Edimburgo y el encanto de ser la capital mundial del teatro
Como cada agosto, la ciudad escocesa multiplica por siete su población para convertirse en sede de cinco festivales, atraer el turismo y reunir a la comunidad artística
EDIMBURGO.– Sucede todos los agostos: callejones, esquinas, parques, bares, escaleras, cabinas telefónicas color rojo, contenedores, columnas, motos, rollers, carpas, iglesias, el mismísimo Castillo de Edimburgo y toda locación por fuera de esta lista que pueda ser transformada en un escenario también son tomados por el teatro durante tres semanas. Agosto significa que el corazón cultural de Escocia está de fiesta, porque tienen lugar cinco de los once festivales que hacen de Edimburgo la única ciudad del planeta que convoca la misma cantidad de gente que un Mundial de fútbol, solo para disfrutar de sus eventos culturales.
Los números son contundentes: según el último informe elaborado para Edinburgh Festivals, la institución que actúa como “paraguas” para hacer dialogar las fiestas entre sí y potenciar su producción y realización, los festivales atrajeron 4,5 millones de visitantes en 2015, lo que equivale a nueve veces la población de Edimburgo, censada en 500.000 habitantes. De esos, tres millones y medio llegan en agosto para participar del Edinburgh Fringe (teatro independiente), del Edinburgh International (teatro y música), del Royal Tattoo (desfile de bandas militares), del Festival del Libro o del Festival de Arte, o de todos ellos un poco. Se trata del mayor encuentro de arte del mundo y el impacto en cuanto a infraestructura, turismo y economía es sin dudas inmenso: 300 millones de libras anuales para el país, 5660 puestos de trabajo y un aluvión turístico –el 71% de los que eligen Edimburgo como destino lo hacen durante los festivales–.
Para el teatro es la vidriera más masiva y un maremoto de inspiración. Se respira creatividad en cada rincón. Por eso, a principios de mes viajó allí una delegación argentina en el marco de dos programas de intercambio destinados a directores, productores, líderes y gestores culturales vinculados a la escena teatral porteña: Ciudad de Festivales, creado e impulsado por el British Council y la Cancillería argentina, y Momentum, organizado por el British Council, Creative Scotland (una suerte de fondo nacional de las artes escocés) y Festivales de Edimburgo. El objetivo fue presentar la maquinaria detrás de la organización de los festivales, su diálogo y gestión, principalmente del EIF (Edinburgh International) y Fringe, ambos nacidos en 1947, el primero como el evento oficial de teatro de la ciudad, con una curaduría detrás, y el segundo, como el alternativo, que logró erigirse como el más famoso, masivo y sin preselección.
Para los delegados argentinos fue además una posibilidad excepcional para medir cómo se vive y nutre el teatro en un destino de ultramar. Si bien es cierto que el circuito independiente porteño mantiene desde hace mucho tiempo una fuerte presencia en festivales como los de Avignon, Berlín, Melbourne, no ha buscado mostrarse con la misma constancia en el Fringe, rotulado como el más grande del mundo: este año batió el récord de 3548 shows en su programación, realizados en 335 locaciones (para poner en perspectiva estos números, Avignon Off, el circuito alternativo del Festival de Avignon, presenta 1000 espectáculos en cerca de 120 sedes). “Nuestra estructura se sostiene por la llegada masiva de espectáculos. Motivamos que todos vengan porque esa es la esencia del festival”, explica a la nacion Rachel Sanger, head of participants del Fringe. Lo cierto es que la única experiencia de una compañía argentina en el festival escocés tuvo un éxito sorprendente: en 2017, Un poyo rojo, el espectáculo de teatro físico dirigido por Hermes Gaidon que causó sensación en Buenos Aires durante ocho años, viajó con el apoyo del British Council y consiguió agotar entradas. “En este tipo de festivales se corre mucho la voz de las obras que están buenas. Funciona el boca en boca y para nosotros estuvo genial porque agotamos todas las funciones. El Fringe abre un abanico de posibilidades de trabajo. Es una experiencia que te marca como artista. Se generan puentes para intercambios, también con productores. Son espacios fundamentales que enriquecen la cultura de un país”, dice sobre su experiencia Luciano Rosso, quien junto a Alfonso Barón protagoniza la pieza, que tras el impulso del Fringe sigue de gira: Chile, Uruguay, Perú por estos días, más adelante Francia, España, Finlandia.
“Desde el teatro comercial estamos acostumbrados a mirar lo que sucede en Broadway o el West End de Londres con relación al teatro que producimos o generamos, y en Edimburgo descubrí un nuevo norte. Es un gran mercado donde la gente se vende para generar giras internacionales y es un espacio de creación y experimentación”, comenta Jon Goransky, director del Teatro Metropolitan Sura. Es su cuarto viaje a los festivales escoceses y fue uno de los responsables detrás de la producción de Un poyo rojo en el Fringe. Pasar por Edimburgo en agosto es clave en la búsqueda de material e inspiración: “Ver lo que ocurre en esta ciudad nos inspira a trabajar en conjunto entre sectores o circuitos”.
El teatro oficial porteño también tiene puentes que trazar con Edimburgo. Jorge Telerman, director del Complejo Teatral Buenos Aires, va todos los años desde hace siete a abrevar en la oferta de los festivales escoceses. Este año viajó junto al programa Ciudad de Festivales. “Es importante establecer una plataforma permanente para que las producciones del teatro público e independiente puedan tener allí un espacio de intercambio y visibilidad que vendría muy bien a las posibilidades enormes que tiene la producción argentina, que ya sabemos que despierta interés en todo el mundo”. Desde el circuito comercial apuntan a los festivales como una forma de “abrir mercados”. “Por un lado vamos a ver contenidos globales dispuestos a girar para pensar en traerlos, pero por otro buscamos llevar contenidos argentinos justamente con la idea de mostrarlos y lograr giras, además de prestigio a nivel internacional de nuestras artes escénicas”, señala Goransky. Coinciden con Telerman en prestar atención al modelo escocés de gestión. “En Escocia piensan en la ciudad, en los festivales, en los efectos secundarios, los efectos urbanísticos, comerciales, la proyección en el exterior, analizan y estudian todo. Es allí donde creo que nos falta”, comenta Telerman. En este sentido, Paloma Lipovetzky, gestora cultural que actualmente trabaja en el área de internacionalización del Instituto Nacional del Teatro, agrega que el modelo de gestión es lo más “innovador y trascendental” para mirar en los festivales de Edimburgo: “Mantener la rueda en movimiento, con tantos años vigente, la idea del hacer sostenido en un mundo tan complejo, con cosas que se interrumpen, por cambios políticos, guerras y demás... Sostener algo con tanta afluencia de compañías marca una senda importante respecto del hacer. Hay algo de cómo estudian, analizan, trabajan y piensan. Cómo la cultura crea valor simbólico pero también económico”.
En cuanto a los contenidos, el teatro argentino se para de igual a igual y mira la enorme oferta del Fringe y del EIF con ojo crítico. Producciones consagradas como las del Druid Theatre de Irlanda, con una versión exquisita de Esperando a Godot, o el Théâtre des Bouffes du Nord, con Peter Brook en la batuta, que presentó hasta hoy The Prisoner, y Midsummer, producida por el National Theatre of Scotland, no defraudaron. Pero en el hormiguero de obras de todo y para todos, los argentinos saben cuestionarlas, discutirlas y reivindicar su excelencia en el arte performático. “El teatro argentino se caracteriza por ser arriesgado todo el tiempo y hacer con nada. Buenos Aires es un Fringe permanente. Es cierto: estamos lejos, pero arriesgamos y nuestros modelos tienen en muchos aspectos más para enseñar que para imitar”, defiende Lipovetzky. “La producción local, sin hacer una exageración caprichosa, sigue siendo una producción que puede competir de igual a igual. En esta oportunidad lo volvimos a ver. La proliferación de un nivel de producción sostenido del teatro independiente argentino podría equipararse a lo que sucede en Edimburgo durante un mes”.