Desde 1960, un objetivo nacional
Los primeros esfuerzos por potenciarlas y los casos memorables.
Tras el posicionamiento del país como exportador de carne y granos desde mediados del siglo XIX, el sector agropecuario ha sido considerado como el “tradicional” en materia de ventas al exterior. Pero la necesidad de exportar con valor agregado, luego de exhibir el título de “granero del mundo”, impulsó al Estado argentino a estimular las exportaciones que no proviniesen del campo a principios de la década de 1960. A estas las denominó exportaciones “no habituales” o “no tradicionales”, y las impulsó a través de diferentes medidas como el draw back y el “12 por ciento”, medidas que reintegraban impuestos y que causaron controversia en el sector por su incumplimiento. Una nota de la nacion del 12 de mayo de 1963 señala la “mora en el pago” de estos reintegros en tiempos en los que “exportar o perecer” era el lema del gobierno de turno. Como la historia supo remarcar, múltiples reformas fueron estudiadas y el régimen aún se encuentra vigente. Pero no solo el doce por ciento y el draw back fueron propuestos. El Banco Central, en diciembre de 1962, extendió a los bancos una circular en la que dejaba a su criterio exigir o no al exportador una garantía de un banco del exterior cuando las exportaciones no superarán los US$100.000. A su vez, tomó en cuenta los pedidos de los exportadores y destinó US$1.203.626 para financiación, apoyo que en enero del 63 fue extendido a US$4.535.345. Pero ¿cuáles productos entraban en la categoría de exportaciones no tradicionales? Según artículos periodísticos de la época, podían ser máquinas e implementos agrícolas, cueros elaborados, máquinas para envasar, material telefónico, lavadoras automáticas, planchas eléctricas, yerba mate elaborada, máquinas y equipos para reparación de autos, libros, tornos y máquinas de carpintería, jugos concentrados de naranja… y la lista sigue. Para 1967, ya se destacaban el primer embarque de productos herbicidas por 250 toneladas y un monto superior al millón de dólares en una operación comercial con Colombia y Estados Unidos, así como productos de Monsanto Argentina con destino a Hong Kong, tabaco a Valparaíso, Chile, y chocolate a Brasil. Para julio de 1968, esta clase de exportaciones registraron en el primer semestre del año un alza del 28% en comparación al mismo período del año anterior, y asomaba la tecnología local como logro a destacar.
Un cable encontrado en el archivo de este diario resalta, por ejemplo, “ventas al exterior por 250.0000 dólares en seis meses de 1971 y contratos de entrega por más de 2.000.000” de planos sonoros de la empresa J.J. Bertagni y Cía, “un invento de la tecnología argentina en materia de gabinetes acústicos”. También se encuentra, en un artículo sobre el tema, a la firma Galileo Argentina, que en 1970 exportaba relojes despertadores a Italia y llevaba años vendiendo medidores eléctricos, carburadores para autos y hasta tocadiscos portátiles a toda América Latina. Chupetines a Estados Unidos, heladeras a querosene a África del Sur, Angola, Kenia y Senegal, y hasta la primera cosechadora de maíz del mundo inventada en 1950 por Roque Vasalli en la ciudad santafesina de Firmat –según consigna una nota de Rodolfo Gallo del Castillo en la nacion, en septiembre de 1971–, fueron parte de los productos con valor agregado que impulsaron al sector. Llegarían luego las preocupaciones propias de los empresarios por la falta de estabilidad económica y diferentes ciclos políticos. Pero los productos argentinos siempre han querido destacarse en el mundo.