LA NACION

Barrios y Fury: cuando el ring se vuelve la última esperanza

- Osvaldo Principi

las historias del bonaerense Jorge Rodrigo “La Hiena” Barrios, de 42 años y excampeón liviano junior (OMB), y el inglés Tyson Fury, de 30 y excampeón pesado (AMB, FIB, OMB), están escritas en postales muy distintas y lejanas pero esculpidas en sus propias entrañas, con las sensacione­s más dulces y crudas que la vida puede ofrecer: barro, auge, oro, ocaso, miseria, drama y esperanza. Todo en muy poco tiempo.

Barrios recibió el beneficio de la libertad asistida en febrero de 2017, tras cumplir más de tres años en prisión, al comprobars­e su culpa en el accidente de tránsito que costó la vida de Yamilia González y la del hijo que llevaba en su vientre, en 2010. Más allá de veredictos y sentencias, La Hiena afronta una condena social a cadena perpetua.

Aquella personalid­ad de pibe indolente y resistido lo llevó a sepultar todo lo que había construido con base en sudor y lágrimas, desde una infancia carente de todo. De olla y de amor.

Pagó por lo que hizo como la Justicia lo ordenó. Y ahora quiere, después de tragar su propia culpa, volver a pelear. Por lo que queda de sí mismo y para recuperar algo emotivo.

Deberá litigar contra un sinfín de elementos para cumplir con su “última voluntad”: subir, nuevamente, al ring. Lo políticame­nte correcto moverá montañas para bloquear su intento basado en el cumplimien­to de su sentencia y en no conectarse con la calle por más de mil días. Quizás, le arrogue el derecho a decir “pagué por lo que hice”.

Barrios sería mucho más provechoso para la sociedad trabajando en centros de rehabilita­ción, recuperand­o jóvenes carentes de mayores esperanzas y castigados por el destino, que vendiendo su rol de guapo del ring, con un corazón de león pero vacío de reflejos, tal como lo evidenció en su última pelea, contra Wilson Alcorro en 2010.

Sería una gran oportunida­d. Para él y para todos. Haría una muy buena labor con desahuciad­os y marginados, con libres y con presos, con tibios y con engreídos. Sería, también, una chance para quienes quieren volver a escena después de equivocars­e.

Por otro lado, a meses de ganar el cinturón mundial de los pesados frente al ucraniano Vladimir Klitschko, en 2015, y presa de una depresión total ocasionada por sus viejos hábitos adictivos, el inglés Fury expresó: “Por favor, que alguien me mate antes de que yo lo haga por mi propia cuenta”.

De origen gitano y pobre, Fury volvió a lo más bajo después de llegar a lo más alto. Le quitaron su licencia por haber fallado en todos los controles antidrogas, aumentó 50 kilos y parecía ahogarse en el fondo del mar. Sin embargo, emergió.

Al igual que Barrios, ambicionó reaparecer y ser “el campeón” por un combate más. Como por arte de magia o milagro, lo hizo posible: acaba de ganar su segundo match consecutiv­o, ante el italiano Francesco Pianeta, el sábado pasado. El premio a su “resurrecci­ón” será un cheque millonario y letal que lo pondrá frente al noqueador estadounid­ense Deontay Wilder, por el título del Consejo Mundial de Boxeo, a fines de 2018.

Barrios y Fury son tan distintos como las tierras que cobijan sus ilusiones: Rincón de Milberg y Manchester. Ambos saben que tendrán pocas chances de ganar si desafían al alto riesgo, pero el simple hecho de hacerlo, después de volver del infierno, será para ellos la pelea más deseada de sus vidas.

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