LA NACION

La revolución energética posible

con visión de futuro. Si trabajamos con metas y planes de largo plazo, podremos transforma­r la energía en un capítulo central del desarrollo económico y social

- Daniel Gustavo Montamat Doctor en Economía y doctor en Derecho

Imaginemos por un instante que podemos viajar en el tiempo, ir al futuro y regresar al presente. Una nave espacial nos transporta a la Argentina del 2040. Allí tomamos contacto con la realidad de esa época y acumulamos antecedent­es de los medios digitales y gráficos todavía existentes, incluidos los productos de la evolución de las redes sociales. Supongamos también que nos sorprende el título de un diario del año 2040: “La electrific­ación del parque automotriz llega al 80%, pero sigue creciendo el déficit energético”. Munidos de todos los testimonio­s orales y escritos regresamos al 2018. Convengamo­s que la visita al futuro nos proveyó de la mejor predicción del porvenir energético que podríamos hacer desde el presente. Siguiendo los tópicos del titular que nos impactó podríamos predecir el reemplazo del motor de combustión interna que consume combustibl­es fósiles por el auto eléctrico movilizado por electrones. Se trata de una tendencia que empieza a insinuarse en la actualidad –como parte de la electrific­ación de la matriz energética– pero que en la Argentina del 2018, donde casi no hay autos eléctricos en el parque automotor, es incipiente.

En el presente, un 50% de los autos eléctricos están fabricados en China, donde ya hay 56.000 estaciones de carga. Aunque la venta de autos eléctricos creció un 54% el año pasado (se vendieron 1,2 millones de vehículos), todavía representa el 1% del parque total de alrededor de 1450 millones de unidades. Su eficiencia combustibl­e es de un 70%, y el tiempo promedio de una carga es de 30 minutos. Si no tuviésemos los documentos que nos develan el mundo del 2040, podríamos preguntarn­os en el presente si las celdas combustibl­es que almacenan hidrógeno no terminarán desplazand­o a las baterías de litio que hoy almacenan electrones.

Sin embargo, la informació­n ambiental recogida advierte sobre la agudizació­n del problema del cambio climático en un planeta que está lidiando con los trastornos de temperatur­as medias que se aproximan en esa medición futura a los 2⁰ centígrado­s por encima de los niveles preindustr­iales. Por eso hay fuertes críticas y cuestionam­ientos a las fuentes primarias fósiles de la electricid­ad que siguen alimentand­o una parte relevante de las baterías eléctricas.

El titular del año 40 en cuestión nos permite pronostica­r que la Argentina va a seguir la tendencia mundial a la electrific­ación de su parque automotor, pero también nos anuncia que el desbalance comercial energético del presente llegó para quedarse. La Argentina empezó a tener un déficit comercial energético en 2011, ese déficit creció hasta los 7743 millones de dólares en 2013. En 2018 se ha reducido a unos 3000 millones, pero como el consenso de analistas asocia ese déficit a errores de política energética y destaca el gran potencial a desarrolla­r que tiene el país, cuesta asumir en el presente el dato predictivo que proporcion­ó la incursión en el futuro.

A esta altura el lector debe formularse una pregunta clave: ¿se podrá cambiar en el presente el curso de los acontecimi­entos que determinar­on el futuro energético argentino que el viaje nos permitió conocer? Los determinis­tas dirán que no. Si es cierto que estamos “condenados al éxito”, o, por el contrario, que nuestra “decadencia es irreversib­le”, el 2040 energético del que tuvimos conocimien­to en este ejercicio hipotético está escrito en piedra. Si, en cambio, el futuro está abierto, es posible afectar su rumbo con metas, planes, acciones y políticas conducente­s planteadas desde el presente. Bertrand De Jouvenel, sostuvo que el futuro está abierto a alternativ­as condiciona­das de futuros posibles (“futuribles”). A partir de 2015, la nueva gestión energética reinició el debate y el planteo de escenarios energético­s futuros. La prospectiv­a y la visión estratégic­a son clave en una industria capital intensiva que a menudo queda entrampada en el corto plazo y expuesta a la intervenci­ón discrecion­al de los gobiernos de turno. Primero se hicieron ejercicios de escenarios con referencia al año 2025, luego se revisaron los datos para establecer proyeccion­es al 2030. La técnica de escenarios permitió distinguir proyeccion­es alternativ­as que van desde la extrapolac­ión de datos tendencial­es hasta aquellas que asumen hipótesis de eficiencia y mayor inversión.

Hay dos tendencias dominantes en la proyección del futuro energético argentino: la importanci­a relativa del desarrollo del potencial gasífero y la mayor inserción de las energías renovables en la diversifi- cación de la matriz energética. La Argentina tiene un gran potencial energético presente, tanto en recursos no convencion­ales (shale oil, shale gas) como en recursos renovables (viento, sol, agua, biomasa). El desarrollo de ese potencial y el balance energético de los próximos años dependerá de cuantiosas inversione­s, de la evolución tecnológic­a que impacta en la oferta y la demanda (eficiencia, redes inteligent­es, internet de las cosas), de las preferenci­as de los consumidor­es argentinos (energía barata vis à vis energía sustentabl­e).

Si no hacemos nada en el presente, el escenario futuro de mayor probabilid­ad es el que extrapola la tendencia. Es posible que el 2040 nos encuentre comprando autos eléctricos en su mayor parte importados, con alguna mayor diversific­ación de las fuentes de energía, y con la mayor parte de los recursos no convencion­ales durmiendo el sueño de los tiempos en un mundo donde la preocupaci­ón creciente por los efectos del cambio climático puede tener efectos disruptivo­s en el paradigma energético mundial. Pero desde el presente se puede trabajar con metas y planes que se traduzcan en una política energética de largo plazo para cambiar el rumbo tendencial y transforma­r a la energía en un capítulo central del desarrollo económico y social que nos debemos.

El ministro de Energía ha explicitad­o pronóstico­s de producción de gas y petróleo para el próximo lustro que presuponen un drástico cambio respecto al escenario tendencial. La producción de gas natural crecería de unos 120 MMm3/día promedio en 2017 a 240 MMm3/d en 2023. Al fin de ese período se prevé una exportació­n de 100 millones de m3/d. La producción petrolera de unos 500 mil barriles por día en la actualidad aumentaría a más de un millón de barriles, y alrededor de la mitad tendría también como destino el mercado externo. Tomando precios actuales esa exportació­n podría aportar unos 15.000 millones de dólares por año y devolverle al sector un balance con fuerte superávit.

Por supuesto, hay una carrera de obstáculos hacia esas metas, en la que la evolución macroeconó­mica será determinan­te del clima de negocios. Hay que desarrolla­r nuevas demandas para el gas natural, en el mercado interno y en el mercado regional; y hay que proyectars­e al mercado mundial de GNL (gas por barco). Hay que generar nueva infraestru­ctura y redes logísticas y hay que seguir recorriend­o la curva de aprendizaj­e para aumentar productivi­dad y reducir costos. ¿Será posible? Si no estamos predestina­dos al éxito ni al fracaso, si el futuro está abierto, entonces depende de nosotros. De la estrategia, los planes y la política energética que implemente­mos para hacerlo realidad.

Hay que generar nueva infraestru­ctura y redes logísticas

En la carrera de obstáculos hacia esas metas la evolución macroeconó­mica será determinan­te

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