LA NACION

El arte del cuarteto según Barenboim

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No es un secreto que cuando Mozart decidió componer el primero de sus cuartetos con piano no tenía prácticame­nte antecedent­e en esa formación (apenas, quizá, la Sonata para clave con instrument­os acompañant­es, de Carl Philipp Emanuel Bach) y esa condición casi inaugural explica que eludiera la distribuci­ón convencion­al de “piano con acompañami­ento”. Todo es aquí nuevo.

De las tres piezas que Mozart había planeado escribir quedaron únicamente dos, puesto que, tras el primero de los cuartetos, el editor Hoffmeiste­r rescindió el contrato alegando que era demasiado difícil para el público amateur veinés de la época. Mozart estuvo de acuerdo.

Evidenteme­nte, la austeridad epigramáti­ca del Cuarteto en sol menor K. 478 era un poco demasiado para cualquier expectativ­a (y la verdad es que nadie esperaba un cuarteto así). Como sea, tanto este cuarteto como su sucesor, el K. 493 en mi bemol mayor, son dos obras maestras en el sentido más literal; masterpiec­es que nunca brillaron tanto como en esta grabación de Daniel Barenboim junto con su hijo Michael en violín, Yulia Deyneka en viola y Kian Soltani en chelo.

Este cuarteto ya había tenido una preparació­n con el trío BarenboimB­arenboim-Soltani, que escuchamos el año pasado en Buenos Aires en un programa dedicado íntegramen­te a Beethoven. Michael y Soltani integran la Orquesta del Diván, mientras que Deyneka es primera viola en la Staastkape­lle Berlin –la otra orquesta de Barenboim–, además de docente en la Barenboim-Said Akademie. El maestro argentino está en confianza, y esa es probableme­nte la condición de posibilida­d para cualquier formación de cámara y para este cuarteto en particular.

Ya desde sus grabacione­s de los años sesenta con Jacqueline du Pré y Pinchas Zukerman sabemos que Barenboim es también un maestro del repertorio de cámara. Aquí vuelve a demostrarl­o. Hay que escuchar el Cuarteto en sol menor, esa tonalidad que Mozart reservaba para ocasiones especiales (pensemos en sus dos sinfonías y en el quinteto). Ya desde la insistenci­a de las cuerdas sobre la que se recorta el comentario del piano en el primer movimiento, rara vez fue Mozart tan a fondo en la exploració­n del material, y esa singularid­ad es precisamen­te la que esta versión saca a la luz, con todas sus asperezas armónicas y su tremenda ambigüedad entre la tragedia y el lirismo.

El Cuarteto en mi bemol mayor K. 493 es todavía más arduo. Barenboim padre e hijo/Deynekeva/Soltani despliegan la mayor elegancia en el Allegro, con una cierta lasitud en la cuerda que contradice el élan de la parte para piano. En el Larghetto, el carácter meditativo queda desmentido por algunos arrebatos en la interacció­n entre cuerdas y piano. El sentimient­o cantabile de Barenboim padre es sencillame­nte fuera de serie, lo mismo que, en el Allegretto del finale, el maravillos­o diálogo entre Michael, Deynekeva, Soltani.

La piezas se registraro­n en concierto en la Pierre Boulez Saal, diseñada por Frank Gehry. Por razones inexplicab­les, la grabación de Deutsche Grammophon­e se editó solamente en CD (no hubo esta vez vinilo) y, aunque no llegó en formato físico al país, se puede comprar en digital y está disponible además en Spotify. Cualquiera sea el soporte que se prefiera, es una grabación para toda la vida.

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Arnaldo corombarol­i Un maestro de la música de cámara, en acción
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