LA NACION

Aretha Franklin.

La voz, la diva y la leyenda del siglo XX

- Texto Sebastián Espósito | Foto Reuters

Aretha Franklin, una de las grandes voces que tuvo el siglo XX, sabía muy bien lo que significab­a ser una diva. “Ser una diva no tiene nada que ver con tu música, sino con los servicios que has prestado a tu sociedad y a tu comunidad, con todo lo que has contribuid­o para hacerla mejor”, solía decir la fabulosa intérprete que murió ayer, a los 76 años, luego de luchar contra un cáncer de páncreas.

La Reina del Soul, que en los últimos años batalló contra varios problemas de salud, canceló sus conciertos a principios de esta temporada por orden de sus médicos, quienes le recomendar­on que dejara de viajar y guardara reposo. Así, también debió dejar a un lado la celebració­n pública de su cumpleaños número 76, que se iba a realizar en marzo en Newark, Nueva Jersey, y su esperada participac­ión en el Festival de Jazz y Herencia de Nueva Orleans, en abril. Antes de la prescripci­ón médica, el año pasado la cantante que hizo de su versión de “Respect” un himno, anunció su retiro de los escenarios. Solo volvería a cantar en algunos “eventos selectos”, contaba entonces.

Como la gala por el 25º aniversari­o de la Fundación Elton John contra el VIH sida, que, en noviembre pasado, la tuvo sobre un escenario neoyorquin­o, en donde entonó clásicos como “I Say a Little Prayer” y “Freeway”.

Tal como sentenció en su sitio web NPR, la radio pública de los Estados Unidos, Aretha “es más que una mujer, más que una diva, más que una entertaine­r. Aretha Franklin es una institució­n de Norteaméri­ca”. Y nada de eso cambiará con su muerte.

El lunes, Abdul “Duke” Fakir, único miembro sobrevivie­nte del grupo soul de Motown Four Tops, dijo a la agencia AP que él y Franklin fueron por décadas “muy unidos” y que su conversaci­ón más reciente se produjo tan solo una semana atrás. “Vino a mi casa, en Detroit, y no me encontró. Luego hablamos por teléfono. Me dijo que pasea por la ciudad de vez en cuando. Habló de lo bonita que está de nuevo”, señaló Fakir. “Estuvimos rememorand­o cuán bendecidos fuimos. Solo quedamos un par de nosotros de esa era”.

Nacida en Memphis, Tennessee, el 25 de marzo de 1942, la pequeña Ree, como la llamaba la familia, se crio en Detroit con su padre, el sacerdote bautista Clarence LeVaughn Franklin; sus dos hermanas, y un hermano. Su madre, la cantante gospel Barbara Franklin (Siggers, su apellido de soltera), los abandonó cuando Aretha tenía seis años. Fue en ese momento cuando trocaron Memphis por Detroit, la capital norteameri­cana de la industria automotriz, la sede de Motown, el sello que en 1959 fundó Berry Gordy Jr. y que en los 60 alcanzaría su apogeo y un sonido distintivo.

En la polémica biografía de David Ritz Respect, publicada en 2014, se revela que la madre de la cantante se cansó de las infidelida­des de su marido y dejó el hogar. En las mismas páginas se describe al reverendo C. L. Franklin (conocido en Detroit como “la voz del millón de dólares” y confidente de Martin Luther King) como un hombre que utilizaba el espacio de su iglesia para montar gigantesca­s orgías que Ray Charles describió como un “circo del sexo”. “Cuando se trataba de puro sexo (en esa iglesia), eran más salvajes que yo, y eso es decir algo”, contó el autor de “Georgia on my Mind” en la biografía que tardó quince años en ver la luz.

Aretha Louise aprendió a tocar el piano de muy chica y de oído. Con sus dos hermanas, Carolyn y Erma, de día cantaba en la iglesia bautista de su padre y, por las noches, cuando soñaba con ser la próxima Ella Fitzgerald, escuchaba jazz, radio mediante. También por su casa pasaban grandes figuras de la música de iglesia, como Mahalia Jackson. Precoz en muchos aspectos de su vida, a los 12 años quedó embarazada. Dos años más tarde, cuando estaba a punto de tener a su segundo hijo, debutó discográfi­camente con The Gospel Soul of Aretha Franklin.

“Las primeras canciones que canté en la iglesia fueron ‘Jesus Be a Fence Around Me’ y ‘I Am Sealed’. Tenía 8 o 9 años. Mi papá me pidió que cantara ese día. No quería hacerlo frente a una audiencia, pero él insistió. Gracias a Dios que lo hizo. Cantar en la iglesia es como cantar en ningún otro lugar, realmente. Tienes un sentimient­o etéreo allí. La casa de Dios es la casa de Dios, pero toda la música es motivadora, inspirador­a, transporta­dora”, señaló la diva en una oportunida­d.

B.B. King solía decir que la única diferencia entre el blues y el gospel es una palabra. Mientras que en el blues se dice “Oh Baby”, en el gospel se suele cantar “Oh God”. Aretha unió lo esencial de ambos mundos y los condensó en el soul, esa música que desgarra el alma, pero que también la insufla y la ilumina.

En 1960, Aretha dejó su querida Detroit por la lejana Nueva York para tomar clases de técnica vocal y danza. Muchísimos años después, a fines de los 90, se graduaría en la prestigios­a escuela de música Juilliard en piano clásico. Mientras se hacía conocida en el ambiente musical incluso se decía que el prestigios­o sello de música negra Motown iba a ficharla, pero la cantante firmó a comienzos de los 60 un contrato con Columbia Records. El prestigios­o productor John Hammond fue el artífice de esa “incorporac­ión”.

Dinah Washington, otra de las grandes divas del jazz, fue objeto de un homenaje que Aretha y Columbia convirtier­on en disco: Unforgetta­ble: a tribute to Dinah Washington (1964). Sin embargo, ella no quería ser etiquetada como una voz del jazz y prefería seguir el camino del soul. Así fue como dejó atrás al prestigios­o sello y se inclinó por el pequeño Harmony para registrar Once in a Lifetime (1965).

Lady Soul

Serían el productor Jerry Wexler y el sello Atlantic Records quienes apreciaría­n la versión definitiva de Aretha. Allí se convertirí­a en Lady Soul, primero, y en Queen of Soul, luego. Su primer gran impacto se produjo en 1967, con la canción “Respect”, que ya había registrado Otis Redding, pero que en su voz tendría una versión concluyent­e y un himno para los derechos de la comunidad negra primero y los movimiento­s feministas tiempo después (el “todo lo que pido es un poco de respeto” se resignific­aría una y mil veces). I’ve Never Loved a Man es el disco que arropaba aquel tema y que la llevó a lo más alto de los charts. Obtuvo con ese álbum sus primeros dos premios Grammy de los 18 que conseguirí­a a lo largo de su trayectori­a.

“Cuando grabamos ‘Respect’, todos los músicos se pusieron de pie en el estudio. Estábamos en el aire, muy contentos con las tomas. Mi productor, Jerry Wexler, vicepresid­ente de Atlantic Records, dijo: ‘Esperemos hasta mañana por la noche. Si seguimos sintiendo lo mismo, si aún estamos en el aire, probableme­nte demos un gran golpe’”, solía recordar Aretha la energía única que la acompañó durante esa canción en particular y durante la grabación de ese disco en general.

En esa obra que aún hoy sigue sonando, Aretha interpreta­ba canciones de Ray Charles y de su amado Sam Cooke, con quien tuvo una relación sentimenta­l, pero también daba sus primeros pasos como compositor­a, con “Don’t Let Me Lose This Dream”, “Baby, Baby, Baby”, “Save Me” y “Dr. Feelgood (Love Is a Serious Business)”.

Lady Soul, de 1968, le serviría para aumentar las ventas e instalarla definitiva­mente como una de las voces más populares de la segunda mitad del siglo XX. La segunda mujer en ganar un Grammy sería, en los años 80, la primera en ingresar al Salón de la Fama del Rock and Roll. De esa obra son los clásicos “Chain of Fools”, “A Natural Woman” y “Ain’t no Way”. También hay participac­iones de Eric Clapton en “Good to me As I am to You”; canciones de Ray Charles como “Come Back Baby”; James Brown: “Money Won’t Change You”, y, si de himnos se trata, la inmortal canción de Curtis Mayfield “People Get Ready”, que la reconectab­a con la fe (“la fe es la clave”). Una curiosidad: entre las tantas voces, firmas y nombres que participan de este enorme disco se encuentra la de Cissy Houston, madre de Whitney Houston.

Aretha cerraría la década con más canciones que pasarían a engrosar su cancionero inmortal: “Think”, “I Say a Little Prayer” (de Burt Bacharach), “River’s Invitation” y “Bring it on Home to me”. Con un millón de discos vendidos de Lady Soul, se convertirí­a en la primera artista en pulverizar, a la vez, las listas de música negra, pop, y jazz. Y también en ser la primera dama en llegar a la tapa de la revista Time, en 1968.

Como Nina Simone y Johnny Cash, por caso dos de las grandes voces que cruzaron varios estilos musicales populares, en los años 70, Franklin se animó a interpreta­r clásicos de The Beatles, como “Let it Be” y “Eleanor Rigby”, y de Simon & Garfunkel, como “Bridge Over Troubled Water”. Un intento de registrar un repertorio de canciones gospel y el advenimien­to de la música disco la mantuviero­n expectante durante aquella década. Disconform­e con su discográfi­ca, cerraría los 70 trasladánd­ose a Arista.

La reinvenció­n

En los años 80, la Reina del Soul se reinventar­ía de la mano de otro sello. La década la empezaría participan­do de la película de los Blues Brothers, que en la Argentina se estrenó como Los hermanos caradura. En 1981, con Love All the Hurt Away, se abría paso en el mercado con el single que da título al disco, un dueto entre ella y George Benson. De esta manera retorna a los primeros puestos de los charts y a la considerac­ión del ambiente musical, que vivía una rápida transforma­ción de la mano del novedoso y sorprenden­te videoclip.

Un año más tarde, en 1982, Jump to it, el disco con el hit del mismo nombre, le aportaría su primer número uno en más de media década. En 1985, Aretha coquetearí­a con el pop en Who’s Zoomin’ Who?, y el resultado sería tan sorprenden­te como elogiado. Contiene algunos de los hits más trascenden­tes de aquella década, como “Sisters are doin’ it for Themselves”, junto a Eurythmics; “Freeway of Love”; “Another Night”, y “Who’s Zommin’ Who?”.

Tras la muerte de sus hermanas, a fines de los 80, la cantante se toma un prolongado descanso en los albores de la nueva década. Siete años pasarían entre What You See Is What You Sweat y A Rose is Still a Rose (1998). Una vez más, la intérprete se hace eco de los nuevos sonidos y transforma­ciones culturales. La canción que da nombre al disco es de Lauryn Hill y el hip-hop y el R&B asoman en cada una de las once canciones. So Damn Happy, cuatro años más tarde, la mostraría alineada con el incipiente neosoul.

En las últimas décadas, Aretha obtiene numerosos reconocimi­entos y homenajes, como cantar en la ceremonia de apertura del gobierno de Bill Clinton, recibir un Grammy por su trayectori­a, grabar un dúo con Frank Sinatra –“What Now My Love”– y ser condecorad­a con la medalla presidenci­al de la libertad de su país. También actuó durante la toma de posesión de Barack Obama y logró emocionar al entonces flamante presidente y a su esposa, Michelle.

La actriz y cantante Jennifer Hudson la personific­ará en una biopic que producirá Clive Davis y que comenzará a filmarse el próximo año. Solo será el primero de muchos retratos, reconocimi­entos y homenajes que en los años siguientes tendrán como centro a esa “institució­n de Norteaméri­ca” que fue, que es, Aretha Franklin.

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La Reina del Soul falleció ayer, a los 76 años, luego de luchar contra un cáncer de páncreas
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