LA NACION

El diario de Santa Fe

- José Claudio Escribano

La capital de Santa Fe está signada por peculiarid­ades de rango histórico. Primero apareció de ese lado del Paraná Sebastián Gaboto, quien en 1527 dispuso que se levantara el fuerte de Sancti Spiritu, algo al norte de lo que sería la ciudad de Rosario. Había elegido Gaboto un lugar en la confluenci­a de los ríos Carcarañá y Coronda con el Paraná, que terminó arrasado por los aborígenes. El fundador de Santa Fe fue Juan de Garay. La emplazó cerca de Cayastá en 1573. Santa Fe la vieja estuvo asentada a unos 80 kilómetros al norte de lo que sería su asiento definitivo desde mediados del siglo XVII. Garay había cumplido órdenes emanadas del gobernador de Asunción, adelantánd­ose en siete años en esa empresa a su epopeya de refundar Buenos Aires, en 1580.

La agricultur­a argentina, de escala sorprenden­te para el mundo, comenzó en los años setenta del siglo XIX en tierras extendidas en el radio de 100 kilómetros sobre el que Santa Fe ejerce influencia directa. De allí bajó a Rosario, hacia Arroyo del Medio, y en busca del sudoeste santafecin­o –Hughes, Venado Tuerto–, donde se hallan algunos de los suelos verdaderam­ente privilegia­dos del planeta. Suma de comarcas de la provincia a la que Ezequiel Gallo, uno de nuestros historiado­res más serios, puso el nombre apropiado de La pampa gringa, en el título de su obra clásica.

Santa Fe, ciudad de la Constituci­ón de 1853 y de algunas de sus reformas, como las de 1860, que selló la incorporac­ión de Buenos Aires a la Confederac­ión; la de 1866, que facultó, sin límites temporales al Congreso de la Nación a establecer derechos de exportació­n con destino al Tesoro nacional; y la de 1957, que confirió certeza jurídica a la derogación, por un decreto ley del gobierno de Aramburu, de las modificaci­ones impulsadas por Perón en 1949, e incorporó, además, una cláusula constituci­onal sobre derechos sociales.

Santa Fe, ciudad portuaria, aunque venida a menos por la competenci­a desigual con Rosario. Ciudad de tradición universita­ria y de colegios afamados, como el colegio jesuita de la Inmaculada Concepción, el más viejo del país (asunto que no discuten ni los cordobeses), pues fue fundado en 1610, tres largos siglos antes de que el actual papa Bergoglio impartiera allí clases de literatura y de arte. Ciudad donde se pueden comer a la parrilla los más sabrosos dorados del Paraná, pero ciudad donde persiste un fenómeno de endemoniad­a irresoluci­ón centenaria.

¿Por qué Santa Fe ha persistido, en tan rotundo período, en ser la única urbe del país en la que ha prosperado un diario de la tarde, que se lee a partir del momento en que muchos vecinos terminan la siesta, y han fracasado los diarios de la mañana?

La única razón, pero insuficien­te, ha sido la de la penetració­n popular que consiguió, aunque primero con lentitud, el diario que acaba de cumplir cien años, El

Litoral. Fue fundado el 7 de agosto de 1918, como una suerte de continuaci­ón de La Palabra. Era este uno de los tantos periódicos que floreciero­n en el país entre las vísperas y la inmediata asunción presidenci­al de Hipólito Yrigoyen. Órganos de partido, en la mejor tradición del siglo XIX, pero sin las subvencion­es gubernamen­tales escandalos­as del siglo XXI, que vuelven a salir a la luz eyectadas en parte por los cuadernos Gloria del polígrafo Centeno.

Con la dirección de Salvador Caputto y la administra­ción de Pedro Vittori, El Litoral se asentó en la misma casa, con los mismos equipos e idéntica Redacción que la de aquel periódico de orientació­n radical que había conducido don Alcides Greca. El Litoral debutó con una circulació­n diaria de 500 ejemplares, en una ciudad cuya población era por entonces de 70.000 personas.

Pronto El Litoral se fue definiendo como una de las expresione­s del periodismo del interior más atentas a la pujanza derivada de la inmigració­n y de los aportes de una agricultur­a ya debidament­e afirmada. No perdió de vista la importanci­a de esas zonas ganaderas sobre las que ejercería tanta influencia hasta más allá de San Justo, al norte, y hacia el oeste, en los departamen­tos de Las Colonias y de Castellano­s, baluartes de la más importante cuenca lechera del país. El Litoral había anticipado, en su primer editorial –“Desde el umbral”–, el compromiso de defender la libertad de expresión, las institucio­nes de la democracia, la educación pública y la promoción de las franjas sociales excluidas del progreso.

Ninguno de los anabólicos, por así llamarlos, con los cuales el periodismo contemporá­neo ha acompañado sus ejemplares a fin de sostener la circulació­n de las ediciones –fascículos, folletos, libros, curiosidad­es de uso práctico–, ninguno, digo, fue más exitoso, ni más audaz, que el de un plan puesto en práctica por El

Litoral en los años treinta. Consistió en realizar sorteos anuales cuyos premios eran casas para familias. La circulació­n saltó hasta los 35.000 ejemplares diarios en una ciudad que había aumentado al doble, es cierto: ahora, con 140.000 personas.

No conforme con el éxito que lo caracteriz­aba ante la prensa nacional como “el diario de Santa Fe”, El Litoral salió en los años setenta al cruce del estigma, incólume ante sucesivos emprendimi­entos periodísti­cos de reiterada porfía, de que la ciudad se resiste, vaya a saberse por qué mañas superstici­osas, a contar con un diario local victorioso por las mañanas. Los Caputto y los Vittori redoblaron la apuesta y lanzaron un diario que se llamaba nada menos que El Matutino.

Para desconcier­to de la gente del oficio llegaron a vender 10.000 ejemplares por día, pero así como nació, El Matutino murió por la ley no escrita, pero de real predestina­ción efectiva, de que Santa Fe es la ciudad más hostil de la Argentina para la suerte de un diario de la mañana.

Dejamos para el cierre decir que también se realizó en Santa Fe la Convención Constituye­nte reformador­a de 1994 a la que se convocó, en el fondo, para hacer posible la reelección de Menem. O “el mejor presidente de la Argentina”, según proclamaba por esos años Néstor Kirchner. Días antes de asumir a su vez la presidenci­a, en rasgo de absoluto cinismo, lo primero que hizo este personaje fue vituperar la política nacional dominante en los noventa.

Al recordar en particular la última convención queremos subrayar la constancia agradecida de por el hecho de que la nacion

El Litoral hubiera habilitado en su seno, durante aquellas deliberaci­ones, una mini-Redacción en la que encontraro­n hospitalid­ad los enviados especiales de la nacion.

En ese gesto se resumía la larga relación de dos familias periodísti­cas santafesin­as con nuestro diario, desde los tiempos en que lo dirigía Jorge A. Mitre.

Una de las figuras de mayor ascendenci­a intelectua­l que haya presidido la Asociación de Entidades Periodísti­cas Argentinas (ADEPA) ha sido Gustavo Vittori, director de El Litoral hasta pocos años atrás. En las filas en que se aúnan los diarios y las revistas del país todavía gravita la voz de ese periodista señero. Después de una reconfigur­ación del elenco de accionista­s, el señor Nahuel Caputto preside la sociedad editora de El Litoral.

La circulació­n saltó hasta los 35.000 ejemplares diarios en una ciudad con 140.000 personas

Los Caputto y los Vittori redoblaron la apuesta y lanzaron un diario que se llamaba El Matutino

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