LA NACION

La leyenda flamenca de Camarón para ver en casa

Su vida, su obra, el prestigio que acumuló como artista y la influencia en un film disponible en Netflix

- Alejandro Lingenti

La de Camarón es una historia de película. Su vida, su obra, el prestigio que acumuló como artista, la enorme influencia que ejerció en otros colegas, todo lo que representó a lo largo de su carrera y lo que representa hoy, a dieciséis años de su muerte: material sobrado para una gran historia.

Netflix, una empresa atenta a cada oportunida­d que se abre y con capital suficiente para aprovechar­la, lo supo y puso manos a la obra. Aunque todavía no llegó a la Argentina, ya se estrenó en España Camarón, de La Isla al mito, una serie documental de seis capítulos dirigida por el gaditano José Escudier que la compañía norteameri­cana coprodujo y lanzó el mes pasado. Pero los usuarios locales de Netflix sí pueden ver desde hace unas semanas Camarón: flamenco y revolución, un documental de 104 minutos dirigido por Alexis Morante, cineasta de Algeciras que también codirigió Sanz: lo que fui es lo que soy, puntilloso recorrido por la exitosa carrera de Alejandro Sanz estrenado hace poco.

La voz en off del veterano actor sevillano Juan Diego –cargada de matices y con el acento propio de su tierra– va puntuando un relato que abarca vida y obra de Camarón con el claro objetivo patente de acrecentar el mito: no hay demasiadas referencia­s a sus problemas con las drogas (apenas algunas alusiones sutiles y en plan ligero), y la historia del trágico accidente automovilí­stico que protagoniz­ó en 1986 está tratada muy superficia­lmente, aunque el músico fue condenado por la Justicia española a un año de prisión –que nunca llegó a cumplir– por su responsabi­lidad en la muerte de dos personas en aquella violenta colisión. Más que biografía, hagiografí­a.

Nacido en 1950 como José Monje Cruz, Camarón fue el penúltimo de ocho hermanos de una familia gitana. Su madre, Juana Cruz Castro, una cantaora personalís­ima que nunca se profesiona­lizó, fue para él una enorme inspiració­n y una referencia constante. Su muerte lo afectó mucho. La película de Morante rescata imágenes del cante de esa mujer clave en la vida del artista, así como recupera otras de distintas etapas de su prolífica carrera en España, Francia y los Estados Unidos.

El archivo es uno de los fuertes de la película. La mayoría de los seguidores españoles de Camarón segurament­e conocen el material que se presenta, pero para los argentinos probableme­nte sea novedoso. Permite verlo cantar con su particular estilo a lo largo de una trayectori­a plagada de luces, sombras, aventuras y desafíos.

Los fragmentos con animacione­s no agregan demasiado al contenido de la película, atravesada por la eterna polémica sobre el cante flamenco: ¿debe seguir siendo la recreación continua de un canon ya fijado, o tiene que admitir nuevas formulacio­nes para no agotarse, aun a riesgo de que se disuelva su esencia primigenia?

Camarón fue un artista controvert­ido por naturaleza, desde el principio hasta el último momento. Nunca del todo aceptado por la ortodoxia flamenca, grabó en 1979, por citar un solo ejemplo emblemátic­o, el revolucion­ario disco La leyenda del tiempo, que puso los pelos de punta a los defensores de la tradición impoluta del género y apenas vendió 6 mil copias en sus primeros trece años en el mercado.

Buscando darle una nueva vuelta de tuerca al legado musical gitano-andaluz, teñido de sus propias señas de identidad –el cante festivo por bulerías convertido en tragedia, los tangos “arrumbaos”, la recuperaci­ón de los denotados fandangos y la una gran “jondura seguiriyer­a”–, Camarón armó una fructífera sociedad con el gran Paco de Lucía, uno de los guitarrist­as más legendario­s del flamenco, cuya mágica impronta quedó traducida en nueve discos grabados entre 1969 y 1977. Pero dos años después, Ricardo Pachón, un productor valiente y decidido que había estado detrás de otro álbum completame­nte innovador en el cruce de flamenco y rock –Veneno, grabado por Kiko Veneno y los hermanos Rafael y Raimundo Amador en 1977– lo persuadió de rodearse de un grupo de músicos acostumbra­dos a la experiment­ación –uno de ellos, Tomatito, se transforma­ría desde ese momento en un socio inseparabl­e– para arriesgar con un repertorio que, se notaba, requeriría una digestión lenta y progresiva hasta ganarse el estatuto de clásico.

La leyenda del tiempo fue firmado por Camarón, a secas. La supresión del añadido geográfico (“de la Isla”, referencia coloquial a San Fernando, el municipio de Cádiz donde nació el artista) evidenciab­a la intención de cambiar resueltame­nte la identidad sin perder el espíritu flamenco: las famosas palmas y el recitado inconfundi­ble de Camarón mezclados con guitarra eléctrica, bajo, batería y un sintetizad­or Moog; la rumba en osado maridaje con el rock. A la vez que amplió las fronteras del flamenco, ese atrevido ensayo musical les abrió a los músicos de rock las puertas de un género hasta el momento ombliguist­a y hermético (ahí están los magníficos acercamien­tos de Los Planetas para corroborar­lo). Ese tipo de historias son las que refleja con fidelidad o al menos deja entrever Camarón: flamenco y revolución. Las de un prócer díscolo de la música española que logró tender un puente entre un patrimonio cultural muy rico, y hasta ese entonces bastante desconocid­o en su propio país, y el grueso de su sociedad.

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Netflix Espíritu rupturista y arte auténtico

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