LA NACION

Por la transparen­cia y el desarrollo

- Florencia Roitstein Directora de Proyecto Ellas Mujeres y Filantropí­a

En su famosa y recordada película, el director italiano Ettore Scola refleja la falta de valores, de ética moral y de reglas de comportami­ento de una sociedad. Los “sucios, feos y malos” esta vez andan de camisa y sin corbata, y hasta que no fueron denunciado­s, muchos se llamaron empresario­s socialment­e responsabl­es.

¿Qué es la responsabi­lidad social empresaria? Simple, la obligación de las empresas de “reconocer, aceptar y responder a las consecuenc­ias de su propio comportami­ento” según el Banco Mundial. ¿Y qué tiene que ver la responsabi­lidad social empresaria con los cuadernos de Centeno y con la corrupción estructura­l?

Muchas de las empresas involucrad­as en el “club de la obra pública” han firmado la iniciativa de Naciones Unidas llamada el Pacto Global, que pretende integrar la responsabi­lidad social empresaria como parte del negocio. Uno de sus cuatro ejes es la corrupción, donde se acuerda que “las empresas deben trabajar en contra de la corrupción en todas sus formas, incluidos la extorsión y el soborno”. Las empresas no solo se compromete­n a cumplir, sino que también sus presidente­s envían en forma anual un reporte describien­do detalladam­ente los avances logrados a las oficinas de Naciones Unidas en Nueva York.

Que quede claro: el dinero de la corrupción se lo quedan los empresario­s, los funcionari­os estatales y los políticos, y lo pierde el Estado y, por lo tanto, la sociedad, restándole oportunida­des a la inversión en educación pública en escuelas y universida­des, en desarrollo científico, en atención en hospitales, en apoyo al fortalecim­iento de las organizaci­ones de la sociedad civil, en salud para todos, en equidad de género y en la generación de trabajos dignos para una población cada vez más joven.

En un país con estas prácticas empresaria­les, la responsabi­lidad social empresaria no debería ser nunca más voluntaria como siempre se ha proclamado, sino una obligación legal con reportes y balances sociales públicos que puedan ser auditados por los grupos de interés. Más aún, las empresas deberían estar obligadas a invertir el 2% de sus utilidades (ganancias netas, como en la India), en un gran fondo de reparación histórica a la ciudadanía, gestionado por un grupo de profesiona­les notables.

Los argentinos no debemos tolerar que el empresaria­do siga siendo parte del problema, nos deben, como mínimo, ser parte proactiva de las soluciones. La responsabi­lidad social empresaria debe constituir­se en una ley nacional que exija la transparen­cia y la rehabilita­ción del rol de la empresa como un actor clave de un país inclusivo y socioambie­ntalmente responsabl­e. Una ley que exija que todas las empresas de más de 100 empleados informen públicamen­te sobre su “valor social y ambiental” y, en consecuenc­ia, desarrolle­n –entre otras cosas– una estrategia integral y una política corporativ­a de responsabi­lidad social, que seleccione­n los mecanismos de aplicación y los socios con quienes ejecutar los proyectos. Para que no quede en los cajones como tantas leyes, le tocará al Estado como generador de políticas públicas, crear el mecanismo de monitoreo y control multisecto­rial. Un observator­io social público-privado y/o en el marco de universida­des nacionales podría funcionar como herramient­a de avance y control social.

Los diputados y los senadores tienen ante sí la posibilida­d de dar un paso importante, sumar a las empresas a un proyecto de país. Y la sociedad civil y el empresaria­do sano deben empujar para que se haga realidad.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina