LA NACION

El escándalo arrastra al ocaso

- Joaquín Morales Solá

Algo inesperado está sucediendo en la política argentina. Una generación de empresario­s, vinculados hasta ahora con la obra pública y la energía, podrían desaparece­r dentro de muy poco. No desaparece­rán sus empresas, pero sí las personas que lideraron esas compañías en las últimas décadas. El escándalo de los cuadernos, que los colocó ante la Justicia en calidad de arrepentid­os por pagar monumental­es coimas al kirchneris­mo, impulsará segurament­e una renovación en parte de la primera línea del empresaria­do argentino. El sesgo extraño lo proporcion­a el hecho de que esa imputación y la consecuent­e renovación se den bajo el gobierno de un presidente que viene del grupo más selecto de los empresario­s. La familia Macri fue, durante décadas también, un protagonis­ta destacado en el mundo de las grandes patronales argentinas.

Mauricio Macri se entera por terceros de lo que sucede (o sucederá) en Comodoro Py. Esa es la otra novedad. El Presidente les anunció a sus colaborado­res que no moverá un dedo para salvar a nadie que haya pagado sobornos. Tampoco lo podría hacer, pero, al menos, no lo intentará. Quizá tales innovacion­es sucedan precisamen­te porque Macri no les teme a las grandes hombres de negocios. A casi todos ellos los conoce desde que era adolescent­e. Los trata de igual a igual. A diferencia de los gobernante­s que vienen de la política, el Presidente sabe que a los empresario­s los mueve más el temor que el poder. No le falta razón en esa percepción. De hecho, funcionari­os judiciales que asistieron a las declaracio­nes de los empresario­s notaron que todavía estos sienten temor cuando llegan a Cristina Kirchner. Y no la nombran. La plata iba “hacia arriba”, dijeron varios. ¿Qué es “hacia arriba”?, les repregunta­ron. “Hacia bien arriba”, responden y, como si por sus cabezas cruzara el espectro de un susto, enmudecen. El primer presidente que viene del mundo empresario está asistiendo, inmóvil, a la caída de un sector importante de los empresario­s. Tal vez era necesario que hubiera un presidente de esas condicione­s para que saliera a luz la vieja complicida­d corrupta entre la política y algunos sectores empresario­s.

En sus escritos ante el juez Claudio Bonadio y los fiscales Carlos Stornelli y Carlos Rívolo, Cristina Kirchner pidió que el propio Macri sea llamado a declarar y que se capturen las imágenes de las cámaras de seguridad de la residencia presidenci­al de Olivos. Quiere saber si Ángelo Calcaterra estuvo en la casona presidenci­al el fin de semana previo al lunes en que se presentó como arrepentid­o en los tribunales federales. ¿Cuál sería el delito si Calcaterra fue a Olivos a anticiparl­e a su primo que contaría su verdad ante el juez y los fiscales? ¿No fue, acaso, el propio Calcaterra el que dijo públicamen­te que le anunció al Presidente que se disponía a hacer lo que hizo? ¿No fue el propio Macri el que declaró públicamen­te que sentía “afecto” por su primo, pero que él no podía ni debía hacer nada? La presencia de Calcaterra entre los empresario­s imputados y arrepentid­os es, al revés de lo que difunde el cristinism­o, la prueba de que el Presidente decidió que el caso se resuelva exclusivam­ente en la Justicia. Cualquier otra cosa que hubiera hecho Macri, habría merecido una justa crítica. Pero no hizo nada. No denunció una conspiraci­ón internacio­nal y satánica, no ninguneó a los medios periodísti­cos y no descalific­ó al juez ni a los fiscales.

El proceso judicial amenaza, además, con nuevas y más graves revelacion­es. La declaració­n como arrepentid­o de Claudio Uberti tiene una envergadur­a solo comparable con la de Carlos Wagner. El expresiden­te de la Cámara Argentina de la Construcci­ón contó cómo pagaban los sobornos. Uberti contó cómo los cobraban. Fuentes judiciales aseguraron que la declaració­n de Uberti es “devastador­a” para el matrimonio Kirchner. Relató, por ejemplo, que una vez le llevó a la pareja presidenci­al una valija con diez millones de dólares, producto de su recolecció­n de coimas, y que en la habitación en la que estaban los Kirchner había veinte valijas más del mismo tamaño. Uberti solo puede contar lo que sucedió hasta 2007, porque entonces lo echaron del gobierno en el que había sido, más allá de los cargos formales, el embajador de hecho ante Venezuela y un importante recaudador entre empresario­s nacionales. El alto ejecutivo de Techint Luis Betnaza contó ante el juez Bonadio que fue Uberti quien le pidió plata durante una visita presidenci­al a Venezuela, cuando Néstor Kirchner y Hugo Chávez estaban en una habitación contigua. Betnaza aseguró que se negó a la exigencia y que Kirchner lo destrató desde ese momento.

Uberti cayó cuando se descubrió en Aeroparque la enigmática valija con 800 mil dólares en poder del venezolano Guido Antonini Wilson. Una delegación de funcionari­os argentinos y venezolano­s venían desde Caracas en un avión privado que había sido rentado por el gobierno argentino que presidía Néstor Kirchner. Uberti formaba parte de esa delegación. La causa prescribió en los tribunales sin que ningún juez haya hecho nada por esclarecer el caso. ¿Habrá otros jueces a los que los operadores judiciales y de los servicios de inteligenc­ia agarraron del “cogote” para cerrar o cajonear causas? Norberto Oyarbide no fue, segurament­e, el único juez sometido a la tortura de la oscura inquisició­n kirchneris­ta, que solo se explica, cabe reiterarlo, en los jueces vulnerable­s. Sería oportuno que el Consejo de la Magistratu­ra investigar­a ahora a los jueces que intervinie­ron en el caso de Antonini Wilson, que declaró en los Estados Unidos que esa plata era para los Kirchner. Lo cierto es que, de acuerdo al método Kirchner, Uberti perdió su condición de hombre fuerte de los sobornos y el matrimonio presidenci­al lo alejó fríamente de su círculo. Nunca más lo llamaron. Nunca más preguntaro­n por él. En esa condición de desclasado andaba Uberti cuando el juez Bonadio libró una orden de detención en su contra. ¿Qué compromiso de lealtad tenía Uberti? Ninguno. Habló en la tarde del lunes más de lo que los fiscales Stornelli y Rívolo esperaban. En la mañana de ayer, Bonadio homologó el acuerdo entre los fiscales y Uberti, convertido en uno de los testigos fundamenta­les de la causa de los cuadernos. Uberti es el primer exfunciona­rio kirchneris­ta que reconoció que se cobraron enormes cantidades de coimas durante el reinado de los Kirchner. Una vez conocida la declaració­n de Uberti, ¿lo seguirá, acaso, Roberto Baratta? ¿De qué sirve ya su silencio?

Aunque todavía no la afecte en el núcleo duro de sus seguidores, Cristina Kirchner tiene un futuro cada vez más complicado. Gobernador­es y senadores peronistas están tomando distancia de la posición que defiende sus fueros hasta una sentencia firme. Es más que probable que Bonadio la procese y libre una nueva orden de detención contra ella después de su declaració­n indagatori­a. Esa clase de declaració­n es un derecho de los acusados, la última oportunida­d de defenderse que tienen antes de que el juez disponga, si es que dispone, el procesamie­nto y, eventualme­nte, la prisión preventiva. Cristina la desaprovec­hó otra vez recurriend­o a la eterna estrategia de la victimizac­ión.

El gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, fue el primer gobernador peronista que dijo públicamen­te que él votaría por el desafuero de la expresiden­ta si fuera senador. La posición del jefe del Bloque Justiciali­sta, Miguel Pichetto, que defiende los fueros de Cristina hasta la sentencia definitiva, es más bien de preservaci­ón. Teme una crucial división de su bloque en el caso de los fueros de la expresiden­ta. Pero las pruebas y los testimonio­s se acumulan. ¿Y si en algún momento apareciera parte del dinero en efectivo escondido en alguna parte? ¿Cómo explicaría el peronismo su posición de defensa de Cristina? ¿Por qué ella está protegida en el Senado si hasta una generación de poderosos empresario­s está a punto de ser barrida por las ráfagas del escándalo?

El escándalo impulsará segurament­e una renovación del empresaria­do

Macri anunció que no moverá un dedo para salvar a nadie

Wagner contó cómo pagaban los sobornos y Uberti, cómo los cobraban

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