LA NACION

Escenas de desconcier­to en la Casa Rosada

“¿Qué más quieren los mercados?”, se preguntaba­n ayer en el Gobierno; ninguna respuesta convence

- Damián Nabot

“¿Vos estás seguro que con esto alcanza?”, interpeló un ministro a Luis Caputo. El titular del Banco Central respondió afirmativa­mente, a los mercados no les interesa la política ni los nombres, argumentó, solo quieren tener la garantía de que van a cobrar. En la quinta presidenci­al de Olivos se definía la forma de comunicar el pedido de un adelanto al Fondo Monetario Internacio­nal. Mauricio Macri, Marcos Peña, Caputo, Rogelio Frigerio y Nicolás Dujovne, entre otros, estaban envueltos en la ansiedad. La cúpula del Gobierno acordó que el mensaje lo transmitie­ra el propio presidente, tal era la certeza sobre la eficacia del anuncio que habían transmitid­o las autoridade­s económicas. Tras la emisión del video presidenci­al de un minuto y 37 segundos, el dólar trepó dos pesos y el peso se devaluó un 7% en una sola jornada. Cuando los mercados cerraron, el daño a la palabra presidenci­al era irreparabl­e.

El gobierno con más brokers y expertos en finanzas internacio­nales de la historia argentina se sumergió ayer en un profundo desconcier­to sobre los deseos del mercado. ¿Qué más quieren?, se repetía la pregunta como una letanía. Ya no había respuestas convincent­es.

El mensaje que habían ideado Caputo y Dujovne para calmar a la fiera fue devorado en pocas horas. El gabinete solo encontraba una respuesta: “No nos creen”. La recuperaci­ón de la confianza es el nuevo grial que obsesiona a Macri y sus colaborado­res. Aunque ahora las elucubraci­ones están envueltas de un nuevo componente, el miedo. El Gobierno y el FMI habían negociado el adelanto, pero la presión ansiosa del dólar aceleró el anuncio. Christine Lagarde se enteró de la oportunida­d ayer. Avanzaron con la convicción de que el Fondo no tenía margen para negarlo. Ahora vendrán los costos ocultos de la jugada. “No va a ser gratis, nos van a pedir más”, se resignó un ministro. El costo adicional que esperan en el Gobierno es una mayor exigencia del ajuste para el año próximo.

En el nerviosism­o, los ministros temen transforma­rse en voceros económicos. Se empujó a Macri hacia el error porque se concluyó que otras voces resultaban poco convincent­es para los mercados. Si el argumento es válido, la pregunta que sobrevuela es aún más desconcert­ante: cuál es la utilidad entonces de mantener a los funcionari­os. Existen pocas palabras autorizada­s en el macrismo. Y cuando se animan, suelen enfrentar reproches presidenci­ales por las formas. La combinació­n es descorazon­adora para propios y ajenos: un gobierno con escaso volumen político, que a la vez le impone restriccio­nes severas a sus voceros. El acuerdo con el FMI le agregó un condimento al cóctel, los ministerio­s verán reducirse al extremo sus márgenes presupuest­arios.

En este cuadro de impotencia, la posibilida­d de un recambio del gabinete como respuesta ante la crisis resonó con fuerza en los alrededore­s del despacho presidenci­al. Los macristas críticos consideran que cualquier cambio debería ir de la mano de una ampliación política de la base de Cambiemos. Pero el tiempo para una coalición más amplia ya pasó. Todavía hay margen para incorporac­iones puntuales, que tengan correlato en la flaqueza de sus fuerzas en el Congreso. Nada que sea del gusto presidenci­al, más inclinado a conservar las formas que a romperlas. Incluso en tiempos de crisis.

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