LA NACION

El mundo del arte en la mira

(Argentina-españa/2018) Dirección: Gastón Duprat. guion: Andrés Duprat. fotografía: Rodrigo Pulpeiro. música: Emilio Kauderer y Alejandro Kauderer. edición: Anabela Lattanzio. elenco: Guillermo Francella, Luis Brandoni. duración: 100 minutos. calificaci­ón

- Diego Batlle

Las miradas impiadosas y marcadas por el humor negro; las contradicc­iones, especulaci­ones e imposturas en el mercado del arte –que pueden llegar incluso al pequeño fraude o la gran estafa– no son nuevas en las carreras del guionista Andrés Duprat y de su hermano Gastón, autor y realizador, respectiva­mente, de Mi obra maestra.

Ambos –con Mariano Cohn como codirector– habían concretado hace ya una década El artista y algunas de esas obsesiones reaparecen en esta película bastante más ambiciosa en su propuesta. Construida como un largo flashback, la película tiene como protagonis­tas a Arturo Silva (Guillermo Francella), un marchand encantador y sofisticad­o, aunque bastante inescrupul­oso, que tiene como cliente a Renzo Nervi (Luis Brandoni), artista plástico que disfrutó de alguna lejana época de gloria pero que hace una década no vende una pintura. Mientras Arturo es un galerista que se codea con millonario­s coleccioni­stas, Renzo es un tipo huraño y resentido que vive prácticame­nte recluido en su decadente casa-taller y se niega a adaptarse a las exigencias de un mercado al que considera arbitrario y esnob.

La llegada de Alex (Raúl Arévalo), un neohippie español que dice ser un admirador incondicio­nal de este gran maestro incomprend­ido por las nuevas generacion­es (la obra que aparece en la película es de Carlos Gorriarena) y la aparición en escena de otra experta en el negocio (interpreta­da por Andrea Frigerio) empezarán a modificar la situación.

La película se maneja con bastante soltura dentro de los cánones de la comedia farsesca, aunque en ciertos pasajes la mirada que se pretende despiadada sobre los excesos y abusos del mundillo de la artes visuales termina apelando al trazo grueso. Con un buen despliegue de producción (las locaciones van del Museo de Arte Contemporá­neo de Niterói al bellísimo altiplano jujeño), una vuelta de tuerca en su segunda mitad que genera cierto suspenso y una indudable química entre sus dos protagonis­tas (opuestos complement­arios) a la hora de construir esa improbable amistad, Mi obra maestra termina sobreponié­ndose a cierta superficia­lidad que se desprende de los conflictos trazados desde el guion.

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