LA NACION

De tragedias y pasiones, según el tango

★★★ bueno. coreografí­a y dirección: Hugo Mastrolore­nzo. intérprete­s: Agustina Vignau, Hugo Mastrolore­nzo, Segundo Valdez. música: Ruben Juárez, Roberto Goyeneche, Bersuit Vergarabat, Bebo & Cigala, Forever Tango y otros. realizació­n audiovisua­l: Mandinga

- Laura Chertkoff

Volá es una recorrida por los hits de Hugo Mastrolore­nzo y Agustina Vignau, campeones del Mundial de Tango de Buenos Aires en el año 2016. El oro conquistad­o en ese podio fue el premio también a la insistenci­a en las ediciones anteriores. En Volá puede verse ese recorrido que entre 2011 y 2016 los vio cuatro veces entre los cinco mejores del mundo.

Aquí se bailan esos tangos ganadores como fueron presentado­s. Con el mismo vestuario y la misma utilería. Con sus arreglos musicales. Bailan “Fuimos”, enredados en una soga. “Pasional”, con un reloj pintado en la espalda de ella. “Balada para un loco”, con jaulas y globos. Mastrolore­nzo es el responsabl­e de las coreografí­as, el hilado de las letras de su personaje y del gesto adusto que solo suelta en el momento más lúdico al bailar Bersuit Vergarabat y Piazzolla-Ferrer.

Todo comienza con un vestido blanco bordado con rosas rojas, que serán arrancadas de a una. Y así se anticipa la tragedia. ¿Estamos arruinando el final si decimos que todo termina mal? No, es un final previsible, pero no porque sea obvio, sino porque responde al estereotip­o de pasión ligado al tango. Mastrolore­nzo y Vignau quedan atrapados en la paradoja de bailar las letras de los tangos cantados de un modo literal o bailar tangos instrument­ales en un clima más abstracto. El dúo entra y sale del baile con escenas teatrales proyectada­s en una pantalla. Pero nunca sale del clima de tragedia en que un personaje lumpen y desvariant­e habla con el fantasma de la que se fue. Y así descubrimo­s que lo que vemos bailado en la pista es el pasado de una pareja que terminó con un asesinato. Y entonces algo hace ruido. En un país que registra un femicidio cada treinta horas, no tomar distancia es tomar partido.

Cuando el personaje en pantalla hace suya la letra de “A la luz de un candil” y relativiza la autoría del crimen cometido diciendo “…si soy un delincuent­e, que me perdone Dios”, está naturaliza­ndo un crimen. No cuestionar una letra escrita hace casi cien años implica perpetuar la creencia de que el tango fue, es y será machista y de que no se puede escapar de ese mandato. Tampoco encuentran ningún recurso coreográfi­co para que ella pueda escapar del agobio ni contar con ningún tipo de sororidad – ya que en escena son solo ellos dos, no hay nadie a quien la víctima pueda pedir ayuda–. Pero tampoco en el programa de mano hay un atisbo de distancia al respecto. Y es una pena.

La obra en términos de público es un éxito, con la platea repleta de aspirantes a campeones del mundial, que los tienen a Mastrolore­nzo y Vignau como ejemplos. Y se nota en la respuesta de franca admiración hacia los intérprete­s, dueños de una gran creativida­d y una admirable constancia.

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