Teatro gourmet. Sentarse en la butaca o sentarse a la mesa: esa es la cuestión
Cuatro propuestas en cartel que tienen como parte fundamental el ritual de la cena, con espectadores y artistas que comparten la comida mientras se desarrolla la acción
Que el teatro confine a los espectadores a las sombras de las plateas no es algo que existió desde siempre. Al contrario. Ni el teatro griego ni el isabelino, que acogió nada más y nada menos que a William Shakespeare, intentaron borrar a su público. Rituales, fiestas, comuniones, el teatro fue durante siglos una actividad social y comunitaria mucho más que un espectáculo solemne que necesita de audiencias estáticas que pasen desapercibidas. Festivales que duraban días en la Antigua Grecia; obras que se mostraban en los patios de las posadas londinenses en donde se podía comer y beber sin problemas son solo ejemplos, elocuentes, de lo que fue durante siglos el teatro: un espacio que proponía un espectador activo, participativo. No son esas modalidades las que se proponen desde el siglo XX. En cambio, se piden espectadores silenciosos, casi ausentes, que pelen sus caramelos antes de comenzada la función, que apaguen sus celulares, no hablen y ni se les ocurra toser. Convenciones establecidas, el público actual cumple volviéndose casi invisible.
Sin embargo, unas nuevas propuestas se atreven al desafío de sentar a la mesa a los espectadores y, comida mediante, celebrar el encuentro teatral. El asado de Platón, Parte de este mundo, Derechas y El casamiento de Mirko, cuatro obras que se encuentran en cartel y que comparten la original idea de comer en escena.
Espectador y actor en condiciones igualadas, con luces que no jerarquizan tanto el escenario y un deleite teatral que se acompaña con el olor a comida. ¿Funciona? ¿Qué suma? ¿Acaso no distrae? “Todo lo contrario a que el público se distraiga. Esta propuesta hace que el espectador esté muy alerta”, cuenta José María Muscari, autor (junto a Bernardo Cappa) y director de Derechas, obra que utiliza toda la superficie del Teatro Regina, desde la entrada, incluyendo a los ascensores y el foyeur. Es la reposición de una de las mejores propuestas del director en sus épocas del under. Desde 2001 hasta 2004, recorrió distintas salas con un grupo maravilloso de actrices del cual era parte, por ejemplo, Armenia Martínez. “Por supuesto, Derechas es teatro, cuenta una historia, las once actrices hacen personajes y hay un momento en que todo esto, que es bastante performático, se aquieta y la obra comienza. Pero para ese entonces ya ingresó en el cuerpo del espectador por todo lo previo, el clima que vivió desde la llegada al teatro. Por eso digo que Derechas es, más bien, una experiencia”, agrega Muscari. En su trama, cinco madres, cinco hijas y una nieta sirven la comida al grupo de espectadores que se sienta a la mesa con ellas. “Acá no solo se rompe la cuarta pared sino que es una interpretación de 360 grados, se actúa hacia atrás, hacia los costados, hacia delante”, cuenta Carolina Papaleo, una de las once actrices.
Por eso, las anécdotas llueven, porque si el teatro siempre es un salto al vacío, acá más que nunca: las convenciones y los códigos trastocados dan lugar a que el público se exprese de distintas formas. “De todos modos, por fortuna tenemos un público maravilloso, conocedor. Una de las características más hermosas de nuestra cultura es la habitualidad del teatro. Por eso el espectador se adapta sin dificultad al juego de la obra”, cuenta Cristina Alberó, otra de las actrices.
Y así como con Derechas, Muscari inaugura este horario con comida (hay funciones con almuerzos, con cenas y con meriendas dependiendo del día) en el circuito comercial, el off también se atreve a esta tendencia que tuvo muchos antecedentes: Tamara, allá por los años 90, en el palacio Il Vitoriale; y la participativa propuesta El noche de alegría (sic), de Paco Giménez, en Babilonia, en 1991.
Parte de este mundo, que nace a partir del universo literario de Raymond Carver, se encuentra en cartel desde 2011. Siete años haciendo funciones colmadas porque el boca en boca funciona a la perfección cuando de cosas diferentes y buenas se trata. Esta obra de Adrián Canale siempre tuvo una característica atractiva: una mesa en forma de cruz que invita a los espectadores a sentarse y, comida y bebida de por medio, escuchar historias que parten de cuentos y poemas de Carver representadas por actores dispersos –y escondidos– entre el público. “El compartir la mesa es su núcleo fundamental. La comida, la bebida, los cuentos, los poemas, todo está en un mismo nivel de interés. Y la pretensión de lo artístico intenta desvanecerse un poco para dar cuenta de lo humano, de lo cercano, de lo sensible, de lo vivo –describe Canale–. Como en cualquier espectáculo, la gente puede distraerse pero en este caso, la cercanía, ese compartir la misma bebida que el otro está tomando, ese mirar cómo se emociona alguien a la par mía, genera una comunión que esta obra necesita”.
“Es hermoso ver las caras de sorpresa al entrar a la sala y toparse con una mesa servida –cuenta Mariela Finkelstein, actriz y productora de la obra–. Ofrecemos vino, cerveza, gaseosa o agua. Quizás el alcohol ayude a aflojar y estar más sensibles y permeables. Recuerdo una función que se dio en un pueblo. Eran muy pocos, hacía un frío espantoso y en un momento muy triste de la obra, una mujer que estaba totalmente atravesada y llorando dijo: ‘Bueno, basta, paremos un poco porque con esta tristeza no puedo tragar la empanada’”.
En El Camarín de las Musas, los domingos al mediodía se da cita El asado de Platón. La obra de Cristian Palacios interpretada por Juan Manuel Caputo es otra de estas propuestas exóticas que tienen a la comida como parte fundamental. “Tomamos la idea de adaptar El banquete de Platón y traer a Sócrates al siglo XXI. El encuentro que propicia un asado, con todos sus rituales, la previa, la picadita, el encendido del fuego, la charla mientras la carne se asa, todo es parte de la propuesta”, cuenta Palacios. Podría ser un unipersonal, pero los espectadores pasan a ser personajes de reparto.
Por supuesto que estos climas distendidos pueden confundir a los públicos que, en algunos casos, pueden hablar más fuerte o participar de un modo sorpresivo. “En una función de un festival los organizadores desoyeron nuestra advertencia de que la obra no soporta más de 60 o 70 espectadores y metieron casi 300, con un asado que no alcanzaba ni para 80. Esa función fue un caos, salió muy mal. En un momento, unos espectadores se abalanzaron literalmente sobre la parrilla de los pollos y yo les grité: ‘¡Esto es teatro, te estás comiendo la próxima escena!’”, recuerda el director. El asado de Platón transitó funciones variadas, muchas al aire libre, con la parrilla como telón de fondo y el propio actor haciéndose cargo del asado.
En ninguno de los tres casos, se pide participación del público ni se busca incomodar a nadie. Por el contrario, hay mucho respeto y cuidado por los espectadores, pero los cuerpos expuestos de todos, la complicidad que se genera son parte de la dinámica. Cercanía sobre todo. “Aparece la idea del teatro como encuentro de cuerpos, como un ritual de la amistad –reflexiona Palacios–. Esa es la idea final que aparece en la obra cuando Sócrates, a la hora de pensar las diferentes manifestaciones del amor, levanta su copa por la amistad y brinda con todos los espectadores, que se han hecho amigos por espacio de una hora y media”.
El casamiento de Anita y Mirko, que surgió en el difícil 2001, también sigue el curso de sus funciones. En su temporada número 18, y con más de 500 funciones, sigue en marcha. Dirigida por Corina Busquiazo y Ricardo Talento, forma parte del Circuito Cultural Barracas y es un proyecto comunitario y sostenido por los vecinos. Ellos se ocupan de toda la producción de la obra y, claro, del elenco que es rotativo entre los 250 vecinos que forman parte de este grupo. Al igual que las otras propuestas, la mesa está servida. La comida y la bebida no son de utilería sino tan ciertos como el baile que se propone. Todo incluido en el precio de la entrada.