Cedió su casa para abrir un hogar pionero para chicos en tránsito
Funciona desde hace un año y está basado en un modelo húngaro; el foco está puesto en la atención personalizada de los niños y en un entorno seguro que les permita volver a confiar
De afuera cualquiera podría pensar que es una típica casa familiar del barrio de Santa Rita, Boulogne; una construcción de ladrillo a la vista pintado, con techo de tejas y un jardín. Y, de hecho, lo fue hasta hace poco. Pero una vez adentro uno se encuentra con Amaranta, un hogar para chicos sin cuidados parentales que pone en práctica un abordaje innovador en la Argentina.
Fue en esta casa donde Camila Agostini y su marido, Cristian Gorchs, vieron crecer a sus cuatro hijos y donde también tomaron juntos la decisión de ser familia de tránsito. Esa experiencia los cambió por completo y llevó a Camila a pensar en ceder su casa para abrir un hogar, y ellos alquilar otra.
“Se lo planteé a mi marido porque nuestra casa cumplía con todos los requisitos que necesitábamos: una sola planta, piso de madera, jardín y la posibilidad de refaccionarla. Ya habíamos tenido chicos en tránsito y esa experiencia había sensibilizado a mis hijos”, explica Agostini, sentada en una de las oficinas de Amaranta, que funcionaba anteriormente como su dormitorio. El resto de la vivienda fue adaptada para poder recibir desde bebés recién nacidos hasta niños de cuatro años judicializados. En su mayoría, abandonados o separados de su familia de origen por situaciones de abuso o maltrato.
El planteo es simple de enunciar, pero muy complejo de llevar a cabo. Amaranta no busca ser un hogar de niños tradicional en el que los chicos “esperan”, sino un lugar en donde ellos puedan transformarse en personas autónomas, aprender a tener vínculos de amor y confianza y de donde saldrán con herramientas para la vida.
Camila estudió diseño de interiores, trabajó con arquitectos y hasta tuvo un negocio propio. Pero desde que nació su primera hija, hace 18 años, se volcó por completo a su crianza y se puso a investigar sobre cómo acompañarlos en su crecimiento. Primero estudió antroposofía, y luego, acompañamiento del desarrollo infantil y todo lo relacionado con la primera infancia.
“Ese impulso se une con el hecho de haber tenido la posibilidad de ser familia de tránsito y ahí comenzar a ver realmente la dura realidad que viven muchos niños. Una vez que se abren esas puertas, es difícil mirar para otro lado”, agrega Agostini.
Amaranta nació de la unión de voluntades de un grupo de mujeres que venían transitando caminos diferentes, pero que tenían el mismo deseo compartido de cambiar el paradigma de cuidado en relación con los chicos.
“Nosotras nos juntamos no porque éramos amigas, sino que todas trabajábamos en distintos lugares con una mirada similar”, cuenta Camila, y en ese nosotras incluye a todas las otras fundadoras: Marina Rafael, Lucía Heath, Alejandra De Renzis, Silvina Fridman, Cecilia Carnevale, Vanesa Müller, Mariana Rancaño, Karina Bonavita y Eleonora Rolandi.
Y así empezaron en 2015 las reuniones en un café en Vicente López, el armado del proyecto y la confección de la asociación civil Amaranta, que les llevó bastante tiempo, pero también les sirvió para ir conociéndose y saber qué cualidades podía sumar cada una al equipo.
Con ese ímpetu inicial, empezaron a buscar un lugar que reuniera las condiciones para abrir el hogar. Recorrieron un largo camino en busca de espacios en desuso, cedidos, donados, del ámbito privado o estatal. Los tiempos se extendían y los espacios no aparecían.
Fue entonces cuando a Camila se le ocurrió preguntarle a su marido: “¿Si hacemos el hogar en casa y nosotros alquilamos otra?”. Cristian y sus hijos apoyaron esta idea. “Nos hubiera encantado donarla, pero no pudimos”, dice con pesar.
Pasaron 12 meses desde esa apuesta inicial, que les insumió mucho más tiempo, dedicación y sobresaltos de los esperados. “Para nosotras, es como si hubieran pasado cinco años. No nos imaginábamos la demanda de 7 por 24 por 365. Ningún trabajo es así, porque siempre tenés tus días de descanso. Acá no existen los feriados ni los fines de semana. Y eso tiene un impacto enorme en lo diario y en las vidas de todas”, cuenta Agostini.
Un modelo a imitar
Su trabajo está inspirado en un hogar que funcionó durante más de 60 años en Budapest, Hungría, reconocido por la Unesco con 0% de índice de hospitalización y por la OMS con 0% de delincuencia. “Se constató que estos chicos pudieron reinsertarse en la sociedad, formar una familia en la mayoría de los casos y no repetir su historia. Este modelo llegó a la Argentina hace muchos años y comenzó a difundirse e introducirse en ámbitos de la salud y la educación, no habiéndose llevado a cabo aún en hogares”, cuenta De Renzis.
Se basan en los fundamentos teóricos de la “atención temprana del desarrollo infantil”, donde se destaca el abordaje desarrollado por la doctora Emmi Pikler (fundadora del hogar de Budapest) y la pedagogía Waldorf; ambos confluyen en que el niño es el centro del proyecto y desde ahí se toman todo el resto de las decisiones.
“Nuestras intervenciones están basadas en la importancia de un adulto referente, el entorno adecuado y la calidad de los cuidados. El respeto profundo por las capacidades del niño, desde su nacimiento, hace que nuestra mirada lo considere siempre un ser competente, ‘capaz de...’”, explica De Renzis.
¿Cómo lo hacen? Cada chico tiene sus cuidadoras, que son sus referentes afectivos significativos, que los acompañan de lunes a lunes. Sus días están organizados con ritmos y rutinas. El vínculo se construye a través de la calidad de los cuidados: la alimentación, la higiene y el sueño. Esto le otorga al niño una seguridad afectiva y confianza.
Tanto amor y presencia dan resultados concretos, como la historia de uno de los primeros chicos que llegaron al hogar, con su salud muy deteriorada, que registraba antes de ingresar a Amaranta tres internaciones, terapia intensiva, corridas diarias a las guardias durante sus cortos seis meses de vida. “Desde que el niño ingresó a Amaranta, no volvió al hospital”, dice Rancaño, para mostrar los impactos visibles del método.
Convencidas de que es en la primera infancia cuando se sientan las bases para toda la vida, cada una de las personas de la institución sabe que con su cuidado le abre otras oportunidades de futuro a ese niño.
“Esta calidad en los cuidados posibilita que el niño satisfecho y pleno pueda desarrollar su interés por conocer,yestoseveclaramenteeneljuego, que despliega sobre la base de su iniciativa e interés. Por eso puede sostener la atención y la concentración, funciones superiores del sistema nervioso central”, relata De Renzis.
El equipo está compuesto por diez “amarantas” fundadoras, 22 cuidadoras y 20 voluntarias, a las que llaman “hadas”. Cada una tiene su función, siempre con el foco puesto en el bienestar de los chicos. “Los voluntarios hacen de soporte de los cuidadores”, explica Rancaño.
Amaranta es una asociación civil sin fines de lucro que crea tres programas: Hogar, Cuenco (Cuna de Encuentro con la Comunidad) y Capacitaciones. En Cuenco se trabaja con el empoderamiento de las familias y la revinculación del niño con sus padres biológicos o adoptivos.
Llegan a Amaranta con muchas heridas, en el cuerpo y en el alma. Pasan de tener un entorno desordenado, en donde han sido vulnerados sus derechos, en el que no confían, a uno entorno previsible y seguro. Vuelven a confiar. “Pasan de golpear a acariciar, de romper a construir, de arrebatar a pedir”, concluye Heath.