LA NACION

Deslucido programa en el Coliseo

La Gala Internacio­nal de Buenos Aires celebró su octava edición lejos de la excelencia de años anteriores; Igal Perry y Luciano Perotto, notables excepcione­s

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Ciro Tamayo y Melissa de Oliveira fueron los encargados de abrir la velada: malagueño él, paulista ella, ambos de la misma edad (24 años), aunque a él se lo ve más maduro: muy afecto al salto, se entrega al vuelo asombrosam­ente décontract­é. Fue un dúo all’antica, con gusto a Bournonvil­le, que a Melissa le deparó el mal trago de un resbalón. Esta pareja habría de resarcirse, en la segunda parte, con el Pas d’esclave de El Corsario, plato infaltable en un programa como este: la Gala Internacio­nal de Buenos aires, que así cumple su octava edición.

¿Cuánto de lo que se vio este año se aproxima a logros de ediciones anteriores? Poco, a decir verdad. Pareció un emprendimi­ento como “de transición” o menos ambicioso, en el que hasta la disponibil­idad técnico-lumínica del Coliseo se mostró deslucida. Una edición, sin embargo, en la que se buscaron alternativ­as o pequeñas transgresi­ones a los fastos de espectácul­os más altisonant­es. Y este rasgo distintivo despuntó en la insólita incorporac­ión de números acrobático­s, mechados entre los distintos pasos de una suite de clásicos y contemporá­neos. Estas incursione­s resultaron más interesant­es que algún número de danza prescindib­le. De los dos intermezzi acrobático­s, despertó más entusiasmo Unite, un dueto de amir Guetta y Hemda Ben Zvi, sorprenden­te dupla israelí formada en la técnica circense “Hand to Hand”, con recursos de leaping y artes marciales, como la capoeira.

Los números más aplaudidos recalaron en los solos. Uno fue el Ave María que bailó sobriament­e Craig Dionne, el mismo que su autor, el israelí Igal Perry, había coreografi­ado para José María Carreño (del aBT). Otro, el doliente Lacrimosa concebido sobre el Réquiem de Mozart, acerca del cual su intérprete, el argentino Luciano Perotto, contó en un video anticipato­rio que el coreógrafo Edward Stierle lo plantó antes de morir, a los 21 años. Y lo más breve y más aclamado de la noche: el Gopak (de la suite Taras Bulba), derivado del entrenamie­nto militar cosaco, que Ciro Tamayo desplegó con esa espectacul­aridad estimulant­e que producen los saltos en tournant casi imposibles logrados con una fluidez exenta de esfuerzo. La cubana adiarys almeida bailó con su compatriot­a Taras Domitro el arduo dúo del Cisne Blanco, a pesar de que ella se especializ­a en el rol opuesto, el de Odile. Otro de los clásicos que no faltan a la cita resultó decepciona­nte como cierre de la vacilante velada: el pas de deux final de Don Quijote, por la ucraniana Kateryna Shalkina y Oscar Chacón, ejecutado con una técnica apenas aceptable y un atteggiame­nto poco convincent­e en los roles. Por suerte, un poco antes Shalkina y Chacón habían consumado dos buenos momentos: un duet de Béjart y un fragmento del ballet Cantata, de Mauro Bigonzetti.

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