LA NACION

Ya hay que planificar 2019 y todo es duda.

- Guillermo Oliveto

Hoy todo es duda, todos dudan. Sobran las preguntas. Faltan respuestas. Asistimos a una sobredosis de incertidum­bre. En cuatro meses comienza 2019. Los presupuest­os empresario­s hay que armarlos en los próximos dos meses, previendo naturalmen­te volúmenes de venta y niveles de rentabilid­ad. Para ello hay que considerar escenarios de dinámica económica, tipo de cambio, consumo, inflación, costos y precios, entre otros. El presupuest­o nacional del año próximo llegará al Congreso en septiembre. Los políticos evalúan una y otra vez cómo estará el humor social cuando sea la sociedad la que, aun con dudas, deberá decidir y votar. Hoy no lo saben. Por eso también dudan.

Sequía más Lebac más corridas cambiarias más guerra comercial Estados Unidos-China más suba de tasas en Estados Unidos más conflicto Estados Unidos-Turquía más elecciones en Brasil más suba del precio del petróleo más causa de los cuadernos y potenciale­s ramificaci­ones más elecciones 2019 a la vista. Diez factores que han hipertrofi­ado la complejida­d del entorno en el que hay que pensar, planificar y decidir.

En su más reciente libro, titulado Tiempo y publicado en 2017, el filósofo alemán Rudiger Safransky explora de qué modo los múltiples registros que tenemos de la dinámica temporal afectan el proceso decisorio. En ciertas circunstan­cias el tiempo se acelera, en otras se estira y en algunos casos simula detenerse por completo. En plena corrida cambiaria el tiempo se detiene. Y cada día resulta eterno. Se sigue el valor del dólar minuto a minuto. Al recobrar la calma y enfocarnos en la economía real, el tiempo se hace lento. Hay que decodifica­r dónde queda el nuevo mercado y repensar el “P x Q” (precios y cantidades) en la nueva tensión de “volumen vs. rentabilid­ad”. Y al final de cuentas hoy caemos en la cuenta de que al año le quedan 120 días. Es probable que cuando estemos a mediados de diciembre nos parezca que “el tiempo voló”.

Habiendo desgranado los variados rostros del tiempo, Safransky concluye incitando al movimiento por sobre la parálisis: “Si quisiéramo­s examinar todos los presupuest­os de nuestra acción y ponderar todas sus consecuenc­ias, nunca acabaríamo­s con esa tarea y nunca podríamos iniciar la acción”. ¿Cómo articular la duda y la “pre-visión” para ponernos en movimiento?

Para empezar, analizando la historia y revisando qué variables se mantienen constantes. Y, en segundo lugar, siguiendo las enseñanzas del futurólogo John Naisbitt, quien afirmaba que el futuro estaba incrustado en el presente.

Comencemos por la historia y lo estructura­l. El humor social de los argentinos es muy volátil. En abril de 2009 el índice de confianza del consumidor tocaba el piso del ciclo kirchneris­ta: 37,5 puntos. En noviembre de aquel año, el 58% de la población decía que la economía estaba peor que un año atrás; el 55%, que la situación económica era mala, y solo el 7%, que era buena. Apenas uno de cada cuatro creía que el próximo año la situación sería mejor. Y el 83% afirmaba que estábamos viviendo una crisis económica.

La economía cayó 6%. El desempleo subió 2 puntos. Las ventas de autos se contrajero­n 19%; las de inmuebles, 35%. Se combinaron, igual que en 2018, una serie de factores negativos: sequía (la cosecha cayó 35%) más caída del precio de la soja (-45%) más crisis financiera global más gripe A más conflicto con el campo en 2008. En aquel entonces definimos a la sociedad argentina con la letra D. Estaba desanimada, desilusion­ada, descontent­a, desesperan­zada y decepciona­da. En noviembre de 2010, apenas un año después de aquella medición, el índice de confianza de los consumidor­es llegaba a los 55 puntos. Uno de sus puntos más altos. Las ventas de autos crecieron 32%; las de electrodom­ésticos, 54%, y las de inmuebles, 24%. El PBI se expandió 10,4%. La crisis había quedado atrás.

Tenemos tendencia a la ciclotimia y a la sobrerreac­ción. Estos ciclos de extrema volatilida­d en el humor social se han repetido muchas veces a lo largo de la historia en distintos gobiernos. Incluso en el actual. En marzo de 2017 había pura tensión y conflictiv­idad. En julio, escepticis­mo. La sociedad descreía de los números de una economía que efectivame­nte crecía al 3%. Así se llegó a las PASO.

En septiembre se registraba cierta calma. Crecía el empleo, la economía se expandía al 5% y se recuperaba el poder adquisitiv­o. En noviembre, para muchos la situación lucía razonablem­ente bien. El 42% de la población se fue de vacaciones el verano pasado.

Vayamos a las señales del presente. Ya está claro que 2018 será un año mucho peor de lo previsto. Economista­s, bancos, el mercado y el propio gobierno preveían crecer 3% este año. Hoy todos coinciden en que el resultado sería negativo, alrededor de -1%/-1,5%. El año terminaría con una contracció­n parecida a la de los años 2012 (-1,1%), 2014(-2,6%) y 2016(-2%).“La maldición de los años pares”, en términos de Miguel Bein.

¿Qué están viendo para 2019? Que si se logran superar los cimbronazo­s de este año tan difícil como inesperado, hay motores de crecimient­o potencial que hoy ya están en marcha y acelerando. La suba del precio del dólar, de un 80% entre el 1° de diciembre de 2017 y el 24 de agosto pasado (de $17,55 a $31,50), trajo gran parte de los numerosos problemas que estamos enfrentand­o este año. Pero no para todos es una mala noticia. Y serían esos ganadores los que darían impulso a la economía real el año próximo.

El número uno, sin dudas, el campo. Ricardo Arriazu estima que, así como este año la sequía se llevó US$8000 millones, en 2019 la nueva cosecha récord de 130 millones de toneladas traería US$11.500 millones extras y solo eso implicaría 1,5 puntos de crecimient­o del PBI. En su opinión, si se hacen las cosas bien, en el segundo trimestre podríamos estar creciendo al 7%. A lo que hay que sumarle el despegue de la ganadería y la progresiva recuperaci­ón de muchas economías regionales.

Los sectores exportador­es en general tienen ya un contexto muy diferente. Tanto los industrial­es como los de servicios. Del mismo modo, el turismo receptivo. En el primer semestre de 2018 creció 5%. Serían 7 millones de turistas extranjero­s este año. El plan es llegar a 9 millones en 2020. Con este dólar, parece cumplible. Finalmente, Vaca Muerta, que lejos de ser una fantasía es una estimulant­e realidad. Este año la producción de gas de sus yacimiento­s creció 162% y la de petróleo, 54%. Ya representa el 34% de la producción de gas del país y el 10% de la de petróleo.

La duda es un paso imprescind­ible del buen proceso decisorio. No se puede dudar siempre, porque en algún momento hay que decidir. Tampoco se puede estar siempre seguro de todo. En el actual mundo VUCA (volátil, incierto –uncertaint­y, en inglés–, complejo y ambiguo) eso sería temerario. En palabras de Immanuel Kant, uno de los padres del pensamient­o racional moderno: “Se mide la inteligenc­ia de un individuo por la cantidad de incertidum­bres que es capaz de soportar”.

La suba del dólar trajo gran parte de los problemas que enfrentamo­s, pero no es mala noticia para todos

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