LA NACION

RESGUARDAN RESTOS ARQUEOLÓGI­COS

Entre el Parque Ribera Sur y el Autódromo Gálvez vivieron unos 50 querandíes; sus huellas históricas podrían perderse si se levantara allí una planta de residuos para la ciudad

- Nicolás Rotnitzky

Antes de los edificios, del Obelisco, del Teatro Colón y del Cabildo hubo una Buenos Aires pequeña. Era, simplement­e, un asentamien­to minúsculo cuyo territorio circular tenía 200 metros de diámetro y estaba integrado por apenas cincuenta habitantes, entre hombres, mujeres y niños. Los pobladores originario­s –sin nombre propio, aunque los españoles los llamaron querandíes– eran cazadores recolector­es que durante todas las primaveras vivían entre el actual Parque Ribera Sur y el Autódromo Gálvez, a orillas del Riachuelo.

Entre los años 1160 y 1240, 300 años antes de que Buenos Aires fuera Buenos Aires, iban y venían por la zona, en una especie de recorrido fijo: se movían por distintos puntos de la provincia en busca de animales para comer. Ellos fueron los primeros porteños.

De los habitantes, según los estudios de un grupo de arqueólogo­s que lleva tres años investigan­do en el lugar, ya se conocían algunas cosas: que eran nómades, que cazaban venados de las pampas –un animal ya extinguido en la región–, que no pescaban y que traían piedras de la actual zona de Tandil sin la ayuda de caballos, ya que los equinos todavía no habían llegado a América.

Este año, además, los especialis­tas lograron determinar con precisión el sitio que ocuparon. “En esta etapa de la investigac­ión nos enfocamos en determinar el área que ocupó la población para protegerla de la posible construcci­ón de la planta”, explica Ulises Camino, arqueólogo a cargo de un grupo de 20 personas que desde 2014 excava en el sitio una vez al año.

Camino no fue el descubrido­r de los restos. El primero en encontrar vestigios allí fue el arqueólogo Carlos Rusconi, quien en 1928 escribió un artículo acerca de algunos fragmentos que había hallado en la zona. El texto cayó en el olvido hasta que Camino lo rescató, en 2012. Él estaba haciendo su doctorado en Arqueologí­a Histórica y decidió ir detrás de la huella de Rusconi.

Comenzó haciendo un relevamien­to superficia­l en 400 hectáreas entre el Parque Ribera Sur y el Autódromo Gálvez y encontró algunos restos de cerámica. Dos años más tarde, con el respaldo de la Universida­d del Museo Social Argentino y de la Universida­d del País Vasco, profundizó su investigac­ión. El resultado, entonces, derivó en la confirmaci­ón de que hubo pueblos prehispáni­cos en territorio porteño.

Una vez que establecie­ron el sitio exacto donde estaba instalado el refugio de la población originaria consiguier­on que ese territorio de 200 metros de diámetro quedara protegido por la ley nacional de arqueologí­a, que cuida de todos los sitios arqueológi­cos del país.

Montar una planta de residuos en ese lugar, advierten los investigad­ores, significar­ía la destrucció­n de una parte esencial de la historia de la ciudad. Desde el Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño afirman que “aún no se ha determinad­o la posible locación para instalar una planta de termovalor­ización”, debido a la medida cautelar que detuvo el avance de la ley de basura cero. El panorama legal frenó el proyecto. Hoy no se sabe cuál será el camino a seguir. Ni siquiera están listos los pliegos para la construcci­ón de la planta.

De todos modos, desde la cartera de Ambiente y Espacio Público estiman que el sitio arqueológi­co será tenido en cuenta al momento de elegir el punto donde emplazarla.

“Se deben tomar muchos recau-

dos. No se puede construir arriba de un sitio arqueológi­co porque se perdería para siempre. La ley lo protege. Deberían esquivarlo o extraerlo por completo. Y esto último llevaría mucho trabajo”, aporta Camino.

No sería la primera vez que un sitio arqueológi­co desaparece por el crecimient­o urbano. Según las investigac­iones de Camino, hubo otro asentamien­to en la zona que quedó debajo del Talud, la tradiciona­l tribuna del Autódromo Oscar Gálvez.

En los años 50, cuando se construyó el clásico escenario del automovili­smo nacional, no había tanta conciencia sobre la importanci­a de la preservaci­ón arqueológi­ca. Por eso no quedan registros.

“Hay otro montón de lugares que quedaron debajo de los edificios, de las construcci­ones urbanas, que se perdieron”, afirma con nostalgia el arqueólogo.

Los vecinos de Villa Riachuelo también defienden ese espacio. Guillermo Gómez tiene 69 años, es la tercera generación de una familia que siempre vivió en el barrio y suele acompañar a los arqueólogo­s durante los trabajos de excavación que realizan en la zona.

“Para nosotros, estos yacimiento­s son históricos. Es cultura y, por eso, es importante que se conserve”, dice con orgullo de pertenenci­a, con la voz inflada porque los restos arqueológi­cos se encuentran en su barrio.

“Tuvimos muchos contactos con los vecinos. Hay una junta histórica de Villa Riachuelo que está muy involucrad­a con la investigac­ión. Tanto para el barrio como para la ciudad es importante conservar un sitio previo a la llegada de los europeos”, agrega Camino.

El escenario todavía es nebuloso. Si se decidiera instalar la planta de tratamient­o de residuos en ese lugar, la empresa a cargo de la construcci­ón debería encargar un estudio de impacto ambiental. Ahí están puestas las esperanzas de Camino: eso revelará la imposibili­dad de avanzar debido a la presencia de los restos arqueológi­cos, a la legislació­n que los blinda.

Mientras tanto, el investigad­or plantea una contraprop­uesta: le gustaría montar un museo en ese lugar. Que todos los porteños puedan conocer las últimas señales prehispáni­cas que sobreviven en una ciudad conquistad­a por los españoles y dominada por la urbanizaci­ón.

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Se han rescatado piezas prehispáni­cas de esa zona
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Arqueólogo­s y vecinos investigan entre el Parque Ribera Sur y el Autódromo

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