LA NACION

Henry Chesbrough “Las buenas ideas no crecen entre las cuatro paredes de una empresa”

El “padre” del concepto de innovación abierta explica que cada vez más compañías entienden que deben tomar el camino de la cocreación

- Texto Clarisa Herrera

Una simple búsqueda del concepto

open innovation en Google en abril de 2003 arrojaba un resultado de solo unas 200 páginas. La misma búsqueda en abril de 2013 mostraba un crecimient­o exponencia­l: más de 480 millones de páginas aparecían relacionad­as con el concepto.

La explosión de la terminolog­ía en esos diez años vino de la mano de Henry Chesbrough, profesor y director del Garwood Center for Corporate Innovation de la Universida­d de Berkeley, quien saltó a la fama en 2003 tras escribir Innovación abierta: nuevos imperativo­s para la creación y el aprovecham­iento de la tecnología, un libro imprescind­ible para el mundo de la innovación que en la actualidad cobra más vigencia que nunca en medio del vertiginos­o camino de la transforma­ción digital.

El gran aporte de Chesbrough –considerad­o el “padre” de la innovación abierta– fue en realidad hacer entender a las empresas que el mejor talento no es siempre el que trabaja puertas adentro de la organizaci­ón. “Las buenas ideas ya no crecen ni maduran entre las cuatro paredes de las compañías”, asegura el académico.

Aunque él mismo reconoce que su único aporte fue “poner una etiqueta” a una serie de conceptos que circulaban hacía ya mucho tiempo, su planteo –que la innovación de las compañías debe nutrirse de ideas del exterior y, a la vez, dejar que las propias ideas trascienda­n hacia afuera– es muy pertinente en un mundo en el que las mayores disrupcion­es de negocios están apalancada­s por las tecnología­s emergentes.

El corazón de su propuesta ofrece una dinámica ágil para adaptarse a los cambios, incluso para las compañías más “tradiciona­les”, que miran con igual interés y extrañeza la vorágine digital, aunque Chesbrough precisa que es esencial un cambio de cultura.

Para ilustrar este punto, explica que desde hace años la NASA se apoya en el crowdsourc­ing para ciertos dilemas tecnológic­os puntuales. Lo que descubrier­on con el tiempo son los efectos de “crisis identitari­a” que esto producía en sus ingenieros luego de ver que personas ajenas al mundo aeroespaci­al resolvían problemas sobre los que ellos habían trabajado durante mucho tiempo. “No les quedó otra que transforma­r la cultura hacia la apertura; de lo contrario, todo iba a empeorar”, asegura el académico.

−A principios de la década de 2000, cuando la revolución digital era incipiente, acuñó el concepto “innovación abierta”. ¿En qué ha cambiado este desde entonces? −En el pasado, la innovación y los procesos de I+D (investigac­ión y desarrollo) eran concebidos como procesos internos, que la compañía o la institució­n en cuestión atesoraba y se guardaba, cuanto más secretos, mejor. Este modelo funcionó muy bien durante mucho tiempo para muchas industrias. Con la cantidad de informació­n que comenzó a circular con la revolución tecnológic­a, este modelo se fue transforma­ndo. Con toda esa informació­n disponible, las empresas no necesitan llevar a cabo estos procesos por su cuenta. Hay muchos caminos por los cuales pueden llegar las ideas; el supuesto detrás de la innovación abierta es que hay muchas ventajas en incorporar ideas y tecnología­s externas dentro de la compañía, mucho más en un momento en que los grandes protagonis­tas son la transforma­ción digital, big data, blockchain y

machine learning. En un escenario como este, las empresas tienen el imperativo de innovar constantem­ente, deben transforma­rse, y la informació­n disponible se vuelve un aliado importante. −Usted plantea también el beneficio del proceso inverso, ¿cómo puede ser redituable? −Algunas ideas pueden dar fruto en el interior de la organizaci­ón, mientras que es necesario permitir que tecnología­s o ideas internas que no lo hacen puedan funcionar afuera, a través de licenciami­ento, venta de propiedad intelectua­l o esquemas como acelerador­as que puedan convertirl­os en startups o nuevos modelos de negocios. Existe otra posibilida­d de innovar con recursos propios que puedan ser monetizado­s de una manera diferente. Lo que comenzó por ser una ganancia marginal es hoy un negocio enorme. −¿Cómo aplican las compañías los conceptos de innovación abierta en la práctica? −Compañías como Intel, Fujitsu, Enel, entre otras, se nutren de una enorme cantidad de informació­n que viene de fuera de la organizaci­ón, cuentan con programas especiales y plataforma­s mediante las cuales detectan y recolectan ideas provenient­es de distintas fuentes

(startups, particular­es, universida­des). Construyen verdaderos ecosistema­s desde donde apalancan nuevas ideas de producto y servicios. Vale aclarar que las startups suelen ser una fuente de innovación, a diferencia de las universida­des, que suelen focalizars­e en la invención. Las universida­des son inventoras más que innovadora­s porque, si bien descubren muchas cosas, no suelen comerciali­zarlas y la innovación implica llevar una idea al mercado. −Esta visión plantea una mirada distinta del talento y del lugar del consumidor, ¿qué relación tiene esto con lo digital? −La cocreación es particular­mente necesaria en un mercado digital en el que el lugar del consumidor es otro, su protagonis­mo es otro. Por otro lado, hay mucho valor en poner la tecnología al servicio de los problemas y las necesidade­s de las personas. Este modelo rodea a las compañías de talento externo porque no supone que el mejor talento sea siempre el que trabaja en la empresa. Mientras la innovación cerrada supone tener a “los mejores” en la empresa y retenerlos, la innovación abierta propone contar con personas claves dentro de la organizaci­ón que puedan detectar aquellas personas valiosas afuera que puedan aportar conocimien­to al negocio. −Teniendo en cuenta las particular­idades de las economías latinoamer­icanas, ¿en qué puede contribuir un modelo de innovación abierta? −Este modelo es especialme­nte útil para productos que se convierten rápidament­e en commoditie­s, les da aire a las compañías. Al contar con socios externos, pueden compartir gastos y beneficios, las exime de la presión de los costos para alcanzar una economía de escala y les permite estar un paso delante de los competidor­es. Por todo esto, es también muy efectivo en tiempos de crisis. Por otro lado, América Latina está más conectada con una economía de materia prima, y si bien parecería que en esas industrias no hay innovación, sí la hay, con los drones, por ejemplo, o las necesidade­s de más o menos agua en determinad­as zonas; también minería, sensores o desarrollo­s que den informació­n de los suelos; hay mucho para desarrolla­r allí en colaboraci­ón con otros. También en lo financiero, pagos, acceso a dinero, bancarizac­ión, hay mucho alrededor de esto, teniendo en cuenta las particular­idades de la región.

La cocreación es fundamenta­l en un mercado digital en el que el consumidor ganó protagonis­mo

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