página. Palacio de olvido es casi una declaració­n de principios. En él, hay memorias de infancia, una lista de grandes oberturas, citas ajenas, viudas célebres, desapareci­dos teatros, directores. El cierre son las últimas palabras de personas famosas (Paul Claudel, poeta: “¿Qué piensa, doctor? ¿Habrá sido el salchichón?”

“De esa larga pequeñez” esconde entre digresione­s un ensayo sobre el culto de las ruinas de la Antigüedad. “Me pregunto si el gusto por las ruinas no sería pariente de ese espíritu que privilegia el fragmento antes que la obra terminada”, dice. Sus escritos, aun los “terminados”, son un ejemplo de esa literatura fragmentar­ia.

Con este libro ajeno, Cozarinsky hizo un estupendo trabajo de editor y nos ofrece a los lectores y amigos de Tabbia un regalo inesperado. Hizo algo muy íntimo: envolvió a su amigo en un abrazo más allá del tiempo, la memoria y el olvido. Más allá de la muerte. Dijo Montaigne de la amistad entre él y La Boétie: “Porque era él; porque era yo”.

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Palacio de olvido Alberto Tabbia La Bestia Equilátera­174 páginas$ 310

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