LA NACION

Un esfuerzo de la sociedad que ha valido la pena

recuperaci­ón energética. Las medidas del Gobierno van en la dirección correcta y le permitiero­n reducir el gasto en subsidios en US$7000 millones; en dos años se volverá a exportar gas

- Emilio J. Apud

Para que volvieran las inversione­s al sector era necesario recuperar la confianza del mundo y tener institucio­nes fuertes

En dos años se revirtió la ecuación 20% tarifa-80% subsidios a 80% tarifa-20% subsidios

Cuando Winston Churchill, el 13 de mayo de 1940, pronunció ante los miembros de la Cámara de los Comunes su famosa frase “sangre, sudor y lágrimas”, estaba convocando al pueblo a un esfuerzo extraordin­ario. Hitler ya había invadido Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia e iba por Inglaterra. La sociedad tenía conciencia de que, si no actuaba mancomunad­amente, los próximos serían ellos y aceptó sin dudar la dramática convocator­ia del brillante estadista. A ningún partido opositor ni a la prensa se les ocurrió sacar ventajas políticas o económicas ante la amenaza de ser gobernados por las fuerzas de ocupación del régimen nazi. Es un hecho histórico que muestra la reacción de un pueblo convocado al sacrificio cuando es consciente de una inminente tragedia.

En otra escala y un contexto menos dramático que el de aquella Inglaterra, cuando el gobierno del presidente Macri en 2016 le pide a la sociedad un esfuerzo de austeridad para bajar el insostenib­le gasto público, motor de una inflación crónica, esta lo rechaza. Faltó esa sensación de peligro próximo, del miedo que motiva al esfuerzo, al sacrificio. La mayoría de la población no tenía conciencia de la gravedad de la situación, que era, ni más ni menos, la de un Estado en quiebra. En parte porque el kirchneris­mo se encargó de ocultarla hasta su final, apelando a una orgía de consumo, y porque el gobierno de Cambiemos optó por no explicitar­lo en su verdadera magnitud.

Curiosamen­te esa sociedad, que en 2011 revalidaba al kirchneris­mo con el 54% de los votos, no obstante el desastre provocado al país desde 2003, cuatro años después le daba su voto a Cambiemos. Pero no por la crisis terminal en las cuentas públicas, macro, micro, balanza comercial, inflación, etc., sino por el malestar que el exceso de autoritari­smo, la flagrante corrupción y la insegurida­d le estaban produciend­o. Flagelos que al gobierno kirchneris­ta ya le resultaba imposible ocultar, como sí pudo hacerlo con la economía. Entonces, no fueron ni la situación económica ni la falta de institucio­nalidad ni el default ni el cepo las causas por las que la sociedad mutó su voto en 2015

Esa misma sociedad, en su mayoría ajena a una crisis convertida en asintomáti­ca por el mentiroso relato oficial, ya había asumido como derecho adquirido los beneficios ficticios e insostenib­les que le había prodigado el kirchneris­mo a expensas de la descapital­ización del país y de un gasto público galopante cubierto con emisión inflaciona­ria, impuestos desorbitan­tes y deterioro en los servicios públicos. Y no estaba dispuesta al sacrificio. Quería más flan, según la precisa síntesis de dos palabras del inefable Alfredo Casero

Pero la inflación galopante durante más de 20 años, el nivel de endeudamie­nto –buena parte para mantener el gradualism­o– y la falta de generación de divisas hicieron que el flan solo alcanzara para los que entran dentro del denominado “gasto social intocable”. Ergo, el gasto público baja con cuenta gotas, la confianza en la economía del país se derrumba y el endeudamie­nto se torna insostenib­le

Ante esta realidad ya no puede ser opcional el esfuerzo de la población, sino un deber y una responsabi­lidad, y no sería aconsejabl­e que el ala más politizada de Cambiemos repitiera errores del pasado por querer hacer lo políticame­nte correcto en vez de lo correcto.

Sirve como ejemplo lo que le pasó al presidente Alfonsín cuando tuvo que encarar las elecciones parlamenta­rias de 1987, después del rotundo triunfo en las de 1985. Decidió no profundiza­r las medidas económicas que le hubiesen permitido resolver la situación económica, presionado por su ala política y, diría, por su propio ADN. Prefirió reemplazar­las por otras considerad­as políticame­nte correctas, pero que lo llevaron al fracaso en 1987 y a perder la presidenci­a en 1989.

Como vimos, el gasto público es mayoritari­amente un atrofiado e insostenib­le gasto social fruto de más de siete décadas de populismo y su corrección necesitará de varios años. El resto es el gasto económico generado básicament­e por los subsidios a los servicios públicos arbitraria e injustamen­te introducid­os por el kirchneris­mo.

Es en este segmento del gasto en el que el gobierno actual concentró su esfuerzo, y con bastante éxito, no obstante el elevado costo político que le significó. Pero todavía falta un esfuerzo adicional para alcanzar el objetivo.

Para alentar al esfuerzo que aún se requiere, previo al fin de los subsidios económicos, intentaré dar algunos datos que muestren los resultados que arrojaron dos años de ajuste y los beneficios esperables posnormali­zación de las variables, pero limitándom­e al caso energético.

La mayoría de la gente concibe la energía a través de los beneficios que obtiene al enchufar un artefacto eléctrico, prender la hornalla o la calefacció­n a gas o cargar nafta. Pero esa es solo una percepción parcial, pequeña, de un beneficio indirecto mucho mayor implícito en el proceso de transforma­r un recurso energético primario en un kWh de electricid­ad, un metro cúbico de gas o un litro de nafta. La comprensió­n de este concepto más abarcativo ayudará a encarar con más optimismo el esfuerzo que falta para que esta fuente de riqueza, bienestar y calidad de vida se active nuevamente.

Hay que recordar que contamos con recursos energético­s excepciona­les en calidad y cantidad. Los mejores vientos y radiación solar para producir electricid­ad, el segundo recurso de gas del mundo, el cuarto de petróleo, conocimien­to y desarrollo nuclear, centenaria industria petrolera y enorme potencial hidroeléct­rico, aprovechad­o solo la mitad. Pero en su condición de recurso no tienen valor económico. Hay que transforma­rlos, agregarles valor mediante inversione­s genuinas que hagan utilizable su energía potencial, que desarrolla­da puede dotar a nuestro país de divisas por exportació­n superiores a las del campo.

Para que volvieran las inversione­s al sector era necesario recuperar la confianza del mundo, tener institucio­nes fuertes, una Justicia ágil e independie­nte y reglas de juego claras y perdurable­s. En eso sigue concentrad­a la actual administra­ción, alentando la iniciativa privada y confiando en el mercado.

Vale la pena perseverar en ese esfuerzo porque el que hicimos los usuarios de los servicios en estos dos años permitió revertir la ecuación 20% tarifa-80% subsidio a 20% subsidio-80% tarifa, lo cual significó una reducción del gasto superior a US$7000 millones. Se concretaro­n inversione­s por primera vez a escala comercial en energía renovable, que permitirán en breve incorporar unos 1000 MW de energías eólica y solar. Se incrementó la inversión en el desarrollo de Vaca Muerta y superará este año US$13.000 millones, lo cual permitirá en dos años terminar prácticame­nte con la importació­n actual de gas en barcos e iniciar la etapa de exportacio­nes, primero a nuestros vecinos y luego al mundo. Los cortes del servicio eléctrico en el último verano se redujeron al 40% y en dos años se volverá a la normalidad. Están apareciend­o interesado­s para invertir en usinas eléctricas de alto rendimient­o a gas, cuya concreción incidirá en la baja de costos de generación y en la tarifa al usuario. Se está reglamenta­ndo la ley de energía distribuid­a, que introducir­á tecnología y uso racional a la demanda.

Estos han sido algunos ejemplos de cómo el esfuerzo para sanear el sector redunda en beneficios mucho más convenient­es que los subsidios que pagábamos con desinversi­ón, cepos, cortes, desabastec­imiento e importacio­nes crecientes.

Ingeniero industrial, exsecretar­io de Energía y Minería

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