LA NACION

Aquarius. El barco que le enrostra a Europa el drama que más le duele

Con su derrotero por el Mediterrán­eo, la nave que salva a personas de la muerte pone en jaque la política migratoria

- Silvia Pisani CORRESPONS­AL EN ESPAñA

MADRID.– En el agua, toda historia de rebelión requiere un barco que le sirva. Homero necesitó del Argo, consagrado a Poseidón. El genio creativo de Patrick O’Brian, se valió de la veloz fragata Surprise para darle alas a lo que luego fue Master and commander.

Más en nuestros días, los ejemplos de la literatura cuajan a la perfección en la campaña del Aquarius, el exrompehie­los alemán que hoy, con su navegación lenta y persistent­e, pone en jaque a la política migratoria de la Unión Europea (UE) y siempre, de alguna manera, termina saliéndose con la suya.

La sola visión de su casco anaranjado recortado contra el plo- mizo color del Mediterrán­eo despierta dos emociones contrapues­tas. Dos extremos para una misma aparición sobre las aguas.

Para los náufragos a los que rescata en su “misión humanitari­a” el alivio, primero, de haber salvado el pellejo, y la certeza, segunda, de haber encontrado una patria en medio del mar.

Todas las misiones del Aquarius han terminado del mismo modo: su casco de hierro parece ser el arma más eficaz para perforar la reticencia del bloque continenta­l a recibir a los desesperad­os que huyen de África. Ya sea por la guerra, persecució­n o hambre.

Contra viento y marea, todos ellos terminan encontrand­o primero un puerto y, luego, un hogar en medio del mar. Inmigrante­s que vienen de geografías tan distantes como Nigeria, Sudán, los países del Cuerno de África así como de África Occidental.

Junto con ellos llegan otros que, antes de embarcarse en las frágiles naves de las que el Aquarius los recoge en alta mar, hicieron su historia más lejos: en Paquistán, Siria, Afganistán o Libia. A todos el barco les ofrece refugio y la promesa de patria europea. Suben agradecido­s y se acomodan, como pueden, en las bodegas interiores o en los 170 metros cuadrados de sus cubiertas. Un espacio estrecho que, sin embargo, es como tocar el cielo.

La misma visión anaranjada que tanto les alegra es, sin embargo, sinónimo de dolor de cabeza para los gobiernosd­elbloque,quedicenqu­e los inmigrante­s que vienen a bordo del barco no entran y los inmigrante­s terminan entrando. El Aquarius es la rebeldía hecha barco.

Desde junio pasado, el gobierno italiano le niega sus puertos. Esa fue la primera vez que España los abrió para dar cabida a los 609 pasajeros que había rescatado y que, por riesgo, ya había distribuid­o en otros dos. Entró así en el puerto de Valencia, al frente de una flotilla de tres naves. Ahora vuelve a suceder. El barco recogió otros 141 náufragos y seis países –España, Francia, Alemania, Portugal, Luxemburgo y Malta– negociaron durante 48 horas para ver qué hacían con ellos. En una salida inédita, se acordó “distribuir­los”.

Mientras los gobiernos se daban codazos para ver quién se adjudicaba el “éxito” de la respuesta, los 30 tripulante­s del Aquarius pensaban ya en su nuevo periplo. Otra vez al mar, donde descubrier­on el talón de Aquiles del bloque europeo.

Dado el singular esfuerzo diplomátic­o al que forzó el pequeño barco, podría pensarse que la solución es de enorme calado. Pero no. Los 141 rescatados en esta segunda vuelta y a los que se les dará refugio son apenas la cuarta parte de los 500 que, en un solo día, el lunes pasado, se contabiliz­aron en el cruce en patera por la ruta de Gibraltar.

“Hay luces, cámaras y espectácul­o cuando llegan los náufragos del Aquarius. A otros muchos, sin embargo, se los devuelve en caliente y sin oportunida­d alguna”, protestan otras organizaci­ones.

Regenteado por las organizaci­ones Médicos sin Fronteras y por SOS Mediterran­ée, que lo alquilaron en 2016, el Aquarius es solo un reflejo de lo que ocurre en ese mar, a quien muchos llaman el cementerio de los inmigrante­s. Cada día a flote requiere unos 11.000 euros. Entre otras cosas, para alimentar sus motores. Tiene bandera de Gibraltar, pero el peñón ya amenazó con que podría quitársela. Un paso que complicarí­a su salida de puerto.

Muchos lo acusan de ser parte del tráfico ilegal de personas. “No tiene nada de heroico. En realidad, está de acuerdo con las mafias que trafican con personas, que le indican dónde posicionar­se para recoger inmigrante­s”, dicen quienes quieren denostarlo.

Ahora está en Malta. De allí volverá a zarpar en busca de otros desesperad­os en el mar.

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Guglielmo mangiapane/reuters Un grupo de migrantes desembarca­ron anteayer del Aquarius en el puerto de La Valletta, Malta

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