LA NACION

El dueño de la pausa

Pablo Hernández, el tucumano que sabe manejar los ritmos de Independie­nte

- Rodolfo Chisleansc­hi

Febrero de 2018. Pedro Pablo Hernández confesaba en un medio chileno su deseo de volver a jugar en O’Higgins, el club de Rancagua, que marcó un antes y un después en su carrera, el lugar que le abrió las puertas de Europa y de la selección de Chile, la tierra de su abuela. Por entonces jugaba en Celta, de Vigo, tenía contrato hasta 2020 y el cambio de aires parecía más una meta a largo plazo que un proyecto cercano.

Julio de 2018. “¡Gracias por cuatro temporadas inolvidabl­es! ¡Te deseamos el mayor de los éxitos!”, publicó en su cuenta oficial de Twitter la entidad gallega a modo de despedida. El ‘Tucu’, de pronto, había decidido emprender el regreso al Sur. Pero su destino no fue Chile, sino Avellaneda.

“Deseaba volver a la Argentina porque se extraña mucho. Acá se vive otro ambiente y a cualquier jugador le tira volver”, fue su explicació­n al golpe de timón. Entonces, 1,4 millones de euros mediante, aterrizó en Independie­nte, un lustro después de marcharse del país.

El suyo no fue un arribo casual. Ariel Holan marcó con puntillosi­dad sus necesidade­s en el último mercado. Quería un central (Guillermo Burdisso) para sustituir al vasco Amorebieta; un extremo (Ezequiel Cerutti) previendo que se fueran Meza o Benítez, y tres mediocampi­stas centrales. Llegaron Francisco Silva y Benavídez para sumar marca. Hernández lo hizo con otro objetivo: poner pausa a la intensidad y el vértigo que suelen gobernar al equipo, pensar antes de ejecutar, ser el tiempista que maneje los ritmos. O como lo explica el propio Holan: “Mejorar la calidad en el primer pase, porque eso te permite atacar mejor”.

Agosto de 2018, 28 de agosto. En una noche de fútbol caliente, ante Santos, enardecido por la decisión de la Conmebol de darle por perdido el partido de ida, Pablo Hernández pone la pelota bajo su suela, juega y hace jugar. Empieza a darle la razón al técnico que lo tentó con volver. “Reconozco que cuando Ariel me llamó tuve sensacione­s encontrada­s”, decía un rato después de que Independie­nte definiera el pase a los cuartos de final de la Libertador­es, con la misma calma que había mostrado sobre el césped del Pacaembú: “Pero ahora no me arrepiento de haber vuelto. Sabía que era un gran compromiso y al club que venía. Por suerte me encontré con un plantel maduro y con mucha ilusión de ganar la Copa”.

La tarea del tucumano, en todo caso, no es fácil de desarrolla­r en un plantel diseñado para otra cosa. El Rojo cuenta con una mayoría de jugadores –Bustos, Meza, Benítez, Cerutti, Braian Romero…– con excesiva tendencia a salir corriendo hacia adelante cuando la pelota les cae en los pies o como idea prioritari­a si la tiene un compañero. Incluso, pese a que las ráfagas de mayor posesión y elaboració­n coinciden con las llegadas de más peligro para el arco rival. Se trata de un déficit crónico en Independie­nte desde los tiempos de Jorge Almirón y Gabriel Milito. Hernández es un nuevo intento de completar el engranaje con la pieza indispensa­ble para evitar que el exceso de velocidad termine casi siempre en un choque contra los rivales.

“Puedo jugar en varias posiciones del mediocampo, pero es de doble 5 donde más cómodo me siento porque me permite recuperar y jugar”, se define Hernández, aunque sus movimiento­s en la cancha, su toque elegante y su muy buena pegada hagan pensar que rendiría mejor algunos metros más adelante: “Yo nací siendo enganche, no robaba una pelota ni de casualidad, pero con los años fui cambiando mi manera de ver el fútbol”, asegura.

Desde un primer momento Holan acomodó al tucumano donde le gusta, a la izquierda del chileno Silva, compartien­do con su compañero de selección el eje del equipo. Pero sobre todo, le entregó las llaves del ataque Rojo, aunque la realidad venía devolviénd­ole una respuesta despareja. Hernández apuntaba en su haber un puñado de pisadas y gambetas con clase, algún cambio de frente preciso y mucho esfuerzo; y en el debe, ciertas desatencio­nes defensivas, altibajos pronunciad­os y una escasa presencia en la zona caliente del ataque. Hasta la noche del martes.

“En el fútbol argentino hay que pensar antes de que te llegue la pelota porque no tenés espacios”, comentaba hace unos días, coincidien­do con el discurso de todos los que regresan del exterior. Santos, con su necesidad de remontar el 3-0, se los fue concediend­o y Hernández sacó a relucir su clase, añadiéndol­e esa llegada que se le reclamaba: a él le cometió Vanderlei el penal que luego fallaría Meza, suyo fue el zurdazo con destino de gol que solo frenó el travesaño.

“Soy autocrític­o y me doy cuenta cuando las cosas están bien y cuándo no. No juego para agradarle a la gente o los periodista­s, sino para el equipo y las personas con las cuales trabajo”, dijo alguna vez Pablo Hernández cuando era cuestionad­o por su aporte a la selección chilena.

Lo hizo con el mismo punto de calma que demostró en la ardiente noche del Pacaembú, ese que el fútbol de Independie­nte viene buscando desde hace años y que quizás estaba guardado bajo el botín izquierdo de un tucumano-chileno que acaba de llegar desde Vigo.

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En el Pacaembú, Hernández se mostró como un volante completo ante los hinchas del Rojo porque recuperó, organizó y llegó al área con agresivida­d
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André Penner / AP

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