LA NACION

VIVIR SOLO Y AISLADO EN MEDIO DEL CAMPO

En muchos parajes rurales de Río Negro, las familias se mudan a los pueblos cerca de las escuelas y los hombres se quedan cuidando el ganado y sus casas, aislados y con muy pocos recursos

- Micaela Urdinez ENVIADA ESPECIAL

OJOS DE AGUA, Río Negro.– Rubén Huentemil vive solo en el campo, a 10 kilómetros de Ojos de Agua, en Río Negro. Se levanta a las 7 y en la habitación­quedan los restos de un pequeño brasero que ardió durante la noche. La puerta de su casa y las ventanas están congeladas del lado de adentro, porque la helada se filtra por las hendiduras.

Prende la luz de farol a gas y se viste con todas las capas de ropa que puede. Camina unos pasos al ambiente de al lado para encender la cocina de leña y calefaccio­narlo. Pone el agua para el mate y come una torta frita del día anterior. Se abriga con un mameluco y sale a controlar sus 180 ovejas.

“Hay una gran cantidad de campos solos porque es muy ardua esta vida. Casi no hay jóvenes. El que cuida por su cuenta no conoce lo que es un domingo o un feriado”, dice Huentemil, para explicar una de las problemáti­cas más difíciles de la región: la mayoría de las personas que viven en el campo son hombres mayores y solos.

Franca Bidinost, extensioni­sta rural del INTA Bariloche, asegura que allí es mucho más dura la vejez que la niñez. “Los chicos están en las aldeas, tienen los servicios y la comida asegurados. En cambio, los viejitos están tirados en el campo. Gracias a Dios tienen la jubilación y eso hace que a veces algún hijo se acerque para cobrársela y administrá­rsela. Tienen que hacer kilómetros para buscar el agua, salir a cortar la leña y no tienen calefacció­n”, explica.

En el caso de Huentemil, su papá falleció hace tres años y, aunque tiene cinco hermanos, él se hizo cargo del campo, de 1700 hectáreas. “Estoy separado y no tenía compromiso­s de quedarme en el pueblo. Mis hijos están internados en la escuela de Jacobacci”, cuenta. Su mamá vive con él, salvo durante el invierno, que lo pasa en Viedma, en la casa de otro de sus hijos.

La explicació­n de por qué los hombres están solos es que las mujeres se mudan con sus hijos a los pueblos en donde están instaladas las escuelas y ellos se quedan cuidando los animales. La familia se divide para apostar por el futuro de los chicos y cuando estos crecen tampoco encuentran en el campo una salida posible.

“Lo que falta es empleo. Hay una franja entre los 20 y los 60 años que no tienen jubilación ni una pensión y es muy difícil conseguir trabajo. Algunos hacen changas o esquila, pero si no, se van a ciudades como Viedma, Bariloche o Jacobacci”, dice Virginia Velazco, extensioni­sta rural del INTA Jacobacci.

Múltiples tareas

Con los hijos ya grandes, las mujeres vuelven a vivir en el campo y se queda el matrimonio solo ocupándose de todo. Esto es lo que les sucedió a Julio Pedraza y su mujer, habitantes de Ojos de Agua. Ya están jubilados y cuidan por su cuenta sus 200 ovejas (ver aparte).

De chico, Huentemil vivía en esa misma casa, jugando al fútbol con pelotas de trapo hechas con medias, y fue a la escuela hogar de Mamuel Choique, la única que había en la zona. “Éramos más de 100 chicos. Íbamos a caballo y nos quedábamos de septiembre hasta mayo. Supimos compartir: al ser tantos, no alcanzaba el pan ni la comida”, cuenta este productor, que terminó 7º grado. Después se puso a trabajar de peón en donde podía.

Cuando volvió a su casa de grande, supo que había que hacerle mejoras para enfrentar las temperatur­as bajo cero. Era toda de adobe y el verano pasado les puso revoque de material a las paredes y el piso.

No tiene señal de teléfono ni luz ni gas. Pero desde la Comisión de Fomento le dan tres garrafas por mes durante la época de frío y también 1000 kilos de leña. “Ayuda, pero no alcanza”, sostiene. También cuenta con un grupo electrógen­o que usa cuando su madre quiere ver una película en DVD.

Lo que sí le mejoró mucho su calidad de vida es poder tener agua, gracias a un pozo y una bomba solar que le instalaron el año pasado. El baño es una letrina fuera de la casa. Para asearse calienta agua y usa un fuentón. “Mis viejos toda la vida acarrearon agua de un pozo a 60 metros. Acá bañarse en invierno se hace difícil”, dice.

Todas las mañanas, Huentemil madruga para ir a revisar, a caballo o a pie, los animales. Regresa a almorzar y se prepara unos fideos. A la tarde, sale a hacer otro recorrido. “El año pasado la nieve mató 25 animales porque los tapa y se ahogan. Cuando hay tanta nieve no llegás a donde ellos están y es difícil encontrarl­os. Ese es el riesgo del campesino”, explica.

Como todos los productore­s, Huentemil está acostumbra­do a la soledad y a hacer todo por su cuenta. De chico le enseñaron a cocinar y a fabricar ladrillos de adobe.

Las distancias son grandes y el vecino más cercano puede estar a 30 kilómetros. La única compañía de los productore­s es la radio, para escuchar música o enterarse de las noticias locales. “Puedo estar tres meses sin ver a nadie”, confiesa Huentemil.

Para comunicars­e, varios tienen radios VHF y también lo hacen con una central que está en Jacobacci para poder hablar con sus familiares. A fin de año, los ganaderos venden chivitos, el pelo de las chivas y la lana de sus ovejas. Lo hacen por su cuenta con el mercachifl­e, a través de cooperativ­as o comunidade­s indígenas. Con lo que juntan tienen que aguantar durante el resto del año. Por eso, su dieta está supeditada a la carne y la harina.

“Acá no conocemos un sueldito por mes. Se hace un pedido anual de mercadería en el que se compran harina, fideos, arroz, polenta, condimento­s y azúcar. Yo prácticame­nte no consumo verdura ni leche. A lo sumo, papa y cebolla”, cuenta Huentemil sobre su alimentaci­ón poco balanceada.

Cuando va a Jacobacci, aprovecha para ver a sus hijos. Tiene una camioneta, o si no se toma una Traffic que hace ese recorrido.

Para los campesinos, los beneficios de vivir en el campo son muchos, pero destacan principalm­ente la tranquilid­ad y que los gastos son más bajos porque no tienen a dónde ir a comprar. “En el pueblo te faltaron galletitas y al lado tenés un almacén. Y porque viste otra cosa también la comprás. Es todo plata. En cambio, en el campo no: si no tenés masitas, no comés”, dice Huentemil, mientras repone los troncos de leña en la cocina.

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La casa de uno de los productore­s de la zona, en medio de la nieve
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Néstor Nahuelfil, uno de los pocos jóvenes en el campo
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