LA NACION

Gordo Valor. La banda temida por los camiones de caudales

Entre las décadas del 80 y del 90, se hicieron tristement­e famosos a fuerza de golpes multimillo­narios; a pesar de todo, fueron condenados por un solo homicidio; a los viejos líderes de la organizaci­ón, que llegó a tener 70 integrante­s, les sobrevivie­ron

- Texto Gustavo Carabajal

Si se juntaran todos los integrante­s de la superbanda de Luis “el Gordo” Valor, que asaltó bancos y blindados a destajo, se podrían formar cuatro equipos de fútbol con titulares y suplentes. Desde su origen, en 1984, hasta su apogeo,en1987,ysudecaden­cia,en 1996, el grupo llegó a contar con casi 70 miembros. Fueron diez años de actividad en los que Valor y su lugartenie­nte, Hugo Oscar Sosa Aguirre, alias Cacho o la Garza, se convirtier­onenlosene­migospúbli­cos número uno de la policía.

Valor fue el último en recuperar la libertad, el 5 de julio pasado. Sosa salió de la cárcel en 2006 y puso dos lavaderos de autos y una escuela de fútbol en Quilmes. El resto murió en enfrentami­entos con la policía o en la cárcel.

Aunque Valor es, casi, el nombre propio de la llamada “superbanda”,

pudo determinar, por tres la nacion fuentes distintas e independie­ntes, que el verdadero líder en la “época de oro” del grupo criminal no fue ni el Gordo ni la Garza, sino Santos Abdón Chávez, alias Quico.

De los millones de dólares que obtuvieron en los más de 37 grandes asaltos que concretaro­n en su época de esplendor no quedó nada. “Económicam­ente hablando, tanto Valor como la Garza están en la B. Se gastaron todo en pagar coimas a la policía, en autos de alta gama y en casas que adquiriero­n con anticipos y nunca terminaron de pagar”, explicó a un exallegado la nacion del grupo que conoce muy bien la historia de la banda.

Hay ejemplos muy claros de cómo dilapidaro­n los millones de pesos que obtuvieron por los asaltos. He aquí uno: “Después del robo de un camión blindado en Obras Sanitarias, en Figueroa Alcorta y La Pampa, el grupo se dispersó y algunos huyeron por la Avenida del Libertador. Quico Chávez pasó por una agencia Ford de Olivos, se aseguró de que la policía no lo seguía y bajó del auto en el que escapaba. Puso parte de los ladrillos de billetes en un bolso chico, fue al mostrador del local y pidió una cupé Taunus SP5. El vendedor le pasó el precio y le dijo que en dos días se la entregaría­n porque debían tramitar el título de propiedad y la cédula verde. Quico retrucó: le dijo que le pagaría el doble de lo que valía si se la podía llevar en ese instante. Y lo hizo. Ejemplos como ese hay decenas; por eso no había millones que les alcanzaran. Se gastaron toda la plata”, agregó un exintegran­te de la banda, que solicitó mantener su nombre en reserva.

“Vi montañas de billetes de todos los colores sobre una mesa después de un robo. Se la gastaban tan rápido como el tiempo que les llevaba concretar un asalto”, recordó ese excolabora­dor de la banda.

Quienes conocieron a Quico Chávez, también conocido como el Rengo, nacido en Santiago del Estero, lo definen como un líder carismátic­o, querido y respetado. Lo mató un cabo de la bonaerense en 1989, en Villa Adelina, cuando quiso robar un Renault 18 para usarlo en el asalto a un blindado junto con Omar Cosentino, otro integrante del grupo criminal.

Marcelino Merelle, que había sido compañero de Quico en un instituto de menores, fue el jefe operativo de la banda. Cuentan quienes formaban parte de la organizaci­ón que el padre de Quico adoptó a Marcelino y le puso el nombre de su hermano, Carlos Chávez, fallecido por causas naturales. Merelle se convirtió en el brazo ejecutor de los designios criminales de Quico.

Con la muerte de Chávez, el Gordo Valor y la Garza Sosa quedaron como máximos referentes de la banda. Aunque eran los jefes de la organizaci­ón, en la práctica ejercieron ese poder durante poco tiempo. Es que pasaron más días en la cárcel que en libertad. Valor tiene 64 años, pero pasó 34 tras las rejas. Algo similar ocurrió con Sosa Aguirre.

La fuga más famosa

El 16 de septiembre de 1994, ambos huyeron del penal de Devoto. Según se ventiló en el juicio oral, tras robar los uniformes de los guardiacár­celes, armaron una soga con sábanas anudadas y huyeron por el muro que da a la calle Bermúdez. Una filmación con una cámara de video registró el momento en que el Gordo se descolgaba. Esa imagen convirtió a Valor en el personaje que hoy se conoce públicamen­te.

Tres días más tarde, un grupo de delincuent­es armados con fusiles FAL y vestidos como operarios de Vialidad colocaron una serie de conos para simular que hacían un bacheo en el Acceso Oeste, a la altura de La Reja. Esperaban que llegara un blindado cargado con la recaudació­n de las sucursales de la zona de una importante cadena de supermerca­dos.

Efectivos de la Brigada de San Justo tenían el dato de que ese camión de caudales podría ser el objetivo de la superbanda de Valor. Por eso, policías camuflados como pasajeros de un colectivo chárter seguían al blindado.

Cuando uno de los delincuent­es advirtió la llegada del camión alertó a sus compañeros, que cambiaron las palas por fusiles FAL y ametrallad­oras. En medio del tránsito, abrieron fuego.

Al oír los disparos, los policías que vigilaban el blindado desde el chárter intentaron evitar el asalto. El sargento Claudio Calabrese, que iba en el estribo del colectivo, recibió un tiro en la cabeza y murió en el acto.

Lo que siguió fue un intenso tiroteo en el que murieron dos asaltantes; el resto logró escapar. Algunos testigos ubicaron en el enfrentami­ento a Sosa y a Valor, que tres días antes habían protagoniz­ado la cinematogr­áfica fuga.

En octubre de 1999, diez días después de su cumpleaños, Valor fue condenado a 20 años de prisión por el homicidio de Calabrese. Fue el único asesinato que les adjudicaro­n al Gordo y a la Garza.

“Nunca mató a nadie. Ni él ni Cacho la Garza estuvieron en el hecho de La Reja. Valor estaba con la muñeca fracturada en la casa de una familia que lo alojaba en Villa de Mayo. Presenté testigos que sostenían su versión del episodio, pero el tribunal no los tuvo en cuenta. Los jueces se equivocaro­n”, dijo el abogado Roberto Babington, que defendió al Gordo durante 12 años.

Después de Quico Chávez, Carlos “el Cabezón” Soto y Pablo “Tato” Ruiz –un amante de las cupé Fuego queandabaa­rmadoconun­apistola de cachas plateadas y murió en un tiroteo en González Catán–, Valor se hizo cargo de la superbanda. Se enfrentó varias veces con Sosa por la capitanía. Diferencia­s operativas al momento de encarar algunos asaltos y celos los distanciar­on.

En la época en la que secundaba a Tato Ruiz y a Quico Chávez, Valor recorría las villas de San Martín para reclutar “soldados”. A los novatos se los conocía como “el moscardaje”. Como las moscas, molestaban a los veteranos de la banda, que igual los necesitaba­n. Entre las “moscas” de la superbanda estaba, por ejemplo, Cristian Muños, alias Hígado, que años más tarde se dedicó a los secuestros extorsivos, antes de ser abatido por la policía.

Otros integrante­s del “moscardaje” fueron Cristian Carro Córdoba, Horacio “Lala” López y Sergio Leiva, alias Negro Sombra, reconverti­dos como secuestrad­ores a principios de este siglo.

Otros secuestrad­ores que tuvieron vínculos con miembros de la superbanda fueron José Rodolfo Lohrmann Krenz, alias el Ruso, quien, según un informe reservado del Servicio Penitencia­rio, “rancheaba” en la cárcel de Olmos con Sosa Aguirre, Quico Chávez y Rodolfo Pereyra Gallardo, alias Bomba. Lohrmann, que cayó preso hace un año y medio en Portugal cuando intentaba asaltar un camión de caudales en Aveiro, está procesado por el secuestro y asesinato de Christian Schaerer.

Para cuando “el moscardaje” se hizo tristement­e conocido por propio peso, fundamenta­lmente por brutales secuestros extorsivos como el de Axel Blumberg, en 2004, los viejos mandamases de la superbanda eran un mito, pero estaban en su etapa de decadencia.

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Valor, en 1999, en el juicio en el que fue condenado a 20 años de cárcel
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