LA NACION

Volvió el viejo prejuicio: Macri solo no puede

- Francisco Olivera.

Hay empresario­s que escucharon en estos días quejarse a Eduardo Costantini, un inversor que no suele pertenecer al coro estable de lamentacio­nes argentinas. “El fuego amigo me está matando”, dicen que bromeó. Es probable que el dueño de Nordelta estuviera hablando de su propio sector en momentos de desplome del precio de los activos, pero también de una paradoja pertinente a todo el establishm­ent: estas contingenc­ias ocurren durante el gobierno de Mauricio Macri, un outsider de la política que debería empatizar como casi ningún otro dirigente con el hombre de negocios.

La corrida desempolvó antiguos prejuicios que volvieron a oírse ayer en el Hotel Alvear, durante la reunión del Consejo de las Américas, y que incluyen cierto desdén hacia el exejecutiv­o de Socma en tanto hombre de política. Son recriminac­iones que no se oían desde la campaña de 2015, cuando el tándem Peña-Durán Barba les ahogó a todos el reclamo de un acuerdo con Sergio Massa para ganarle a Daniel Scioli.

El empresario argentino no entiende en general de política partidaria o estrategia­s electorale­s. Durante los años del kirchneris­mo, Macri solía quedar expuesto a una situación que lo exasperaba más de lo que ha trascendid­o: la palmada fraternal en la espalda de pares a quienes en el fondo no respetaba y que lo aconsejaba­n en detalle sobre cómo debía movertamos se en esa jungla que, desde afuera, parece la política argentina.

Las dudas acerca de esta destreza personal han vuelto por ahora en forma de eufemismo: disfrazada­s de críticas al jefe de Gabinete. No es que los empresario­s busquen preservar al Presidente, sino que probableme­nte encarnan parte de la desilusión en aquel a quien le habían atribuido influencia para transforma­rlo, que es Peña.

Es cierto que el disgusto no se ha convertido todavía en nostalgia hacia el peronismo. Es la novedad y acaso el calibre de una crisis que involucra a todos los sectores, incluido el sindical. ¿Cuántos de sus colegas, de cada diez, están arrepentid­os de haber votado a Macri?, le preguntó hace un mes, durante un almuerzo en la Rural, un periodista a uno de los empresario­s más poderosos de la Argentina. “De esos diez, los diez están arrepentid­os. Ahora, si me pregunta a quién preferiría­n, le contesto que los diez están completame­nte perdidos”, dijo.

Si los problemas argentinos dependiera­n de un nombre, todo sería bastante más sencillo que resolver una trampa que lleva décadas: una economía que no genera los dólares necesarios para sostener el gasto que demanda una sociedad que, al contrario de lo que ocurre en otros países de la región, no solo rechaza los ajustes, sino que vive con expectativ­as de país desarrolla­do. Pero una decepción trae siempre una catarsis, y eso es lo que pasó ayer con el revoleo de posibles reemplazos. ¿Habrá contribuid­o también la metáfora que Rogelio Frigerio eligió para su exposición en el Consejo de las Américas? “Es- atravesand­o un río embravecid­o: los marineros, el equipo, es totalmente prescindib­le”, dijo.

El ministro del Interior volvió a ser protagonis­ta de versiones que lo ubicarían en distintos cargos de la administra­ción, azuzadas segurament­e por algo que sí ha vuelto con todas las letras, que es la atención empresaria­l hacia la oposición. Dirigentes provincial­es, por ejemplo, que anticipan que no habrá dificultad­es para la aprobación del presupuest­o dándole mayor poder a un buen interlocut­or de gobernador­es o el propio Sergio Massa, que acepta últimament­e en conversaci­ones reservadas estar dispuesto a respaldar a Macri para no apurar los tiempos ni entorpecer los planes de Horacio Rodríguez Larreta, con quien tiene una buena relación.

El anhelo de un acuerdo con el PJ como salida de la crisis es en cierto modo un regreso de los empresario­s a su idea primigenia: Macri solo no puede. Es entendible que desde sectores de Pro se resistan a esa posibilida­d y que, al contrario, confíen más bien en soluciones ortodoxas como la que indica que, tarde o temprano, después de semejante devaluació­n, y si se logra frenar la corrida, el tipo de cambio tendrá una competitiv­idad capaz de volver a hacer arrancar la economía.

Si ese escenario optimista se llega a concretar, los hombres de negocios volverán a creer. Parecerá que Macri ha recuperado la pericia, pero habrá que atribuirlo más bien a la solución de siempre: cada cuatro años, hasta su próxima crisis, la Argentina se ve obligada a devaluar, emitir moneda en exceso, endeudarse o aplicar cepos.

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