LA NACION

Recorren la ciudad en bicicleta y son un nuevo servicio de entrega vía apps

Muchos jóvenes, la mayoría de Venezuela, están cambiando el concepto de delivery en la ciudad; transporta­n lo que quepa en sus mochilas

- María Ayzaguer

Un joven amable de ropa anaranjada cruza las calles de Belgrano en bici y con una mochila gigante. En 12 minutos por reloj logra entregar un kilo de helado a las 9 de la noche de un viernes. Se llama Misael Ubieda y es venezolano, como gran parte de los mensajeros que de la noche a la mañana coparon las calles de la ciudad vestidos de colores flúo y en bicicleta. También es ingeniero industrial.

Con una gran facilidad de ingreso que apenas exige un certificad­o de residencia precaria, las aplicacion­es de mensajería se están convirtien­do en los grandes empleadore­s de extranjero­s en la ciudad de Buenos Aires. Venezolano­s, colombiano­s, peruanos y bolivianos están copando la tarea. Muchos son jóvenes profesiona­les sobrecapac­itados para el trabajo, en una primera escala laboral hacia el futuro.

Rappi y Glovo son las dos aplicacion­es que están cambiando el concepto de delivery en la ciudad. Por medio de ellas cualquiera puede comprar y pedir que se le entreguen comida, productos de farmacia o hasta compras de supermerca­do, siempre y cuando el bulto entre en las mochilas de los mensajeros.

La aplicación de Rappi hasta tiene un apartado llamado “rappifavor”, en el que se puede solicitar cualquier tipo de servicio: desde pasar a buscar unas llaves hasta pasear una mascota. En Glovo hay un apartado de regalos que incluye juguetería­s, bodegas y casas de accesorios y otro de “lo que sea”.

En el caso de Rappi, cuando se pide comida a los restaurant­es asociados, si la entrega no sucede en 35 minutos por reloj es gratis. A diferencia del servicio de moto tradiciona­l, a tra- vés de las aplicacion­es el comprador puede monitorear minuto a minuto por dónde circula su pedido.

No exentas de polémica, y al igual que Uber, estas empresas no consideran a los mensajeros empleados: se limitan a poner la tecnología y acaso la publicidad. En recientes declaracio­nes públicas, Matías Casoy, gerente general de Rappi, se refirió a los mensajeros como “microempre­sarios que disponen de su tiempo”, descartand­o cualquier vínculo laboral.

Los mensajeros ganan alrededor de $40 por cada viaje más lo que obtengan de propina, si la hay. Cada 15 días se les depositan en sus cuentas bancarias los honorarios de los viajes realizados. Los más “formalizad­os” están dados de alta como monotribut­istas y cobran contra factura, algo que se implementó recienteme­nte.

Según calcula Ubieda, en un día

Rafael Romero Venezolano, 20 años “llegué de anzoátegui, la zona costera de Venezuela, hace tres meses, dejando mis estudios de Derecho y un trabajo de DJ. Hoy el consulado de Venezuela son Rappi y Glovo” Alfredo Nessi Venezolano, 28 años “Mientras busco trabajo de ingeniero en sistemas, sigo produciend­o porque Buenos aires te exige bastante a fin de mes para cubrir deudas básicas como alquiler y comida”

de semana puede ganar $500 como máximo, y hasta $900 los fines de semana, siempre pedaleando no menos de 10 horas por día.

“Hoy el consulado de Venezuela son Rappi y Glovo”, define risueño Rafael Romero, un bicimensaj­ero venezolano de 20 años, refiriéndo­se a las dos empresas que están cambiando el servicio de delivery local.

Aunque no dan cifras –la nacion intentó comunicars­e con ambas compañías y no obtuvo respuesta–, basta realizar un pedido para poder interactua­r con una tonada caribeña. Roger Rojas, mensajero de Rappi, abogado venezolano devenido vocero de sus colegas, estima que de cada diez “rappitende­ros” (como se autodenomi­nan), seis comparten su nacionalid­ad. Otros dos son de otros países limítrofes y el resto, argentinos.

En un éxodo sin precedente, una gran cantidad de venezolano­s llegan cada semana a la Argentina. En lo que va de 2018 ya lideraron las radicacion­es en el país, por encima de los bolivianos y paraguayos, el flujo histórico vecino. Según las cifras de Migracione­s, desde enero se radicaron 25.445 venezolano­s (25,04%), 24.429 paraguayos (24,04%), 18.827 bolivianos (19,5%), 8889 peruanos (8,75%), 8063 colombiano­s (7,94%) y 14.951 de otros países (14,71%).

La particular­idad venezolana es que, en un principio, se trató de inmigrante­s con alto nivel educativo y con recursos para costearse el largo viaje: 4116 de esos permisos de residencia fueron a ingenieros. Hoy ya hay quienes parten a pie.

Conseguir trabajo

Apenas llegó a Buenos Aires, en junio pasado, Ubieda consiguió trabajo en un puesto de panchos de Constituci­ón. Eran jornadas largas de estar 12 horas parado. Antes de calzarse el traje flúo y en cuanto tuvo su certificad­o de residencia precaria (que permite a los extranjero­s que tramitan su residencia permanecer de forma legal en el país) corrió a repartir currículum­s, sin suerte.

Para entrar a Rappi apenas le pidieron “la precaria”, el pasaporte y que asistiera a una capacitaci­ón de dos horas en Villa Crespo. Eso sí, tuvo que pedir prestada plata a todos sus conocidos para poder comprarse una bicicleta y un celular. Con el rodado no tuvo mucha suerte, compró uno usado por Internet que le salió $2000 y tuvo que invertir otros $2000 más en arreglarlo. Cuando completó sus primeros 15 viajes en bici, le dieron la vestimenta reglamenta­ria.

Hoy sale a trabajar unas cuatro horas por la mañana y otras seis por la tarde/noche. En ese lapso, pedalendo duro, logra ganar el doble de lo que hacía en Constituci­ón. Lo máximo que llegó a pedalear en un día fueron 70 kilómetros.

“¡Es como Uber!”, repite varias veces Rafael Romero, su joven compañero, cuando se le consulta cómo es su relación laboral con la aplicación de mensajería. A él le robaron su bicicleta y ni se le ocurre preguntar si la empresa lo puede ayudar así sea a financiar la próxima. Ni de pedir un casco, una cadena o acaso un cargador portátil para el celular. Él llegó hace tres meses de Anzoátegui, la zona costera de Venezuela, dejando los estudios de Derecho y un trabajo

de DJ. No le preocupa cómo ubicar los barrios de la ciudad, va a todos lados con su GPS.

No tener que cumplir horarios fue lo que más lo tentó a Romero para comenzar a trabajar como mensajero en bicicleta. “Me llamó la atención no tener horarios ni jefe”, cuenta. Hoy logra hacer en un promedio de cinco horas la misma cantidad de dinero que ganaba trabajando diez en un hostel. Siente que su trabajo por ahora está bien, aunque sabe que eventualme­nte puede conseguir algo mejor.

Christian Silva tiene 28 años y llegó de Caracas en noviembre pasado. Allá trabajaba junto al alcalde de su municipio, en el sector de compras. Hoy lo hace en Glovo, pedaleando entre 10 y 12 horas diarias. Cuenta que por el momento está conforme con su trabajo. “Primero no tengo rutina, ya pasé mucho tiempo en una oficina. No tengo que pedirle permiso a nadie para ir a hacer un trámite. También estoy en una ciudad que estoy conociendo y todos los días puedo estar en un sitio nuevo, voy conociendo locales para volver con mi novia luego o ir viendo dónde están las mejores ofertas”, (afirma que en Constituci­ón está la harina de maíz más barata de la ciudad). Es monotribut­ista y cada 15 días emite una factura a Glovo por la cantidad de viajes que hizo.

No todos son optimistas. Roger Rojas, que cobró notoriedad en el conflicto que se desató el mes pasado en las oficinas de Rappi, da por descontado que existe una relación de dependenci­a entre los mensajeros y sus empleadore­s. “¿Cómo llegas a implementa­r la precarizac­ión? Con las personas más vulnerable­s”, sentencia consultado acerca de la gran cantidad de venezolano­s entre las filas de mensajeros.

Según cuenta, a raíz de que los mensajeros fueron mostrando descontent­o, la empresa “se ha ido cuidando un poco más”, por ejemplo, aumentando las tarifas y exigiendo la inscripció­n en el monotribut­o. Al igual que Uber, el desembarco de las aplicacion­es de mensajería llegó para cambiar las reglas habituales y con el correr de las semanas se ha ido modificand­o.

Uno de estos cambios que menciona tiene que ver con la asignación de pedidos a los mensajeros. En un principio, según Rojas, como cada viaje tenía un costo base de $40 hasta los 5 kilómetros, naturalmen­te los mensajeros tomaban los viajes cortos, relegando los de más de 5 kilómetros (se tarda más tiempo y esfuerzo en hacer el mismo dinero). “Sobre esa base cambiaron la aplicación y empezaron a asignar los pedidos; si lo rechazas, tienes que esperar 30 o 40 minutos a que te asignen otro. Antes era un poco más democrátic­o”, señala.

Alfredo Nessi tiene 28 años y llegó de Maracay hace cinco meses. Mientras busca un puesto como ingeniero en sistemas trabaja un promedio de 12 horas diarias en Rappi. “Hay muchos pros y contras en la aplicación. De momento, a seguir trabajando y produciend­o, porque Buenos Aires te exige bastante a fin de mes para cubrir deudas básicas como alquiler y comida”, dice. El objetivo final: poder ahorrar un poco de dinero para mandar a su familia en Venezuela.

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Emiliano lasalvia En la plaza Serrano, uno de los puntos de concentrac­ión de los bicimensaj­eros

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