El Sultán, frente a un desafío inevitable: la penuria económica
Hace tiempo que el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, dejó en claro que ningún aspecto de la vida turca escapa de su control, y menos aún la economía.
Incluso antes de ser reelegido con poderes dignos de un sultán, en junio, había construido su popularidad sobre la base de un crecimiento económico sostenido, impulsado por megaproyectos que llevan su marca, el último de los cuales es el plan para construir un canal que cortará el país en dos. Pero durante mucho tiempo los críticos adujeron que gran parte de esa expansión se logró por medio de un maquillaje presupuestario, amiguismo y corrupción.
Ahora, la peor crisis económica de Turquía desde 2001 –el lunes, la lira turca volvió a marcar un piso histórico– enfrenta a Erdogan con los límites de su manejo autoritario y podría marcar el final de su larga sucesión de éxitos.
La crisis turca también fogonea los temores de un contagio global, ya que los problemas de Turquía socavan la confianza de los inverpaso, sores en otros países emergentes y generan preocupación sobre la fragilidad de los bancos incluso en las regiones desarrolladas.
Según los analistas, los problemas económicos de Turquía son en su mayor parte obra del propio Erdogan. Tienen menos que ver con su disputa con Estados Unidos y la perspectiva de mayores sanciones que con la profundización de la interferencia económica de Erdogan por sus intentos de torcer la lógica de las políticas monetarias y de los mercados financieros globales para ajustarla a sus objetivos políticos.
Por más que Erdogan ejerza mayor control sobre la vida en Turquía –incluidos los medios, el Poder Judicial, la política exterior y las decisiones políticas–, según los analistas, es mucho más improbable que pueda moldear a su antojo una economía cada vez más dependiente de los mercados globales.
Los líderes empresarios advierten que las numerosas facetas del manejo autoritario del presidente están entrelazadas y que Turquía no saldrá del pozo mientras el país no apruebe reformas estructurales de fondo que rompan con las restricciones de Erdogan.
Esas reformas incluyen permitir la libertad de prensa, un Poder Judicial independiente y la restitución de los poderes del Parlamento. Otro la liberación de los prisioneros políticos, ayudaría a reparar las relaciones con Europa.
Si bien Erdogan todavía puede cambiar de rumbo, es improbable que efectivamente lo haga. Mientras tanto, los analistas aseguran que las opciones que tiene el presidente turco no evitarán la penuria económica, que hoy ya es inexorable.
“El aumento de las tasas de interés y los recortes presupuestarios serán dolorosos”, dice Atilla Yesilada, de Global Source Partners, una consultora de gestión con sede en Estambul. “Las empresas van a empezar a quebrar”.
Muchos analistas dicen que, al acumular poder, Erdogan se fue quedando aislado y prefirió rodearse de asesores que reforzaran sus propias opiniones, por lo que marginó a los verdaderos expertos.
En particular, Erdogan insiste en continuar con una política de bajas tasas de interés para permitir un enorme programa de estímulos fiscales basado en la industria de la construcción para potenciar el crecimiento de la economía.
En mayo, en una entrevista con Bloomberg TV, Erdogan explicó por qué quería más control sobre el Banco Central y la política de tasas de interés.
“Cuando la gente se topa con dificultades debido a las políticas monetarias, ¿a quién le va a echar la culpa?”, preguntó. “Ya que van a ir a preguntarle al presidente, tenemos que dar la imagen de un presidente capaz de influir en la política monetaria”, agregó.
“Es la visión de base de un verdadero populista”, explica Sinan Ulgen, director del Centro de Estudios Económicos y de Política Exterior.
La mayoría de los economistas dicen que esa política ya no es sustentable y que la economía está en recesión, con una deuda externa que se acumula y un gran déficit de cuenta corriente.
Mantener bajas las tasas de interés impulsa la inflación, que golpea el bolsillo de la gente.
Durante meses, las agencias de calificación de riesgo y los especialistas en inversión señalaron que la gestión política de la economía de Turquía espanta la inversión.
En el pasado, Turquía ya logró atravesar tormentas financieras gracias al tamaño y la diversidad de su economía, pero ahora el resultado dependerá de la “coherencia y la previsibilidad de las políticas que se apliquen”, recomendó, en una declaración de junio, la agencia de calificación Moody’s.
En julio, cuando Erdogan logró la reelección y nombró a su yerno Berat Albayrak en el nuevo puesto combinado de ministro de Finanzas y del Tesoro, Moody’s anunció otra rebaja de la calificación crediticia de Turquía.
“Es probable que cualquier percepción de injerencia en la independencia del Banco Central y otras instituciones públicas exacerbe la aversión de los inversores”, escribió la agencia en un comunicado.
Desde la elección, Erdogan ha aprobado una seguidilla de decretos que someten el sistema de gobierno al control del presidente, que expulsa cada vez más a quienes considera ideológica o políticamente opositores a su Partido de la Justicia y el Desarrollo para favorecer el ingreso de partidarios leales.
“Vamos hacia una convergencia de partido y Estado mayor aún que en el pasado. Los niveles más bajos de la administración serán fácilmente politizables y los ascensos dependerán cada vez más de la filiación política”, afirmó Ulgen.
Es improbable que Erdogan pueda moldear la economía a su antojo