LA NACION

Pedro Troglio habla de su amor por Gimnasia, del suicidio de su exesposa, de la histeria en el fútbol y de Bilardo

El lado B de un símbolo de Gimnasia: de la admiración por Bilardo al suicidio de su exmujer; “El 7-0 contra Estudiante­s todavía me persigue”, confiesa; Maradona, Simeone, Sabella, Messi...

- Texto Cristian Grosso y Máximo Randrup | Foto Santiago Hafford

LA PLATA.– La gran inundación del año 67 en Luján dejó en la calle a los Troglio. Se refugiaron en Castelar, en una piecita en el fondo de una fábrica de muebles de cocina. Pedro se convertirí­a en ‘Toni’ por su segundo nombre. Ayudaba a su padre a curar a las vacas abichadas en las pezuñas. Después, atendió un almacén, fue cadete en una agencia de viajes y conserje en un apart hotel en Recoleta. Estuvo muerto 16 segundos por una peritoniti­s fecal. Se probó en Vélez, en Platense y lo dejaron libre de Boca. Llegó a primera división en River y tres años después fue campeón del mundo en Japón. Debutó en el calcio contra el Milan de Sacchi, Gullit y Van Basten…, y él convirtió el gol para la victoria de Verona. Se retiró con Villa Dálmine, en la C. Completó el curso de periodista deportivo en la escuela de ‘Quique’ Wolff. Trabajó con el ‘Loco’ Hernán Montenegro en una empresa que llevaba basquetbol­istas a Europa. Emblema de Gimnasia, admira a Carlos Bilardo porque lo considera un maestro. Su exmujer se suicidó el año pasado. Tiene seis hijos; María Pía, la mayor, va a cumplir 30, y Pedrito anda por los 3.

Mil historias, mil sensacione­s. Tantas experienci­as. Vivía en Roma, jugaba con Di Canio, Ruben Sosa y KarlHeinz Riedle en la Lazio que dirigía Dino Zoff. Una tarde libre, Troglio enfiló hacia las cercanas playas de Fregene, sobre el mar Tirreno. “Tiré un paquete de papas fritas desde el auto y, como íbamos a paso de hombre, el tipo de atrás se bajó y me vino a preguntar por qué lo había arrojado en la calle. ‘No me jodas’ pensé en el momento, pero después me quedé pensando, entendí que lo que había hecho era desagradab­le y nunca más lo repetí. Jamás dejo un papelito en el piso”, cuenta el hombre que entre 1994-1997 jugó en el Avispa Fukuoka, de la Liga japonesa. “Allá aprendí de todo, pero si acá lo intento emplear quedo como un boludo. Por ejemplo: por la cantidad de gente, en una mitad de la vereda se camina para un lado y en la otra mitad para el lado contrario. En las esquinas, siempre, pasa un auto y un auto alternativ­amente. Nadie grita porque todos respetan la tranquilid­ad del otro. ¿Te imaginás eso acá? ”, se pregunta con un dejo de desolación.

“Yo vengo de una familia enferma de Independie­nte”, asume Troglio. Y muestra credencial­es. “¿Te acordás de la final del Nacional 78, contra Talleres? Yo estuve en Córdoba, con 12 años. Me fui con mi viejo y con mi hermano, pero no de cualquier manera: a dedo, y nos subían los camioneros. A mí me encantaba el ‘Bocha’, era lo más grande que había. Después me tocó enfrentarl­o y de desesperad­o le pedí la camiseta en medio de un partido. Yo lo había cagado a patadas, me miró y me dijo: ‘Esperá que termine, nene’. Tenía un fastidio bárbaro el ‘Bocha’ porque les ganamos 4-1 con River, pero después me dio la camiseta. Un grande”.

–¿Qué jugador actual se parece a Troglio?

–¡Qué difícil! En el fútbol argentino no sé, no se juega con volantes mixtos: mediocampi­stas que trabajen en la recuperaci­ón, pero que después quiebren líneas con cambios de ritmo. Eso es, a lo mejor, lo que ha faltado en la selección. Yo no era ni un virtuoso con la pelota ni un negado, y tenía marca. No era un 10 en ninguno de los dos aspectos, pero era parejo. A nivel internacio­nal, sí hay varios. Pienso en Luka Modrić, yo era muy parecido al croata Modrić. Él agarró un fútbol más evoluciona­do desde lo táctico: yo solo en la selección me movía por todos lados, en mis equipos era siempre bien por la derecha. A Maxi Rodríguez, cuando apareció, también le veía cosas mías. Pienso que tipos así son los que le faltaron a la selección, capaces de llegar al arco rival y de ayudar a Mascherano en la marca.

–¿Por qué te quieren tanto en Gimnasia?

–Fue a primera vista, cuando vine como jugador. Quizá porque muchos pensaron que venía a robarla. Yo tenía 31 años y en aquella época ya te considerab­an un viejo. Cuando me vieron combativo me empezaron a tomar cariño y a los seis meses, cuando me rompí la rodilla, fueron tres micros de hinchas a visitarme a mi casa en Castelar. A partir de ahí se generó un vínculo que se agrandó cuando agarré como técnico.

–Siempre asumiste en momentos complicado­s.

–La primera vez peleamos el descenso, nos salvamos y terminamos luchando el campeonato. Y en la segunda, algo parecido: vine con Gimnasia en la B Nacional, ascendimos y después peleamos el título en primera. Esto hace que haya un porcentaje alto de gente que me aprecia, aunque también hay un porcentaje alto que tengo en contra por lo que me tocó vivir como técnico en ese clásico. Pero bueno, ¿cuál es mi demostraci­ón? Venir cuando nadie quiere. Pensé que no iba a volver más y mi mujer me había dicho que no volviera porque veía cómo sufría. Una cosa es que te vaya mal, que eso te puede pasar en todos lados, y otra es que te vaya mal en un lugar del que te sentís parte. El día que me tuve que ir la última vez la pasé muy mal y mi mujer fue terminante: ‘Nunca más’. Hasta que hace poco, me dijo:

‘Vos querés volver, pero lo único que te pido es que no te pelees con nadie’.

–¿Vas a podés hacerlo?

–Creo que sí. Yo me puedo pelear con cualquier rival, pero a los hinchas de acá que no me quieren no los voy a cambiar nunca. Me tomaron idea por algo en particular y no lo van a cambiar. Yo quiero que le vaya bien a Gimnasia, tanto para alegría de los que me quieren como para los que no me quieren.

–¿El 7-0 del 2006 todavía te persigue?

–Sí, me persigue porque eso pasa una vez en la vida y me tocó a mí. Se dieron todos los condimento­s: habíamos pasado el jueves a los cuartos de final de la Copa Sudamerica­na y nos ponen el clásico el domingo a las 14; vamos perdiendo 3-0, entramos al vestuario y, como estábamos cansados, les digo ‘tranquilos, no nos hagamos echar’, y a los cinco minutos quedamos con nueve. El ping pong terminó 9-4, no es que terminó 18-2; se dio todo al revés y me tocó a mí.

–Simeone era el DT de Estudiante­s, se conocen desde chicos. ¿Nunca hablaste del tema con él?

–No. Lo he cruzado, pero no tocamos el tema. Lo de él no tiene nada de malo: si ellos se quedan con siete u ocho jugadores, yo les hago 173 goles si puedo. No estoy de acuerdo con esa boludez de no hacerle más goles al rival para no ofenderlo. En ese caso no hagamos más la Copa Argentina porque eso puede pasar seguido. Prefiero una goleada a que le tomen el pelo a la gente y los jugadores no quieran hacer goles a propósito. Lo peor que te puede pasar en el fútbol es eso [se refiere al 7-0] y por algo me lo habrán mandado.

–¿Qué darías por ser campeón con Gimnasia?

–Sería saldar un montón de cuentas, más allá de que yo no me siento en deuda con el club. Sería cerrar un círculo, una historia. Sería lo máximo para mí. Igual, la perspectiv­a es difícil: ves a Boca que tiene a Tevez en el banco y a Benedetto en la tribuna, y estamos lejos. Ellos piensan en gastar 12 millones de dólares para un jugador y nosotros no podemos gastar 100 mil. Se puede armar un buen equipo y pelear, claro, pero siempre arrancás un paso atrás.

–Guillermo Barros Schelotto, Griguol y vos. ¿Cuál es el orden?

–Yo lo pondría primero al Mellizo porque es de la casa y ahí, casi a la par, metería al Viejo. Después hay otros que tienen que ver con la historia más vieja del club y fueron muy importante­s. Dentro de 50 años no se van a acordar de nosotros tres y van a hablar de los nuevos. De esta época, ellos dos están por encima de todos.

–¿Ser bilardista y dirigir a Gimnasia qué complicaci­ones te trae?

–Las que le puede traer a cualquier gimnasista estar casado con una hincha de Estudiante­s. Trato de manejarlo, pero Carlos fue muy importante en vida futbolísti­ca. Cuando algún amigo de Gimnasia me discute eso, yo le digo: ‘¿vos no tenés ningún amigo de Estudiante­s?’ Y se me queda mirando. Cuando no tenía nada que ver con Gimnasia ese hombre me llevó a la selección y a un Mundial, y me dejó enseñanzas tácticas terribles. ¿De qué me sirve negarlo? Trato de cuidarme y no hablar mucho de él, sobre todo cuando la cosa no va bien, pero yo soy un agradecido del tipo. Es ridículo…, y cada vez me fijo menos en esos cuidados. Un día el padre del ‘Pipa’ Higuaín me dijo: ‘El día que todo te chupe un huevo te vas a recibir de técnico’. Y ya me recibí hace años...

–Bilardo como técnico fue…

–Un adelantado. Pero no sé si podría convivir con el jugador actual porque era demasiado intenso.

–¿Por eso te perdiste el debut contra Camerún en el Mundial de Italia 90?

–Faltaban cuatro días. En la práctica de ese día le habíamos ganado 5-0 a Renato Cesarini, con tres goles míos y dos de Caniggia. Serían las 2 de la mañana, estábamos en el cuarto con Cani jugando al Mario Bros, intentado salvar a la princesa, cuando entró Carlos. Fue a buscar un testigo, como siempre; trajo a Pumpido y se enojó. Al otro día, nos sacó a los dos y estoy seguro de que por eso no fuimos titulares contra Camerún. Él tenía esas cosas.

–¿Y Sabella qué te genera?

–Es un excelente entrenador y un ser humano bárbaro también. Tenemos conocidos en común, nos hemos cruzado muchas veces y el tipo siempre habló bien de mí. Le tengo un respeto enorme y le valoro que pregone cosas distintas a las que hacía como jugador, porque era talentoso pero vago. Me puso contento verlo bien el otro día en el aniversari­o de Estudiante­s.

–¿Cómo ves a Maradona?

–A mí me gusta verlo bien porque, personalme­nte, nunca lo vi mal y me duele cuando está en quilombos. No sé si cuando éramos compañeros usaba o no usaba, pero yo lo veía atlético, de buena onda y con todo el liderazgo. Me duele cuando le cuesta hablar y entonces todos lo matan, porque él es un ejemplo de esta sociedad de falsa moralina.

–¿Lo definirías como un buen líder?

–Sí, sí, era terrible. Estaba todo el día ‘pim, pim’; si no le entraba la jeringa, se la sacaba al médico y se la ponía él. Era un líder que en los momentos difíciles, siempre estaba cerca. Yo levantaba la cabeza y lo tenía al lado. Esa es la diferencia: Messi lo igualó y hasta capaz que lo pasó desde lo técnico, porque hacer lo que hace Messi en este fútbol tan veloz es dificilísi­mo, pero a veces Messi está lejísimo de la jugada. A Diego siempre lo tenías cerca, y cuando perdíamos la pelota era el primero en intentar recuperarl­a.

–¿Cómo vivís la experienci­a de ser papá después de los 50 años?

–Es hermoso, vivo emociones que no me acuerdo de haber vivido con mis hijos anteriores. Quizá porque tenía 22 años, qué se yo, estaba en cualquiera, estaba en medio de mi carrera como jugador. Vivía más acelerado y ahora me tomo el tiempo para disfrutarl­o mucho más a Mirko y a Pedrito.

–A finales del año pasado se suicidó tu exmujer, Silvia. ¿Tuviste que reconfigur­ar la relación con tus cuatro hijos mayores?

–Sí, claramente. Son cosas que uno ve en los medios y creés que nunca te van a pasar. Para mí fue duro porque, si bien estábamos separados hace mucho, nos conocíamos desde muy jóvenes. Para los chicos es una condena que van a tener que llevar toda la vida. No tenían una gran relación con la madre, pero eso tampoco trae calma porque hasta los deja más culpables. La verdad es que no hallamos respuestas y me toca tratar de ayudarlos en lo que pueda. Es una condena que van a tener que soportar.

–¿Tu hijo Gianluca es el Troglio bueno?

–Sí, pero es un vago. Si se dedicaba al fútbol tenía que dejar los cumpleaños de 15, los bailes y él no quería dejar eso; total estaba cómodo. No necesitaba dejar nada. ¿Dónde está jugando hoy? En una liga de Campana para entrar al Federal C. Tenía condicione­s para trascender y ahora se quiere morir por no haberlas aprovechad­o.

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 ??  ?? “El Troglio bueno es mi hijo Gianluca, pero es un vago”, bromea el DT del Lobo en su bosque de Estancia Chica
“El Troglio bueno es mi hijo Gianluca, pero es un vago”, bromea el DT del Lobo en su bosque de Estancia Chica
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