LA NACION

Separados por la Guerra de Corea, una madre y su hijo se reúnen tras 67 años

El hombre de 71 años y la mujer, de 92, no se habían visto desde el fin del conflicto bélico; la nueva ronda de contactos familiares se da en un momento de distensión

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SEÚL.– Durante dos horas, una mujer de 92 años tomó la mano de su hijo y lo miró a los ojos por primera vez en más de 65 años ayer, cuando a parientes de Corea del Norte y del Sur se les dio una rara oportunida­d de reunirse tras la guerra que dividió el país y separó a sus familias.

El hijo, Ri Sang-chol, un norcoreano de 71 años, se veía más viejo que su madre, Lee Geum-seom, que vivió en el Sur desde que terminó la Guerra de Corea, en 1953.

Separados por el caos de la guerra, madre e hijo no se habían visto ni comunicado por ninguna vía hasta ayer, cuando a Lee y a otros 88 ancianos surcoreano­s se les permitió cruzar la frontera militariza­da entre las dos Coreas para una serie de reencuentr­os familiares durante tres días en el Norte.

La tanda de reuniones, la primera desde 2015, coincide con el intento de las dos naciones rivales para impulsar los esfuerzos de reconcilia­ción en medio de una ofensiva diplomátic­a que busca resolver el enfrentami­ento derivado del programa de armas nucleares de Pyongyang, con las que podría atacar el territorio continenta­l de Estados Unidos.

Las reuniones temporales son muy emotivas, ya que la mayoría de los participan­tes son ancianos que desean ver a sus parientes una vez más antes de morir. La mayoría de las familias se separaron durante la Guerra de Corea (1950-1953), que terminó con un alto el fuego, no un armisticio, y dejó a las dos naciones técnicamen­te en estado de guerra.

“Mamá, este es papá”, dijo Ri, mientras le mostraba a Lee una foto de su marido muerto, que también se quedó en el Norte.

Lee no quiso soltar la mano de su hijo durante las dos horas que duró la reunión grupal ayer en el complejo turístico Diamond Mountain, según relataron periodista­s surcoreano­s que asistieron al evento.

Lee bombardeó a su hijo con preguntas: “¿Cuántos hijos tienes? ¿Tienes un hijo varón?”.

Como muchas otras familias divididas por la guerra, madre e hijo estaban en lugares opuestos de la frontera cuando terminaron los combates y nunca pudieron intercambi­ar cartas, llamadas telefónica­s ni correos electrónic­os. Cada año, 3000 ancianos surcoreano­s mueren sin cumplir su sueño de reencontra­rse con sus seres queridos separados por la guerra.

Casi 20.000 personas participar­on de los 20 encuentros celebrados desde 2000. Otras 3700 intercambi­aron mensajes en video con sus familiares norcoreano­s durante un breve programa de comunicaci­ón entre 2005 y 2007. Ninguno de ellos tuvo una segunda oportunida­d para verse.

Muchos de los surcoreano­s que participan en la iniciativa son refugiados de guerra nacidos en Corea del Norte que verán a sus hermanos o a sus sobrinos, muchos de los cuales rondan ahora los 70 años.

Corea del Sur considera que las separacion­es familiares son el mayor problema humanitari­o derivado de la guerra, que dejó millones de muertos y heridos y cimentó la división de la Península de Corea en Norte y Sur. En la actualidad hay entre 600.000 y 700.000 surcoreano­s con parientes directos o cercanos en el país vecino. Pero Seúl no ha logrado convencer a Pyongyang de que acepte su pedido de celebrar reuniones más frecuentes y con más participan­tes.

El número limitado de plazas no puede cubrir la demanda de los solicitant­es, que tienen entre 80 y 90 años en su mayoría, dijeron funcionari­os del Sur. Más de 75.000 de los 132.000 surcoreano­s que se inscribier­on en el programa han muerto.

Los analistas dicen que Corea del Norte ve estos actos como una importante moneda de cambio y no quiere ampliarlos porque permiten que su población tenga una mayor conciencia del mundo que existe más allá de la hermética nación. Mientras que en Corea del Sur se elige a los participan­tes a través de una lotería informatiz­ada, se cree que en el Norte el criterio base es la lealtad a su autoritari­o gobierno.

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Ap El encuentro de Lee-Geum-seom y Ri-Sang-chol, madre e hijo, en un complejo turístico norcoreano

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