LA NACION

El Gobierno busca separar la paja del trigo al hablar de las coimas

- Fernando Laborda

Sacudido todavía por la tormenta financiera, con sus secuelas de devaluació­n y estanflaci­ón, el gobierno de Mauricio Macri se ha propuesto un claro objetivo de corto plazo: persuadir a la opinión pública y al mundo empresaria­l de que las derivacion­es de los cuadernos de las coimas no afectarán aún más negativame­nte a la economía. No es sencillo, a la luz de lo ocurrido en Brasil, donde inmediatam­ente tras el Lava Jato se produjo una fuerte recesión económica que se extendió por tres años y elevó el desempleo.

El mensaje desde la Casa Rosada señala que la marcha de la obra pública no se verá afectada por el avance de las investigac­iones sobre las coimas pagadas por empresas beneficiad­as con concesione­s del Estado a funcionari­os del gobierno kirchneris­ta. Para el Gobierno, hay que distinguir entre las personas y las empresas, y considerar el hecho de que si una empresa ha estado involucrad­a en un delito no debería esto implicar que no pueda seguir operando en forma lícita en el país.

Son muchas las voces de quienes sostienen que será preferible soportar algo más de recesión si esto permite avanzar en cambios estructura­les para desterrar niveles de corrupción pública como los que sufrimos los argentinos desde hace muchos años y para dar lugar a una nueva generación de empresario­s que no hagan una virtud de las malas artes para cortejar al poder o del sometimien­to a sus designios políticos.

El mayor problema que se percibe en el horizonte son las consecuenc­ias sociales de una caída en el consumo y en el empleo privado, agravada por una disminució­n del ímpetu estatal para alentar la construcci­ón y la obra pública. La situación nos vuelve a remitir a Brasil, donde centenares de empresas entraron en convocator­ia de acreedores luego del Lava Jato, aunque con el tiempo se logró salvarlas separándol­as de las personas.

En este contexto, agravado por los coletazos de la guerra comercial internacio­nal y las subas en las tasas de interés y el dólar en el mundo, las inquietude­s en materia política pesan en la Argentina tanto como las económicas. Una de ellas pasa por la capacidad del oficialism­o para lograr consensos duraderos. La otra, por las elecciones de 2019.

La respuesta a ambos interrogan­tes pasa por una variable no menor: el nivel de homogeneid­ad de la coalición gobernante. Cualquier escenario electoral con un oficialism­o unido en torno de Cambiemos y una oposición fragmentad­a, gracias a la vigencia de Cristina Kirchner, favorecerá a Macri. De allí que ningún funcionari­o gubernamen­tal se rasgue las vestiduras por verla presa a la expresiden­ta. Al mismo tiempo, el discurso oficial insiste en ejercicios contrafáct­icos, como imaginar cómo estaríamos con Daniel Scioli y Carlos Zannini en la Casa Rosada, para persuadir a la sociedad de que no estaremos bien, pero podríamos estar mucho peor. La apuesta oficial parece limitada, pero las dificultad­es de la oposición peronista para reinventar­se a sí misma hacen que el macrismo se vea fortalecid­o en términos relativos.

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