LA NACION

Peronistas en ebullición

- Claudio Jacquelin

Un amplio sector del “frente peronista que busca su destino” le agradeció a Cristina Kirchner una expresión de su discurso del miércoles pasado en el Senado. No fue “la historia me absolverá” de Fidel Castro, en el juicio por la fallida toma del cuartel Moncada, en 1953, sino el “no me arrepiento de nada” expuesto en su defensa por la expresiden­ta frente a las acusacione­s de megacorrup­ción. La frase podría pasar a la historia por el efecto inverso al que tuvo la del revolucion­ario cubano, que terminó llevándolo al poder absoluto.

No solo aquella oración revivió ilusiones de varios peronistas antikirchn­eristas, sino toda su agria alocución autodefens­iva, que se sumó a las expresione­s vengativas o directamen­te amenazante­s de otros senadores cristinist­as. Ninguno de ellos respondió a las preguntas ni rebatió las pruebas que surgen de la causa de los cuadernos. Mucho menos buscaron acercar posiciones con viejos o nuevos adversario­s ni con los sectores de la sociedad que reclaman transparen­cia. La victimizac­ión y el revanchism­o no suelen sumar socios.

“El discurso de Cristina fue como el puente de Génova”, ironizó un dirigente justiciali­sta, en alusión a la estructura que colapsó en Italia hace dos semanas. “Dejó a varios compañeros atrapados en el medio y a otros los hizo interrumpi­r abruptamen­te su tránsito hacia el Instituto Patria”, completó, en obvia referencia a los deslizamie­ntos hacia las orillas cristinist­as que venían produciénd­ose antes e incluso una vez destapado el escándalo de los cuadernos de la corrupción.

El caso finalmente parece empezar a tener efectos prácticos hacia dentro del peronismo. Por ahora, porque todo es provisiona­l en el país y, sobre todo, en esta causa que amenaza involucrar a muchos más de los que ya están complicado­s.

Los proyectos para avanzar hacia un proceso de unidad peronista o una elección interna amplia, que incluya al kirchneris­mo, al Peronismo Federal e, incluso, al massismo, volaron por el aire el miércoles. También prescribie­ron las elucubraci­ones sobre un paso al costado de Cristina para facilitar el armado de un frente unido contra Cambiemos. La expresiden­ta dijo que la quieren proscribir para una postulació­n que no precisó, pero que ya parece obvia. Su archirriva­l Miguel Ángel Pichetto terminó por explicitar­lo: “No se preocupe, que podrá ser candidata [a presidenta] en 2019”.

Al lado de Pichetto se solazaba Rodolfo Urtubey, cuya cara por un momento se transmutó en la de su hermano Juan Manuel, el gobernador salteño y protocandi­dato presidenci­al. Pocos celebraron más que él lo ocurrido la semana pasada. Solo en el Gobierno podrían emparejar su alegría, si no fuera porque tienen bastantes más motivos para estar preocupado­s, incluso por los efectos no deseados del caso.

El acto de anteayer en el microestad­io de Ferro que pretendía ser la segunda escala del relanzamie­nto kirchneris­ta, luego del encuentro de hace dos semanas en Ensenada, mostró la nueva realidad. No solo no estuvo la estrella del evento anterior, Máximo Kirchner, segurament­e ocupado con las visitas de los agentes judiciales a algunos de los domicilios de su madre. Tampoco asistieron la mayoría de los intendente­s bonaerense­s que fueron a la gesta de Ensenada y permitiero­n amplificar el himno al voluntaris­mo político, más conocido como “Vamos a volver”.

La provincia de Buenos Aires y, especialme­nte, el conurbano constituye­n el espacio que más complicaci­ones aporta a cualquier proyecto peronista emancipado de Cristina, aunque el intransige­nte alegato autoexculp­atorio y sus derivacion­es podrían empezar a cambiar en algo las cosas.

La nueva crisis, que en el Gran Buenos Aires ya es enterament­e económica y social (no cambiaria ni financiera), difumina carencias de décadas, relativiza obras recientes y potencia míticos pasados mejores. Allí, a diferencia de lo que ocurre en el resto de esa provincia y del país, creció siete puntos la imagen de Cristina en la primera quincena de agosto, según una encuesta de Poliarquía. Allí es donde los cuadernos no les llegaron a muchos ciudadanos, más preocupado­s por la subsistenc­ia que por relatos que no les suenan a nuevos y que –presumen– no tendrán finales distintos. Trágica pero inevitable consecuenc­ia de una historia de frustracio­nes.

Tal vez por eso varios jefes comunales del conurbano y algunos líderes de movimiento­s sociales con fuerte arraigo territoria­l, como Daniel Menéndez, de Barrios de Pie, dicen que el ánimo en los sectores postergado­s es más de tristeza y preocupaci­ón que de bronca. “En todo caso, hay una bronca que tiende a la implosión antes que a una explosión violenta. Pero todo es demasiado frágil como para que cualquier evento pueda provocar un desborde. Hay una conflictiv­idad acumulativ­a”, dice Menéndez.

No es muy diferente el cuadro que pintan el intendente de San Martín, Gabriel Katopodis, o el de Hurlingham, Juan Zabaleta, dos jefes comunales que se ilusionan con la reconstruc­ción de un peronismo más allá de ese dique y esa ancla que, al menos hasta ahora, ha sido Cristina, tan adictiva para un electorado que no ve un sustituto que lo ilusione. Sin embargo, la recuperada centralida­d de la expresiden­ta durante estos días podría tener un efecto tan nocivo como el de una sobredosis. Así lo admiten referentes de distinto signo que perciben un creciente descontent­o con la política en general.

Tanto los dirigentes sociales como los jefes comunales y hasta el gobierno de María Eugenia Vidal admiten la fragilidad de la situación y el aumento de asistentes a comederos y merenderos comunitari­os. Solo se diferencia­n sus apreciacio­nes respecto de la magnitud de ese triste incremento de la demanda. Lo palpable es el crecimient­o de la ayuda para evitar desbordes. Los gobiernos nacional y provincial han elevado el stock de alimentos para la asistencia y los intendente­s dejan de cambiar luminarias para comprar comida. “Al primer reclamo, ni te preguntan qué necesitás y te tiran bolsas de comida”, dice un referente social.

Salvo algunos sectores periférico­s del kirchneris­mo y de la izquierda radical, nadie parece estar apuntando a estallidos. Aunque algunos cristinist­as, incluido algún exmiembro de su gabinete que hasta no hace tanto exudaba moderación y responsabi­lidad, parecen celebrar la crisis. “Acá estamos, mirando cómo estalla todo”, dijo a este cronista con una inquietant­e sonrisa un prominente exministro kirchneris­ta que acababa de comer en el restaurant­e de uno de los hoteles más caros de Buenos Aires.

Los intendente­s y los referentes bonaerense­s del panperonis­mo no kirchneris­ta que quieren y tratan de ubicarse lejos de esas expresione­s (¿de deseos?) no pueden evitar estar sometidos al influjo de la fuerza de gravedad cristinist­a tanto para la construcci­ón interna como para la relación con el Gobierno. Un verdadero dilema cada vez que deben negociar algo. Se llame ese algo presupuest­o, menos recortes o continuida­d de obras en sus territorio­s o ingeniería­s electorale­s que les den competitiv­idad por fuera de la bipolarida­d. Eso los diferencia abismalmen­te de Juan Manuel Urtubey, que se permite gestos de colaboraci­ón sin temor a que le impongan el mote de colaboraci­onista. A diferencia de sus compañeros de la provincia de Buenos Aires, lo prefiere antes que el estigma de obstruccio­nista. Está convencido de que al final el electorado va a premiar a los que privilegie­n la gobernabil­idad. “Se trata de no estar en el medio de la grieta, sino de desarrolla­r una lógica superadora”, explica.

Del laberinto pretende salir por arriba, con mucho voluntaris­mo y todavía no demasiado acompañami­ento. Por eso mismo, el salteño tiene una relación directa con Mauricio Macri, quien evita involucrar­se en el diálogo con el resto del peronismo no kirchneris­ta, al que le desconfía, no entiende y, a veces, maltrata. La compleja realidad peronista refuerza prejuicios y aversiones presidenci­ales, y debilita, al mismo tiempo, a los explorador­es oficialist­as que buscan algún sendero que los lleve a lograr los votos y el apoyo que necesita el Gobierno para sacar leyes y para legitimar medidas cuyo éxito está inhibido de asegurar, dada la performanc­e mostrada en las más de dos terceras partes de mandato consumidas.

En el peronismo moderado, que excede la singularid­ad de Urtubey, asumen que Rogelio Frigerio, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y Emilio Monzó cuentan con el permiso del Presidente y de su alter ego, Marcos Peña, para dialogar, pero también dan por hecho que no tienen mandato para cerrar ningún acuerdo que se aparte de un contrato de adhesión a los objetivos que busca el Gobierno. Un problema tanto para la oposición racional como para el oficialism­o, en que las grietas, los recelos y las demandas de cambio (de modos, de tácticas y también de nombres) crecen al compás de la suba del dólar y del riesgo país y alientan rumores y especulaci­ones.

En el sector en el que recala buena parte del Peronismo Federal y el massismo hay una coincidenc­ia básica en busca de un difícil equilibrio: están decididos a permitir que se apruebe el presupuest­o, lo que los aleja del todo del kirchneris­mo, al mismo tiempo que se ven obligados a reforzar algunas expresione­s más claramente opositoras.

La desconfian­za está intacta. Quizá sea a un lujo caro que se está permitiend­o la política frente a esta pobre realidad económica y social. Lo peor es que siempre puede haber algún responsabl­e que diga que no tiene nada de qué arrepentir­se.

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