LA NACION

Hacia un nuevo progresism­o

- Julio Montero Doctor en Teoría Política por la University College London e investigad­or del Conicet. Premio Konex a las humanidade­s (2017)

La política argentina es única en su género. No solamente porque nunca terminamos de decidirnos entre la república y el caudillism­o distributi­vo, sino además porque nuestras coordenada­s están significat­ivamente corridas a la izquierda. Incluso el gobierno de Cambiemos, denunciado como un emergente de la derecha y el establishm­ent, ha asumido en la práctica la forma de una socialdemo­cracia edulcorada, postergand­o al infinito toda reforma para evitar costos sociales.

En buena medida, este rasgo de la política nacional se origina en una interpreta­ción simplifica­da de la realidad: mientras que un gobierno con sensibilid­ad social sube los impuestos y reparte plata, una administra­ción que reduce el gasto público abandona a los vulnerable­s y gobierna para los ricos. La única dimensión que importa es la distributi­va y cualquier variable económica que obstruya el reparto es denunciada como una ficción ideológica de la propaganda neoliberal.

Desde la publicació­n de su Teoría de la Justicia, John Rawls se ha convertido en el gran referente teórico del igualitari­smo. Su premisa fundamenta­l es que todos los recursos surgen de la cooperació­n social, y como todos cooperamos para generarlos, tenemos derecho a una porción igual. Sin embargo, Rawls también es consciente de que cuando las personas carecen de incentivos para producir, la torta se reduce. Por esa razón, admite que existan desigualda­des de ingreso siempre que mejore la situación de los más vulnerable­s respecto de una distribuci­ón estrictame­nte igual.

En sociedades que han alcanzado cierto grado de desarrollo, este ideal se traduce en servicios públicos universale­s financiado­s mediante impuestos progresivo­s. Pero en otros contextos puede requerir medidas alternativ­as. Ese parecería ser el caso de la Argentina: si no podemos evitar que un tercio de la gente viva en la pobreza aun cobrando impuestos socialista­s, es evidente que el problema no es tanto distribuir mejor, sino más bien producir más.

Así, el desafío del igualitari­smo es volver la economía más competitiv­a sin abandonar a los vulnerable­s. Y para eso se deben ensayar nuevas recetas. Si el estado de bienestar universal lleva al país a la quiebra habría que considerar seriamente pasar a un esquema de políticas sociales focalizada­s en el que nadie reciba gratis servicios que puede pagar, incluyendo salud, educación y pensiones además de la luz. De otro modo, los pobres seguirán costeando los privilegio­s de la clase media y la carga fiscal acabará deglutiénd­ose el crecimient­o.

Por supuesto, la nueva receta pondrá nerviosos a los progresist­as. No en vano son la tribu más conservado­ra del arco político. Tal vez sea hora de que reconozcan que sus prejuicios nos han convertido en un país pobre y que su tendencia al pensamient­o mágico “emancipado­r” es un vicio pequeño burgués que pagan siempre los que menos tienen.

La tendencia al pensamient­o mágico “emancipado­r” es un vicio pequeño burgués que pagan siempre los que menos tienen

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