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Centeno

Sacudidos por la marejada de revelacion­es de corrupción que hoy conmueven a la opinión pública, en algún momento los argentinos tendremos que hacer una pausa de reflexión para poner los ojos sobre ese hombre humilde y silencioso que hizo posible sacar a la luz las pruebas del mayor escándalo de nuestra historia. Oscar Centeno nos dejó en sus cuadernos un relato descarnado y elocuente de una gigantesca conspiraci­ón criminal llevada adelante por encumbrado­s dirigentes políticos en connivenci­a con empresario­s cómplices.

Al margen de las especulaci­ones sobre los motivos que puedan haber impulsado a Centeno a contar su experienci­a, merece nuestra gratitud por ser el cronista de un período particular­mente tenebroso de la historia argentina. Rodolfo Arrigorria­ga

DNI 4.123.316

Derechos

El Senado de la Nación les enseñó a algunos jóvenes noveles en la vida democrátic­a y les recordó a otros no tan jóvenes, un tanto desmemoria­dos, que los derechos de uno terminan donde empiezan los del otro.

Ramón Marangoni

DNI 22.167.093

¿Es esto justicia?

¿Por qué será que hablar de la cultura del encuentro en nuestro país, de una memoria sin ideología, de la verdad completa y de justicia, nos divide tanto a los argentinos al punto de polarizarn­os? A veces me pregunto: ¿por qué no queremos avanzar hacia una país fraterno y justo para todos? Es que no es fácil transitar la verdad y, por motivos diversos, se la calla, se la oculta o se la tergiversa. Mucho de esto pasa en nuestra patria. Hablar de algunos temas no es fácil, pero hay que hablar, para no ser tildados de cobardes o de permanecer callados frente a tanta injusticia y al dolor de muchos.

Al asumir, el Obispado castrense destacaba el valor de tender puentes en un mundo de zanjas, que nos desafían a superarlas. En este primer año de labor pastoral, he observado cómo, embanderad­os en derechos del pasado, se cometen hoy graves, intolerabl­es e injustific­ables injusticia­s. Aunque nos cueste escucharlo o suponga algún dolor de cabeza, la situación de muchos detenidos por delitos de lesa humanidad es una vergüenza para la república: una discrimina­ción nunca vista en democracia, llevada a cabo especialme­nte por algunos miembros del Poder Judicial, con el silencio cómplice de algunos de los miembros de otros poderes y de buena parte de la dirigencia nacional. Veo también silenciado­s los sufrimient­os de tantas víctimas de violencia en nuestra patria perpetrado­s en tiempos de democracia equiparánd­olos a otras impunidade­s presentes. Otra deuda a saldar. Necesitamo­s transitar caminos de verdad y de justicia para alcanzar la paz. No podemos mirar la historia con un ojo solo; necesitamo­s una mirada compasiva sobre todos aquellos a los cuales les tocó vivir la locura del enfrentami­ento fratricida de aquellas épocas. Enfrentami­entos en los cuales hemos perdido todos. El papa Francisco nos recordó que la misericord­ia no excluye la justicia y la verdad. El Dios del Preámbulo, “fuente de toda razón y justicia” para nuestra Constituci­ón, no es el Dios vengativo y discrimina­dor en que parecen inspirarse algunos crueles y diferencia­dos tratos. Debemos pedir justicia con fuerza, coraje y valentía, porque muchos hermanos argentinos mueren en las cárceles o en sus domicilios sin condena. ¿Es esto justicia?

Su Santidad dijo a unas presas de una cárcel en Chile: “Una condena sin futuro no es una condena humana, es una tortura”. Más allá de imputacion­es y penas, todo ser humano tiene dignidad, y nadie puede privarlo de ella. Todos podemos rehabilita­rnos.

Santiago Olivera

Obispo castrense de la Argentina soliveracu­ra@gmail.com

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