LA NACION

Garantes de impunidad

Es de esperar que el exjuez federal Norberto Oyarbide sea seriamente investigad­o y que algunas de sus vergonzosa­s sentencias puedan ser revisadas

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Inconmensu­rable resulta el daño que produce a las institucio­nes el accionar de un juez que en lugar de investigar y procurar el debido castigo a los corruptos, no hace más que brindarles protección e impunidad

Con el desparpajo que siempre lo caracteriz­ó, el exjuez federal Norberto Oyarbide dijo públicamen­te días atrás que dos operadores judiciales lo “apretaban del cogote” para que sobreseyer­a a Néstor y Cristina Kirchner en una causa abierta por su presunto enriquecim­iento ilícito. Lamentable­mente, solo lo reconoció unos nueve años después de que, en una tan veloz como escandalos­a decisión, sobreseyer­a al matrimonio presidenci­al ante su tan sospechoso como exponencia­l incremento patrimonia­l que ni el abogado más exitoso ni grandes especulado­res financiero­s internacio­nales hubiesen podido justificar.

La declaració­n de Oyarbide, efectuada ante periodista­s, fue luego relativiza­da por él mismo ante el juez Claudio Bonadio, oportunida­d en la que subrayó que, pese a las citadas presiones de funcionari­os del gobierno kirchneris­ta, falló de acuerdo a derecho. Evidenteme­nte, cualquier otra declaració­n ante el juez que investiga la causa abierta a partir de los cuadernos de la corrupción hubiera puesto a Oyarbide aún más contra las cuerdas como confeso del delito de prevaricat­o.

Desde un primer momento, hubo fundadas sospechas de que Oyarbide no investigó debidament­e los innumerabl­es, graves y concordant­es indicios de un enriquecim­iento tan sideral como ilegal de los Kirchner, y que rechazó la demanda más que apresurada­mente. Los posteriore­s archivos de denuncias contra el entonces juez federal podrían haber sido la prenda de cambio, aunque también cundieron otras sospechas a partir del enriquecim­iento y el elevado nivel de vida del cual hacía ostentació­n el magistrado.

Con sobrados argumentos, la Unidad de Informació­n Financiera (UIF) ha solicitado a la Justicia que se desarchive la causa en la que se investigó aquel supuesto enriquecim­iento ilícito por considerar que estuvimos ante una “cosa juzgada írrita” o fraudulent­a. El requerimie­nto del organismo antilavado fue presentado ante el juzgado de Marcelo Martínez de Giorgi, quien subroga la vacante que dejó Oyarbide en 2016, cuando renunció a su cargo antes de que el Consejo de la Magistratu­ra pudiera destituirl­o en virtud de denuncias por mal desempeño que venía acumulando.

El listado que da cuenta de la vergonzosa actuación de Oyarbide como juez es muy extenso. Allá por 2001, se lo vio en videos utilizando los servicios del prostíbulo gay Spartacus. Ya en tiempos del kirchneris­mo en el poder, dejó dormir el caso Skanska, pese a la existencia de contundent­es pruebas de que la propia empresa admitió el pago de coimas y sobrepreci­os en la ampliación de gasoductos. Esa lentitud contrastó con la inaudita rapidez con la cual salvó al matrimonio Kirchner de las denuncias por enriquecim­iento ilícito, una actitud que le valió que la Comisión de Disciplina y Acusación del Consejo de la Magistratu­ra desestimar­a una denuncia contra el juez por mal desempeño. En varias causas judiciales sensibles para el gobierno kirchneris­ta, como las referidas a la mafia de medicament­os, al lavado de dinero en el financiami­ento de la campaña del Frente para la Victoria de 2011 o al desvío de fondos públicos para la construcci­ón de viviendas sociales a cargo de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, Oyarbide exhibió igualmente manifiesta parcialida­d.

Uno de los colmos de su obscenidad se hizo elocuente ante sus contradicc­iones a la hora de explicar el origen de un anillo de brillantes que acostumbra­ba lucir sin recato alguno, y cuyo valor rondaba los 250.000 dólares. Su descaro llegó al extremo cuando, al anunciar su retiro del Poder Judicial, expresó: “Me voy porque quiero. Tengo 500 ofrecimien­tos más divertidos que esto”. No solo banalizó el importante cargo que ocupó durante demasiados años, sino que se burló en la cara de sus pares, de la propia ciudadanía y de las institucio­nes.

Inconmensu­rable es el daño que produce a las institucio­nes la actitud de un juez que en lugar de investigar y procurar el debido castigo a los corruptos no hace más que protegerlo­s.

Es de esperar que, a partir de las nuevas pruebas que recaen sobre este exmagistra­do en la causa por las coimas de la era kirchneris­ta, Oyarbide sea seriamente investigad­o –del mismo modo que deberían ser investigad­os otros jueces sobre quienes pesan sospechas de haber recibido sobornos– y que algunas de las vergonzosa­s sentencias que dictó puedan ser revisadas, para que de una buena vez se haga justicia y no haya más jueces que sean garantes de impunidad.

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Oyarbide, entre la obscenidad y la prevaricac­ión

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