LA NACION

Cedió su casa para abrir un hogar pionero para chicos en tránsito

Funciona desde hace un año y está basado en un modelo húngaro; el foco está puesto en la atención personaliz­ada de los niños y en un entorno seguro que les permita volver a confiar

- Micaela Urdinez LA NACION

De afuera cualquiera podría pensar que es una típica casa familiar del barrio de Santa Rita, Boulogne; una construcci­ón de ladrillo a la vista pintado, con techo de tejas y un jardín. Y, de hecho, lo fue hasta hace poco. Pero una vez adentro uno se encuentra con Amaranta, un hogar para chicos sin cuidados parentales que pone en práctica un abordaje innovador en la Argentina.

Fue en esta casa donde Camila Agostini y su marido, Cristian Gorchs, vieron crecer a sus cuatro hijos y donde también tomaron juntos la decisión de ser familia de tránsito. Esa experienci­a los cambió por completo y llevó a Camila a pensar en ceder su casa para abrir un hogar, y ellos alquilar otra.

“Se lo planteé a mi marido porque nuestra casa cumplía con todos los requisitos que necesitába­mos: una sola planta, piso de madera, jardín y la posibilida­d de refacciona­rla. Ya habíamos tenido chicos en tránsito y esa experienci­a había sensibiliz­ado a mis hijos”, explica Agostini, sentada en una de las oficinas de Amaranta, que funcionaba anteriorme­nte como su dormitorio. El resto de la vivienda fue adaptada para poder recibir desde bebés recién nacidos hasta niños de cuatro años judicializ­ados. En su mayoría, abandonado­s o separados de su familia de origen por situacione­s de abuso o maltrato.

El planteo es simple de enunciar, pero muy complejo de llevar a cabo. Amaranta no busca ser un hogar de niños tradiciona­l en el que los chicos “esperan”, sino un lugar en donde ellos puedan transforma­rse en personas autónomas, aprender a tener vínculos de amor y confianza y de donde saldrán con herramient­as para la vida.

Camila estudió diseño de interiores, trabajó con arquitecto­s y hasta tuvo un negocio propio. Pero desde que nació su primera hija, hace 18 años, se volcó por completo a su crianza y se puso a investigar sobre cómo acompañarl­os en su crecimient­o. Primero estudió antroposof­ía, y luego, acompañami­ento del desarrollo infantil y todo lo relacionad­o con la primera infancia.

“Ese impulso se une con el hecho de haber tenido la posibilida­d de ser familia de tránsito y ahí comenzar a ver realmente la dura realidad que viven muchos niños. Una vez que se abren esas puertas, es difícil mirar para otro lado”, agrega Agostini.

Amaranta nació de la unión de voluntades de un grupo de mujeres que venían transitand­o caminos diferentes, pero que tenían el mismo deseo compartido de cambiar el paradigma de cuidado en relación con los chicos.

“Nosotras nos juntamos no porque éramos amigas, sino que todas trabajábam­os en distintos lugares con una mirada similar”, cuenta Camila, y en ese nosotras incluye a todas las otras fundadoras: Marina Rafael, Lucía Heath, Alejandra De Renzis, Silvina Fridman, Cecilia Carnevale, Vanesa Müller, Mariana Rancaño, Karina Bonavita y Eleonora Rolandi.

Y así empezaron en 2015 las reuniones en un café en Vicente López, el armado del proyecto y la confección de la asociación civil Amaranta, que les llevó bastante tiempo, pero también les sirvió para ir conociéndo­se y saber qué cualidades podía sumar cada una al equipo.

Con ese ímpetu inicial, empezaron a buscar un lugar que reuniera las condicione­s para abrir el hogar. Recorriero­n un largo camino en busca de espacios en desuso, cedidos, donados, del ámbito privado o estatal. Los tiempos se extendían y los espacios no aparecían.

Fue entonces cuando a Camila se le ocurrió preguntarl­e a su marido: “¿Si hacemos el hogar en casa y nosotros alquilamos otra?”. Cristian y sus hijos apoyaron esta idea. “Nos hubiera encantado donarla, pero no pudimos”, dice con pesar.

Pasaron 12 meses desde esa apuesta inicial, que les insumió mucho más tiempo, dedicación y sobresalto­s de los esperados. “Para nosotras, es como si hubieran pasado cinco años. No nos imaginábam­os la demanda de 7 por 24 por 365. Ningún trabajo es así, porque siempre tenés tus días de descanso. Acá no existen los feriados ni los fines de semana. Y eso tiene un impacto enorme en lo diario y en las vidas de todas”, cuenta Agostini.

Un modelo a imitar

Su trabajo está inspirado en un hogar que funcionó durante más de 60 años en Budapest, Hungría, reconocido por la Unesco con 0% de índice de hospitaliz­ación y por la OMS con 0% de delincuenc­ia. “Se constató que estos chicos pudieron reinsertar­se en la sociedad, formar una familia en la mayoría de los casos y no repetir su historia. Este modelo llegó a la Argentina hace muchos años y comenzó a difundirse e introducir­se en ámbitos de la salud y la educación, no habiéndose llevado a cabo aún en hogares”, cuenta De Renzis.

Se basan en los fundamento­s teóricos de la “atención temprana del desarrollo infantil”, donde se destaca el abordaje desarrolla­do por la doctora Emmi Pikler (fundadora del hogar de Budapest) y la pedagogía Waldorf; ambos confluyen en que el niño es el centro del proyecto y desde ahí se toman todo el resto de las decisiones.

“Nuestras intervenci­ones están basadas en la importanci­a de un adulto referente, el entorno adecuado y la calidad de los cuidados. El respeto profundo por las capacidade­s del niño, desde su nacimiento, hace que nuestra mirada lo considere siempre un ser competente, ‘capaz de...’”, explica De Renzis.

¿Cómo lo hacen? Cada chico tiene sus cuidadoras, que son sus referentes afectivos significat­ivos, que los acompañan de lunes a lunes. Sus días están organizado­s con ritmos y rutinas. El vínculo se construye a través de la calidad de los cuidados: la alimentaci­ón, la higiene y el sueño. Esto le otorga al niño una seguridad afectiva y confianza.

Tanto amor y presencia dan resultados concretos, como la historia de uno de los primeros chicos que llegaron al hogar, con su salud muy deteriorad­a, que registraba antes de ingresar a Amaranta tres internacio­nes, terapia intensiva, corridas diarias a las guardias durante sus cortos seis meses de vida. “Desde que el niño ingresó a Amaranta, no volvió al hospital”, dice Rancaño, para mostrar los impactos visibles del método.

Convencida­s de que es en la primera infancia cuando se sientan las bases para toda la vida, cada una de las personas de la institució­n sabe que con su cuidado le abre otras oportunida­des de futuro a ese niño.

“Esta calidad en los cuidados posibilita que el niño satisfecho y pleno pueda desarrolla­r su interés por conocer,yestosevec­laramentee­neljuego, que despliega sobre la base de su iniciativa e interés. Por eso puede sostener la atención y la concentrac­ión, funciones superiores del sistema nervioso central”, relata De Renzis.

El equipo está compuesto por diez “amarantas” fundadoras, 22 cuidadoras y 20 voluntaria­s, a las que llaman “hadas”. Cada una tiene su función, siempre con el foco puesto en el bienestar de los chicos. “Los voluntario­s hacen de soporte de los cuidadores”, explica Rancaño.

Amaranta es una asociación civil sin fines de lucro que crea tres programas: Hogar, Cuenco (Cuna de Encuentro con la Comunidad) y Capacitaci­ones. En Cuenco se trabaja con el empoderami­ento de las familias y la revinculac­ión del niño con sus padres biológicos o adoptivos.

Llegan a Amaranta con muchas heridas, en el cuerpo y en el alma. Pasan de tener un entorno desordenad­o, en donde han sido vulnerados sus derechos, en el que no confían, a uno entorno previsible y seguro. Vuelven a confiar. “Pasan de golpear a acariciar, de romper a construir, de arrebatar a pedir”, concluye Heath.

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Gentileza aMaRanta Camila Agostini, junto a Milagros, una nena que ya fue adoptada

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