LA NACION

Los Perros de Pavlov están de regreso, con su sexta creación

El destacado grupo independie­nte que conforman Elián López y Ezequiel Bianchi acaba de estrenar Kilombo, con veinte artistas en escena

- Leni González

En la mesa de un café, Elián López bebe agua caliente en la tapa de su termo mientras Ezequiel Bianchi pide un cortado. “Somos muy diferentes él y yo, por eso nos salen engendros raros”, dice Bianchi que no es budista como López, pero lo escucha con atención. Por algo, hace once años, cuando todavía estudiaban actuación en la UNA, juntos formaron Los Perros de Pavlov, una compañía que desafía las reglas del teatro convencion­al para asumir en cada espectácul­o un nuevo riesgo, diferente al anterior. Acaban de estrenar Kilombo, su sexta creación después de Segundo subsuelo, Estado de la tristeza y Cadáveres shows, entre otros, donde reúnen a 20 artistas, 14 actores y actrices más seis músicos dirigidos por Natalio López.

“Nuestra condición es no repetirnos de un espectácul­o a otro. Hicimos teatro de texto, teatro-danza, comedia musical, buscamos esa rebeldía y que a nosotros nos convoque. Lo que siempre vas a encontrar es lo esperpénti­co y lo musical”, dice Bianchi, coautor y codirector con su par: “Nosotros creamos entre dos, y no de a dos. Hay otros integrante­s en el grupo que se repiten y otros nuevos. Para Kilombo, por primera vez, hicimos audiciones que resultaron buenísimas porque es traer gente de otros barrios”, dice López.

Kilombo eran aquellos territorio­s donde los negros esclavos en Brasil eran libres. Pero el lunfardo la adoptó como sinónimo de prostíbulo­s y, también, para referirse al desorden. Esas dos acepciones, la libertad de los cuerpos y el caos, son investigad­as por la obra en cuatro actos: Uno, la espera del año 2000 en una fábrica de cajas en Villa Villegas. Dos, la condición civil sudamerica­na. Tres, la postergaci­ón como la orquestaci­ón de la muerte. Y cuatro, un kilombo para liberar toda la herencia sistémica que viven los cuerpos jóvenes.

“Tuvimos varios meses de labo- ratorio, experiment­ando con una estructura oriental de cuatro actos que rompe lo canónico occidental de los tres y la idea de conflicto. Queremos un espectácul­o que le gane a Netflix sin el condimento del misterio y el conflicto para entretener. Hay teatro físico, música original de distintos estilos, códigos de actuación estilo Bartís, cuestiones contemporá­neas. Toda la obra es contemplac­ión, sin conflicto. Transmitim­os la realidad como un espejo roto, para sacarle el velo a lo que nos preocupa”, explica López, más teórico que Bianchi que resume con un propósito sin vueltas: “Queremos que la gente venga y no vea teatro, que no venga por eso. Kilombo busca generar liberación, no catarsis, que el espectador se deje llevar, que contemple y apague el chip del cuentito redondo para dejar abiertos otros canales de percepción, no solo los intelectua­les. Queremos que se vayan más liberados. No estamos peleados con el teatro convencion­al –trabajo en el elenco de Toc Toc en gira– pero lo que nos mueve el corazón es esto, que no nos da plata, pero sí placer y prestigio”.

En cuanto al diálogo con los de su generación (ambos tienen treinta y pico) y los antecesore­s, López considera: “Nosotros ya agarramos todo roto, no hay tensión entre texto y no texto. Por eso la rebeldía está en construir, en estar siempre en movimiento, como plantea Felipe Noé en su libro Antiestéti­ca: no nos enfocamos en hacer algo diferente sino en que el modo de producción con el que encaramos el proyecto se distancie del anterior”. En ese movimiento, muy lejos quedó el primer espectácul­o, al que le deben el nombre del grupo. “La historia es larga pero, en resumen –cuentan entre ambos– lo elegimos el día que nevó en Buenos Aires, el 9 de julio de 2007. Estábamos muy mal, nuestras parejas nos habían dejado, la nieve, frío, en la radio pasaban un tema de Luis Miguel: era una tristeza condiciona­da. Y Pavlov vino en nuestra ayuda y ahí se quedó”.

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Patricio pidal / afv Elián López y Ezequiel Bianchi son Los Perros de Pavlov

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