LA NACION

La corrupción es una violación de derechos humanos

La magnitud de las cifras robadas en sobornos hace difícil no encontrar una relación entre venalidad, hambre y muerte

- Santiago Cantón Secretario de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires

“Seamos claros, la corrupción mata”. Así comenzaba la responsabl­e principal de DD.HH. de la ONU el informe en que vinculaba las violacione­s de los derechos humanos con la corrupción. Según el Banco Mundial, cada año se pagan aproximada­mente 1,5 trillones de dólares en coimas, cifra que representa el 2% del PBI mundial y 10 veces más de lo que aportan los países en asistencia para el desarrollo. La contracara de esas cifras son, por ejemplo, los más de 1200 millones de personas que no tienen acceso a agua potable y 2600 millones que no tienen servicios sanitarios adecuados.

Asimismo, los sectores más pobres de la sociedad son los que más sufren la corrupción, no solo por el impacto negativo de la corrupción en el desarrollo económico, sino porque, además, pagan en coimas un porcentaje mayor que los sector es de mejores ingresos. Por ejemplo, según el Banco Mundial, en Paraguay los pobres gastan el 12% de sus ingresos en coimas, mientras que esa cifra se reduce a la mitad para los ricos. Según la ONU, el dinero robado por la corrupción durante un año es suficiente para alimentar 80 veces a todos los pobres del mundo. Queda claro que la corrupción mata.

La devastació­n que produce la corrupción movilizó a la comunidad internacio­nal y en un plazo de solo ocho años se aprobaron once tratados internacio­nales contra ella. En 2003 la ONU aprobó la Convención de las Naciones Unidas Contra la Corrupción. Con un total de 186 adhesiones, representa uno de los tratados internacio­nales con mayor aceptación. En nuestra región, en 1997 la OEA sancionó la primera Convención Internacio­nal sobre Corrupción. Esta convención es uno de los pocos tratados que han sido ratificado­s por todos los países miembros de la OEA. Lamentable­mente, el alto grado de ratificaci­ones y adhesiones de un tratado no garantiza su éxito. Este lo determina principalm­ente el mecanismo de seguimient­o que se elija.

Tanto en la convención de la ONU como en la de la OEA, el mecanismo elegido por los Estados fue el de la evaluación entre pares. Es decir, los países se evalúan entre ellos, evitando la participac­ión de alguna institució­n independie­nte que les pueda quitar el control del proceso y del resultado. Como me dijo un despreocup­ado canciller al salir de la reunión en Washington donde su país estaba siendo evaluado por un país reconocida­mente corrupto: “No nos van a decir nada, se tienen que cuidar para que no los critiquen a ellos”.

Los insuficien­tes resultados de los mecanismos internacio­nales y las graves consecuenc­ias de la corrupción impulsaron a la sociedad civil a vincular la corrupción con las violacione­s de los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad. Uno de los primeros pasos lo dio la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH) en el informe sobre Paraguay del año 2001, en el que expresa que la corrupción “tiene un impacto específico en el disfrute efectivo de los derechos humanos de la colectivid­ad en general.”

En enero de este año, la CIDH fue más allá y aprobó la resolución 1/18, en la que expresa: “La corrupción es un complejo fenómeno que afecta los derechos humanos en su integralid­ad –civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientale­s–, así como el derecho al desarrollo; debilita la gobernabil­idad y las institucio­nes democrátic­as, fomenta la impunidad, socava el Estado de Derecho y exacerba la desigualda­d”. La Corte Interameri­cana tampoco se quedó atrás y, en una medida provisiona­l contra Brasil, ordenó investigar las denuncias de corrupción para proteger el derecho a la salud e integridad personal de los internos de una cárcel. Asimismo, varias organizaci­ones de derechos humanos promueven que la Corte Penal Internacio­nal considere la corrupción en gran escala y sistemátic­a como un crimen de lesa humanidad.

Una perspectiv­a de derechos humanos sobre los cuadernos de las coimas permite distinguir una violación aislada de una originada en un plan sistemátic­o. Es la misma diferencia que existe entre un caso aislado de gatillo fácil y el asesinato de cientos de personas como parte de un plan sistemátic­o. Las fotocopias de los cuadernos son una prueba difícil de rebatir sobre la existencia de un plan, a gran escala, concebido desde las más altas autoridade­s y que gozó de absoluta impunidad. En los aproximada­mente 130 casos que durante más de una década me correspond­ió litigar en representa­ción de la CIDH ante la Corte Interameri­cana de DD.HH., nunca contamos con una prueba tan detallada sobre la existencia de un plan sistemátic­o.

Luego de probar la existencia de un plan sistemátic­o es necesario vincular los hechos de corrupción con las violacione­s de los derechos humanos. Le correspond­e a la Justicia nacional, o eventualme­nte a la internacio­nal, encontrar la relación entre el dinero robado y los miles de niños que no llegaron a celebrar cinco años de vida por no tener qué comer; o las miles de personas que murieron o se enfermaron por la falta de cloacas o agua potable.

La magnitud de las cifras hace difícil no encontrar una relación causal entre corrupción, hambre y muerte. Por ejemplo, siendo excesivame­nte cauteloso, con los aproximada­mente 200 millones de dólares registrado­s en el remise de los cuadernos se hubiese podido pagar el almuerzo durante un año, o el desayuno durante dos, para 1.700.000 alumnos que diariament­e visitan los comedores escolares de la provincia de Buenos Aires. Si dejamos la cautela de lado y estimamos que hubo 100 remises en lugar de uno, como mencionan algunos medios, tome la calculador­a y póngase a llorar.

La corrupción nos acompaña desde el inicio de la historia y continuará corrompien­do todas las esferas de actuación del ser humano. Heródoto, padre de la historia, en el año 440 a. C. documenta los primeros casos de corrupción, en los que no solo ya se veía involucrad­a la obra pública, sino que también se ponía en evidencia el largo brazo de la corrupción.

Luego de un incendio que destruyó el templo dedicado al dios Apolo en Delfos, una tradiciona­l familia de Atenas, Alcmaeonid­ae, se ofreció a reconstrui­rlo. Pero la decisión no fue precisamen­te por caridad. Los Alcmaeonid­ae estaban en campaña activa para derrocar al tirano de Atenas, Hipias, y, según relata Heródoto, durante la estadía en Atenas para supervisar la obra coimearon a las pitonisas del templo para que cuando los espartanos fueran a consultar el Oráculo de Delfos les transmitie­ran que la voluntad de los dioses era la invasión de Atenas y el derrocamie­nto de Hipias. Las coimas a las pitonisas funcionaro­n y el tirano fue derrotado y exiliado.

Si fue posible manipular la palabra de los dioses griegos, está claro que el desafío que tenemos es enorme. La utilizació­n de estándares y jurisprude­ncia de derechos humanos puede facilitar la búsqueda de justicia, ya sea nacional o internacio­nal, por las violacione­s de los derechos humanos como consecuenc­ia de la corrupción sistemátic­a y a gran escala que azotó al país durante más de una década.

Se puede distinguir una violación aislada de otra originada en un plan sistemátic­o

La informació­n de los cuadernos es una prueba difícil de rebatir sobre la existencia de un plan a gran escala

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